Son tiempos extremadamente estimulantes para ensayos historiográficos y reflexiones de filosofía de la historia.
Se suponía que la nuestra iba a ser la época del Estado Universal Homogéneo, pero no es así. Más bien parece que sigue siendo la época de la Movilización Total, que se corresponde con una economía de guerra (en guerra). Mientras Londres teme que los manifestantes destruyan la ciudad durante la próxima reunión del G-20, el FMI se prepara para salvar a un país europeo (el tercero en poco tiempo) de la “crisis”. El grupo de agitación Colapso G-20 prometió una revolución como las que hace cuatrocientos años mandaba a los reyes a la guillotina o a la horca, y el presidente de la Unión Europea advirtió que el presidente norteamericano “no es el Mesías” (tal vez debió agregar que tampoco es el Anticristo).
En Argentina, donde la experiencia del milenarismo sigue siendo la que nos constituye, el Gobierno (que ha manifestado una vocación mesiánica como nadie le sospechaba) prepara una formidable contracción de los tiempos electorales (de octubre a junio).
Pareciera que, por todas partes, el tiempo se reduce radicalmente: la condición mesiánica de los tiempos (que establece una zona absolutamente indiscernible entre este mundo y el futuro) supone una radical transformación particular de todas las relaciones jurídicas.
¿Cómo nos aconseja operar la vocación mesiánica? Como, en rigor, nos vuelve inoperantes, nos lleva a asumir la forma del como no (el vaciamiento y la nulificación de todas las divisiones jurídico-fácticas). No contemplar el mundo como si estuviera ya salvado, sino contemplar la salvación mientras se pierde en lo insalvable: así de complicada es la llamada mesiánica.