COLUMNISTAS
El gran problema

La mala educación genera pobreza

Suele decirse que cuando las cosas andan bien es tiempo de ocuparse de los problemas de fondo más importantes, porque cuando las cosas están mal lo prioritario es lo urgente y lo de fondo es relegado. Sin embargo, cuando las cosas están difíciles tal vez es un buen momento para atacar también los problemas de fondo, aunque no sean los más urgentes. En medio de una crisis, los responsables deben buscar remedios inmediatos; pero alguien, también, tiene que pensar qué hacer para evitar que la crisis se repita.

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Suele decirse que cuando las cosas andan bien es tiempo de ocuparse de los problemas de fondo más importantes, porque cuando las cosas están mal lo prioritario es lo urgente y lo de fondo es relegado. Sin embargo, cuando las cosas están difíciles tal vez es un buen momento para atacar también los problemas de fondo, aunque no sean los más urgentes. En medio de una crisis, los responsables deben buscar remedios inmediatos; pero alguien, también, tiene que pensar qué hacer para evitar que la crisis se repita.
La Argentina arrastra desde hace tiempo dos problemas de fondo: la baja competitividad de su economía y la enorme proporción de personas muy pobres y marginales. Creo que se trata de un solo problema con dos caras: la economía no puede ser muy competitiva si dos tercios de la población están por debajo de los estándares medios de productividad y capacidad individual del mundo actual; y las personas que están aún más abajo en esos términos, quienes carecen de toda calificación y todo conocimiento, no pueden sino ser pobres y, lo que es peor, no pueden sino estar condenados a seguir siendo pobres.
Siempre es posible aplicar parches a la baja competitividad de muchas empresas y a la pobreza extrema de muchas personas. Pero para atacar esos problemas de fondo el camino es la educación.
Uno de los factores más importantes que explican por qué la Argentina tuvo un desarrollo social destacado hasta mediados del siglo XX  es que, desde fines del siglo XIX, tuvo un sistema de educación que funcionó. En pocas décadas, la escuela pública acompañó el crecimiento de la economía motorizado por la producción agropecuaria. La educación facilitó la emergencia de una clase media y una clase trabajadora urbanas con las calificaciones necesarias para las exigencias de la época. La Argentina alcanzó indicadores educativos superiores a los de cualquier otro país de habla hispana.
La educación es siempre una fábrica de personas con conocimientos pero es también una fuente de expectativas y aspiraciones sociales. Así fue en la Argentina de aquellas décadas de alto crecimiento económico. Cuando el crecimiento de la economía se desaceleró fuertemente a partir de la década del 30 pero la expansión educacional no se detuvo, las aspiraciones continuaron creciendo. En los años del gobierno de Perón, por ejemplo, la matrícula en la enseñanza secundaria prácticamente se duplicó, además del alto crecimiento de la enseñanza técnica y profesional. En los años siguientes el mayor crecimiento fue el de la matrícula universitaria. Las consecuencias no fueron menores. Con una economía creciendo poco, y a veces nada, se generó un exceso de demandas ocupacionales por parte de personas que aspiraban a un trabajo acorde a su educación, por encima de las posibilidades de satisfacer esas aspiraciones y, después, demandas políticas que tampoco se satisfacían.
Las consecuencias fueron una presión social por ocupaciones de clase media que llevó en varias provincias a la expansión del empleo público, y procesos políticos que llevaron a muchas personas de formación superior a cuestionar el sistema institucional por distintas vías. Eso, a su vez, contribuyó a un progresivo deterioro de la calidad educativa, que se hizo sentir particularmente en la educación primaria disponible para las clases bajas y en la educación secundaria en general.
El mundo sigue cambiando. La humanidad entró a una era de globalización, cambios tecnológicos constantes y proliferación de los conocimientos. Los estándares de competitividad que rigen en el mundo en esta era plantean nuevas exigencias laborales. Algunos sectores de las clases medias y también de la clase obrera pueden satisfacer esas exigencias porque disponen de una educación acorde a ellas o de las aptitudes para adaptarse. Pero otros no pueden, porque la educación que han recibido es insuficiente. El impacto de la globalización sobre nuestro país es dual: por un lado facilita la modernización productiva de muchas industrias, por otro lado destruye o amenaza destruir a muchas otras. En el balance, durante los años 90, aunque la economía creció, el desempleo aumentó dramáticamente, y en la presente década el desempleo ha descendido notablemente pero eso a costa de salarios reales bajos y subsidios altos. El saldo más negativo recae sobre la clase media con educación de mala calidad.
La educación y los conocimientos disponibles son hoy una línea divisoria de la sociedad; de hecho, esos factores han partido a la clase media en dos. Para decirlo en forma sucinta: la distribución del conocimiento en la sociedad es más desigual, y más desintegradora que la distribución de la riqueza.
La prioridad es empezar a mejorar el sistema de educación. Por supuesto, el problema no se agota en eso; pero sin esa condición es difícil imaginar soluciones. La clave no es cuántos años de educación formal alcanzan las personas, ya que en muchos casos aun asistiendo a la escuela no aprenden nada. En general, la clase media y obrera urbanas tiene acceso a una educación primaria razonable; en cambio, las clases bajas generalmente no lo tienen –aun más, muchos niños pobres no van a la escuela y muchos otros sólo encuentran en ella contención y alimentación, no educación propiamente dicha–. El nivel secundario se ha deteriorado prácticamente para todos. La educación técnica fue casi desmantelada años atrás y ahora hay una modesta pero importante recuperación. En la educación superior hay de todo y quienes buscan aprender en ese nivel normalmente pueden hacerlo; pero en muchísimos casos lo cierto es que es posible pasar por ella y salir con un título bajo el brazo sin haber aprendido nada.
No hay prioridad ni urgencia del momento que justifique no empezar a recorrer el camino para mejorar nuestra educación desde su raíz. Los países que han encarado ese camino se están destacando en el mundo de hoy, del mismo modo que la Argentina se destacó en el mundo de hace un siglo.

*Sociólogo.