Un grupo de fiscales de la Nación, ha convocado a una marcha de silencio en homenaje al fiscal Nisman, probablemente amigo de algunos ellos, pero obviamente colega de todos. Casi de inmediato han debido hablar sobre la marcha y sobre el significado del silencio. Esta necesidad de palabras sobre la presencia en la calle y el silencio como forma de expresión, no han surgido ante un interrogante de la sociedad, pues en este sentido la convocatoria se autoexplica –como lo haría, por caso, una marcha de médicos en homenaje a todos los médicos, motivados por aquellos del Hospital Piñero que quedaron en riesgo recientemente en una balacera en la villa 1-11-14 o en defensa del personal de salud del hospital, violentado en su propio lugar de trabajo–.
Surgieron frente a cierta manera de politizar la marcha: por parte del oficialismo, que contiene algunas voces contradictorias al respecto, como la de la amenaza de recusaciones masivas de los fiscales hasta aquellas otras que sinceramente expresan voluntad de adherir, o al menos respeto por la marcha; y por parte del oposicionismo que, con intenciones de “colonizar” la marcha, se sumó masivamente.
Es este círculo vicioso entre oficialismo y oposicionismo que intentamos atravesar y desarmar en nuestra práctica legislativa y política, el que ha obligado a los fiscales a extremar la identidad de su convocatoria: sin conferencias de prensa, sin palabras arrojadas al viento movilero acosador de ciertos medios e incluso, tal vez, separados de alguna forma del resto de los manifestantes para que su marcha silenciosa, que invita al recogimiento y a la reflexión, no quede atrapada por el círculo referido.
Pero para marchar junto a los fiscales, desde su lado de la valla, hay que ser uno de ellos, o al menos miembro del Poder Judicial, supongo. ¿Dónde pueden marchar entonces, quienes como yo y millones más, no pertenecemos al Ministerio Público ni al Poder Judicial, pero no queremos confundirnos con un oportunismo político que no honra la memoria de Alberto Nisman ni acompaña el dolor familiar? ¿Cómo podría la muerte violenta del fiscal ser trágica prenda de unión entre los argentinos? ¿No sería ésta una muy buena oportunidad para atravesar y desarmar el círculo vicioso mencionado? Si tanto oficialistas como opositores marcharan mezclados en silencio, –silencio que se interpretaría como la expresión de una defensa de la vida democrática frente a la violencia de la muerte–, las vallas estarían de más porque todos estaríamos vibrando juntos, con el “sonido” de la marcha, con la oración del silencio.
Eso es para mí la marcha del 18F: paradójicamente, una oración. Orare es una raíz latina que está presente tanto en oración –la del orar solemne de un rito religioso– como en oratoria, instrumento esencial de la política. ¿No es un síntoma del momento político que vivimos, que sea necesario decir callando, orar en silencio, contener la oratoria?
Es de lamentar que, para que la presencia y manifestación popular de un sentimiento de consternación sea posible, se requiera que la marcha se vuelva intangible, insonora y, en la medida en que habría una valla real o simbólica entre los convocantes y los demás, una marcha imposible.
Por ello, para marchar, millones de argentinos tendremos que no marchar, o marchar en el silencio de nuestra interioridad, o en la palabra íntima, o en diversos rincones de la ciudad, en todo caso al margen, excluidos –o autoexcluidos– de la vocinglería superficial de los oportunistas, del rechazo defensivo del oficialismo y de los colegas de Nisman.
Hago una invitación por este medio: que oficialismo y oposición se inviten mutuamente a marchar juntos, que los fiscales levanten las vallas y que todos podamos sumarnos, en el silencio y en la palabra, para reafirmar la democracia como un clamor en favor de vivir una vida sin miedos, en libertad.
*Filósofo. Senador de la Nación (2007-2013).