En las fotos inéditas de Eva Perón que publicó PERFIL el domingo pasado, costaba asociar esa Eva inicial, distendida un fin de semana en la Quinta de San Vicente junto a Perón, con la Evita de los discursos dos años después. ¿Era la misma y lo que nos acostumbramos a ver en fotos es la máscara que se colocaba para representar su papel en la historia? ¿O como sostenía Lacan, la máscara no encubre ninguna verdad, es ella misma la verdad? Así, la máscara no sería aquello que no se es, sino lo que permite transformarse en algo no menos real que lo que cubre.
La máscara también puede ser un espejo opaco de lo que Jung llamaba “la sombra” o del inconsciente de Freud, y un disfraz del deseo o lo que el sujeto manifiesta de su ideal. Para Levi Strauss, la máscara es insignia: “El rostro está predestinado para ser decorado, sólo así recibe su dignidad social y su significación”.
La asociación con Cristina Kirchner es inevitable e irresistible. Impresiona el semblante de autoridad con que enfrenta a la audiencia y el exacto orden de su discurso. Tan perfecto y más real que lo real. Igual que su dedicación a la belleza personal, pulida con tanto esmero como su oratoria.
Habla una mujer. Para un seminario, Lacan tradujo un texto de Joan Rivière titulado La feminidad como máscara. Su autora, fundadora de la Sociedad Psicoanalítica Inglesa y discípula de Ernest Jones, Freud y Melanie Klein, escribió: “Mi intención es demostrar que las mujeres que añoran su parte masculina se ponen una máscara de feminidad para evitar la ansiedad y las represalias que temen de los hombres”.
Varias de esas conclusiones son inaplicables a Cristina Kirchner, pero eso no le quita valor al repaso del texto de Joan Rivière que a continuación se sintetiza.
• “Me ocuparé de un tipo particular de mujer intelectual. Hace algún tiempo, en el análisis de una mujer de estas características, realicé unos descubrimientos interesantes. Toda su vida había ejercido su profesión con gran éxito. Poseía un alto grado de adaptación a la realidad y lograba mantener buenas y apropiadas relaciones con casi todas las personas con las que establecía contacto. Sin embargo, ciertas reacciones en su vida mostraron que su estabilidad no era tan perfecta como parecía. Se trataba de una mujer norteamericana dedicada a un trabajo de tipo propagandístico, que consistía principalmente en hablar y escribir. Durante toda su vida había experimentado cierto grado de angustia, a veces incluso muy severo, después de realizar algún acto público como hablar delante de un auditorio. A pesar de su incuestionable éxito y capacidad, tanto intelectual como práctica, y su habilidad para controlar al auditorio, dirigir los debates, etcétera, a la noche se sentía agitada y aprensiva; tenía dudas respecto de si había hecho algo inapropiado y estaba obsesionaba con una necesidad de afirmación. En tales ocasiones, esta necesidad la llevaba compulsivamente a buscar la atención o los elogios de uno o varios hombres cuando finalizaba el acto en el que ella había participado o había sido la protagonista.”
• “Pronto se hizo evidente que los hombres que ella elegía para tal propósito siempre representaban, sin lugar a dudas, figuras paternas, aunque a menudo no eran personas cuyas opiniones acerca de su actuación tuvieran en realidad mucha importancia. Buscaba claramente dos tipos de afirmación en estas figuras paternas: el primero, una afirmación directa de su actuación mediante los cumplidos; el segundo y más importante, la afirmación indirecta mediante las atenciones sexuales de estos hombres. Para decirlo en términos generales, el análisis de su comportamiento luego de sus intervenciones develó que intentaba obtener insinuaciones sexuales de este tipo particular de hombres flirteando y coqueteando con ellos de una manera más o menos encubierta. Esta conducta, que sobrevenía tan deprisa, era extraordinariamente incongruente con la actitud altamente impersonal y objetiva que mostraba durante su desempeño intelectual, lo cual planteaba un verdadero problema.”
• “Era bastante consciente de los sentimientos de rivalidad y de superioridad hacia muchas de estas figuras paternas, de quienes buscaba el apoyo después de sus propias actuaciones. Se sentía herida cuando insinuaban que no era igual a ellos y, en privado, rechazaba la idea de estar sujeta a sus juicios o críticas. Su resentimiento, sin embargo, no se expresaba abiertamente; en público, reconocía su condición de mujer.”
• “El análisis reveló, más tarde, que sus miradas insinuantes y coquetería compulsivas, de las cuales ella no era realmente consciente hasta que el análisis las puso de manifiesto, eran un intento inconsciente de evitar la angustia que vendría a continuación debido a las represalias que anticipaba de parte de las figuras paternas luego de su despliegue intelectual. La demostración pública de su capacidad intelectual, que era llevada a cabo con éxito, significaba una exhibición de ella misma en posesión del falo del padre.”
• “Así, el objetivo de la compulsión no era sólo sentirse reafirmada al despertar en el hombre sentimientos afectuosos hacia ella, sino que era, principalmente, ponerse a salvo disfrazándose de alguien inocente e inofensivo. Era una inversión compulsiva de su actuación intelectual.”
• “La feminidad, por lo tanto, podía ser asumida y utilizada como una máscara para ocultar la posesión de la masculinidad, así como para evitar las temidas represalias que se tomarían contra ella si esto se llegara a descubrir.”
• “La necesidad de reconocimiento es, en gran medida, una necesidad de absolución. Así que la culpa de haber triunfado sobre ambos padres sólo puede ser absuelta por el padre; si éste reconoce y aprueba la posesión del falo, ella está a salvo. Al otorgarle el reconocimiento, tiene el permiso para poseerlo y todo está en orden.”
Aclaración. El falo, en la semiología freudiana, no es el pene sino un significante imaginario que significa el poder. Un símbolo como en política es el bastón de mando. Y el papel del padre del caso expuesto puede metafóricamente ser representado por otra figura paterna, el líder político o el marido. Por último, el texto de Joan Rivière es considerado autobiográfico: ella misma fue una mujer exitosa en un mundo masculino.