Se le dice cambalache al caótico negocio en el que se compran y venden alhajas verdaderas o falsas, candelabros y mesas ratonas, cuadros, retratos, esculturas de poco valor artístico, manuscritos, libros usados –antiguos o viejos–, prismáticos, tocadiscos y un sinnúmero de etcéteras que valen para definir el cambalache como un universo extraño, atractivo. Allí, encontrar una Biblia apoyada contra un calefón no resulta extraño y menos aún asombroso o herético: también alguna edición primitiva de Rayuela puede compartir el espacio con un grabador Geloso a cinta.
O sea: de ese universo extraño habla el tango Cambalache, una de cuyas metáforas inquieta al lector Diego Vallejos, cuyo mail está incluido en el Correo de hoy. Para él, lo escrito por Omar Genovese el sábado 13 en PERFIL (página 43, Cultura, “El rapero del rey de España va a la cárcel”) es disparatado cuando menciona el tango Cambalache y su interpretación de “ves llorar la Biblia junto al calefón”, figura que, dice Genovese, “retrata el uso de la palabra santa impresa en papel de arroz, clavada en los baños de los conventillos como sustituto del rollo higiénico”.
El señor Vallejo pide que le sea aclarado el tema, para cuyo análisis no ahorró postura crítica. Vayamos, entonces, por partes.
Como lo explico más arriba, el cambalache era –y sigue siendo– un local de compra-venta de usados, sean del tipo que sean, y su vigencia se mantiene hoy: basta con hacer una recorrida por San Telmo para comprobarlo y sumar al paseo por el barrio histórico porteño una recorrida por esos negocios en los que se pueden hallar tesoros y también chatarra. No fue casual que Enrique Santos Discépolo eligiera ese ecléctico universo para asimilarlo al complejo siglo en el que vivía y creaba. Convivían entonces celebridades, héroes y villanos; y también, claro, símbolos poco compatibles como una Biblia y un calefón (o, como se dice más arriba, un incunable apoyado sobre un grabador a cinta).
Veamos ahora el sentido de la metáfora “ves llorar la Biblia junto al calefón”. Y debo darle la derecha a Genovese, quien seguramente abrevó en los historiadores de la cultura popular argentina de comienzos del siglo XX para afirmar que el papel de arroz (o papel de seda) que se empleaba en las ediciones del nuevo testamento era utilizado como papel higiénico en los retretes de los conventillos. Afirman los estudiosos de las costumbres de la época, que las misiones protestantes llegadas a estas tierras entre 1870 y 1930 portaban abundante literatura religiosa y pilas de ejemplares de la Biblia impresa en papel de arroz. Esos libros eran entregados en su misión evangelizadora a los sectores populares que vivan hacinados en los conventillos, con la esperanza puesta en su conversión a la fe protestante. Ante la imposibilidad de comprar papel higiénico, los destinatarios tenían pocas opciones: o acumular el papel suave que envolvía las frutas (un recurso muy limitado), o sufrir el papel de diario. O, como recurso ingenioso, perforar un ángulo del libro de fe recibido como regalo, colgarlo en un gancho junto al retrete (cercano al calefón, para los pocos que lo tenían) y consumir las hojas de papel de arroz (o papel seda) sin arrepentimiento. La metáfora empleada por Discépolo se completa así: “…Y herida por un sable sin remache/ves llorar la Biblia junto a un calefón”. El paralelo es claro: el sable sin remaches simboliza el gancho que colgaba junto al retrete, mal que le pese al lector Vallejos.
No es intención de este ombudsman defender a ultranza el texto de Genovese. Simplemente, aclararle al lector su inquietud, tal como lo reclama.