Nada es igual desde la desaparición de Santiago Maldonado. O al menos es difícil volver atrás luego de más de ochenta días en los que el aparato judicial, el Poder Ejecutivo y los grandes medios parecen haber resquebrajado los márgenes de ciertos acuerdos básicos en los que se sostiene y nutre la convivencia democrática. ¿Cómo recuperar parte de lo perdido? Es la pregunta que se impone.
La tristeza hoy se respira en las calles, en los rostros de una familia que responde a la calumnia desde la dignidad y a la arbitrariedad desde la búsqueda incansable. En aquellos cientos de miles que hicieron desde la “pregunta incómoda” una declaración de principios no sólo acerca del pasado sino, sobre todo, de rechazo a un negacionismo que amenaza con teñir el presente y el futuro. De artesano y artista callejero que transitaba por la vida cargado de sueños y liviano de equipaje, la movilización y el reclamo masivo ante su desaparición forzada hicieron de Santiago el ícono de una Argentina que elige respirar en libertad y apartarse de los miedos.
Las encuestas barajadas durante más de setenta días en Balcarce 50 infundieron en el Gobierno la confianza de que la actuación en “territorio mapuche” era un eslabón perdido en la cadena de simulaciones, algoritmos y marketing que deberían llenar las urnas este domingo. Tal vez tengan razón, aunque algunas luces de alarma comienzan a encenderse. El manejo o “desmanejo” del caso Maldonado probablemente no tenga impacto inmediato, pero deja un tendal de intangibles difíciles de evaluar en su profundidad y en el daño. Lo único seguro es que “perdimos” todos.
Confiado en los propios laberintos discursivos que suelen retroalimentarse y subir la apuesta, el Gobierno se sintió con la inmunidad de imponer no sólo su versión sino, fundamentalmente, las reglas de un juego del que es parte y se constituye en árbitro. La inoperancia, el encubrimiento, la falta de rigurosidad, los premios y castigos a un Poder Judicial subordinado y acotado mostraron el desprecio por alcanzar una verdad que no se creyó necesaria ni conveniente. El blindaje mediático instaló versiones “a medida” de operaciones y rumores disparatados y tendenciosos surgidos de despachos oficiales, tanto nacionales como bonaerenses, que terminaron de ensuciar una cancha ya de por sí embarrada. Las asimetrías en pugna entre unos pocos mapuches que viven en condiciones aberrantemente precarias y un poder gubernamental que garantiza la tranquilidad a un puñado de “ciudadanos del mundo” que cuentan sus hectáreas de a miles son demasiado grandes.
Sin posibilidad de entablar un diálogo, rechazado de cuajo por la administración de Macri, la suerte corrida por Maldonado poco tiene de casual o accidental. Se inscribe en la voluntad de la ministra Patricia Bullrich, ejecutada por su mano derecha, Pablo Noceti, de emplear a la Gendarmería para reprimir y “cazar mapuches”. No sólo para mostrarles los límites, sino también como forma de criminalizar y desmotivar una protesta social ascendente. Conferir poder a las fuerzas de seguridad tiene sus riesgos, los argentinos lo sabemos por historia. Pero no es un tema que preocupe al Gobierno. Si hay “excesos” apelará a la confusión como herramienta y al ocultamiento como defensa.
Más allá de los resultados que arroje la autopsia, hay disrupciones verbales difíciles de enmendarse. La mordaza mediática impuesta en los últimos días a Elisa Carrió o sus tibias “disculpas” no lograrán borrar un sincericidio que “escandaliza” y avergüenza. ¿Logrará la candidata del desatino, la desmesurada, la crueldad revestida de soberbia, conservar un voto que ya habla más de los porteños que de su representante política?
Santiago Maldonado, desde su mirada clara y su sonrisa limpia, hoy refleja a una sociedad que suele debatirse entre sus excepcionalidades y sus miserias.
*/**Expertos en medios, contenidos y comunicación.
*Politóloga. **Sociólogo.