Los mandamientos que predican las religiones estaban ya, hace millones de años, en los ancestros que compartimos con los chimpancés. Cuando Frans de Waal publicó El bonobo y los diez mandamientos, demostró que estos simios comparten las leyes que distintas culturas creen que les entregaron sus dioses. Después los Homo Sapiens convertimos a ríos y montañas en seres sobrenaturales y establecimos en su nombre normas que nos permitieron formar enormes grupos con los que conquistamos el mundo. Hemos interiorizado de manera inconsciente acuerdos que nos permiten vivir. Cuando cincuenta mil personas van a un estadio no se agreden, porque respetan esas normas no escritas: no muerden al que está a su lado, esperan su turno para comprar alimentos, etc. No pasaría lo mismo si reunimos en ese sitio a cincuenta mil chimpancés. Se despedazarían por carecer de esas normas que inventamos los Sapiens.
Otras normas surgen de los juegos de poder en cada cultura. Son acuerdos que regulan las relaciones entre los grupos que integran la sociedad. En las sociedades autoritarias se imponen por la fuerza, y en las sociedades democráticas a través de la negociación y la alternancia en el poder. Cuando grupos militares o religiosos controlan un país imponen sus ideas reprimiendo a los disidentes en nombre de alguna abstracción. A quien no acepta sus puntos de vista le declaran traidor a la patria, a los ideales, o a Dios y piden su muerte simbólica o real. Así funcionaron las monarquías absolutas, los gobiernos comunistas, los nazis, las dictaduras militares y algunos cacicazgos provincianos. Los autoritarios niegan la alteridad, atacan al distinto, se creen dueños de una verdad que han inventado.
Capitalismo y democracia. Desde el siglo XIX se desarrollaron el capitalismo y la democracia, que incrementó exponencialmente la riqueza que existía en el mundo. Hasta ese entonces un 98% de la humanidad vivía sumida en la más extrema pobreza e incluso los más ricos vivían en condiciones que desde nuestra visión del siglo XXI serían deplorables. En ningún castillo fastuoso hubo cloacas, agua potable, o salubridad. Pensar fue un privilegio limitado porque no cabían disensos importantes. La opinión pública y la democracia nacieron en cafetines en los que se podía hablar de cualquier tema y expresar libremente cualquier opinión. Reivindicaban la libertad de discutir, de discrepar, de vivir en una sociedad pluralista.
La democracia se amplió con el desarrollo de la tecnología. La radio puso en contacto a los dirigentes con millones de personas. Nacieron los líderes de la palabra, oradores que hablaban de ideas, principios y supersticiones y lograban así el apoyo de las masas. En cada país hubo prohombres que los ciudadanos reconocían como a sus representantes. Cuando algunos de ellos se reunían podían firmar acuerdos que todos obedecían. La televisión rompió muchos mitos y con internet las relaciones verticales volaron en pedazos.
Pacto. El prototipo de antiguos acuerdos fue el Pacto de la Moncloa, suscrito por la casi totalidad de las organizaciones políticas y sociales en 1977 para fundar la democracia contemporánea española. Muerto Franco en 1975, el país atravesó por una época turbulenta hasta que el rey Juan Carlos nombró primer ministro a Adolfo Suárez y le pidió que construyera una democracia moderna, sin que eso significara una ruptura con el régimen anterior. La gran mayoría de los españoles quería el cambio, pero había que tomar medidas para detener una inflación que había llegado al 26%. Existía un consenso acerca de que se necesitaba ordenar la economía, pero los partidos usaban el tema para la lucha electoral. Tras muchas negociaciones firmaron el pacto Adolfo Suárez –líder del franquismo moderado, Felipe González –del Partido Socialista, Santiago Carrillo –del Partido Comunista, el gobierno de España, las asociaciones empresariales, las organizaciones sindicales y sociales. El documento no fue el programa de gobierno de una alianza electoral, sino un acuerdo de todas las organizaciones representativas del país que refundaron España.
El Pacto de la Moncloa fue posible antes de que internet cambie la mente de la gente. Los españoles se sentían representados por esos dirigentes. Actualmente la mayoría de los occidentales está en contra de los partidos, de la política, no se sienten representados por nadie, ni quieren ser representados.
Venezuela, Colombia, México. Venezuela normalmente fue gobernada por militares desde su fundación. La última dictadura fue la de Marcos Pérez Jiménez, que cayó en 1958. Desmoronado el régimen castrense los partidos civiles querían instaurar una democracia estable, pero temían el regreso de los militares. Los tres líderes más importantes del país, Rómulo Betancourt (AD), Rafael Caldera (Copei) y Jóvito Villalba (URD), firmaron el Pacto de Punto Fijo que fundó una democracia que durante años pareció un modelo a seguir. Los tres partidos se comprometieron a respetar los resultados de las elecciones, a integrar gobiernos de coalición en los que ninguno de ellos tuviera hegemonía y a presentar a la sociedad un programa político común. La URD abandonó pronto el pacto, pero por más de cuarenta años los socialdemócratas (AD) y los socialcristianos (Copei) se alternaron en el poder. El pacto fue suscrito por líderes a los que la mayoría de los venezolanos reconocía un liderazgo. En 1999 el coronel Hugo Chávez ganó las elecciones e instauró un nuevo gobierno militar que dura hasta estos días.
En ese mismo año nació el Frente Nacional de Colombia, gracias a un acuerdo entre liberales y conservadores que terminó con una historia de enfrentamientos militares entre liberales y conservadores, después de la dictadura del General Rojas Pinilla. En el otro extremo de Venezuela, Colombia es un país institucional y Rojas Pinilla fue una excepción. El acuerdo entregó todo el poder al bipartidismo y rigió hasta 1974, estableciendo que exista durante cuatro períodos presidenciales un gobierno de coalición, presidido por un candidato elegido por los dos partidos, que repartía equitativamente la burocracia y las bancas parlamentarias. El acuerdo del Frente Nacional fue ratificado en un plebiscito por el 95% de los colombianos que se sentían representados por esos líderes.
En 2012 el nuevo presidente de México Enrique Peña Nieto logró que los dirigentes de todos los partidos políticos mexicanos, el PRI, el PAN, el PRD y el Verde Ecologista firmen en el Castillo de Chapultepec el Pacto por México, un acuerdo político, económico y social para conducir al país a largo plazo. Además de los líderes partidistas, acompañaron los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado, los coordinadores de los bloques en las dos Cámaras, secretarios de Estado, gobernadores en funciones, gobernadores electos y el jefe de Gobierno electo del Distrito Federal. No faltó casi ningún personaje notable, pero los hechos ratificaron que la gente no quiere ser representada. El gran ausente en la firma del Acuerdo fue Andrés Manuel López Obrador, probable nuevo presidente de México, que seguramente echará por la borda lo aprobado con tanto respaldo formal.
Los partidos y los líderes en general, están desprestigiados en Occidente y no conservan el peso que tuvieron en la antigüedad. Cientos de estudios publicados en los últimos años dicen que esto es así. Los partidos se volvieron líquidos y la voluntad de los electores también. Los Pactos en la sociedad posinternet son de cúpulas, caen mal a los nuevos electores.
Argentina. En este momento de transición de Argentina, algunos políticos invocan el modelo del Pacto de la Moncloa que creen que podría servir para que los dirigentes sociales y políticos lleguen a un acuerdo que tome medidas de ajuste que no tendrían oposición por el respaldo unánime de los dirigentes.
Algunos políticos bárbaros dijeron que tenían listo nuestro Pacto de la Moncloa, que había sido elaborado por un experto y que algunos miembros del Gobierno no querían firmarlo. Es usual que vengan “expertos” que venden espejitos a personas inocentes. Un acuerdo como ése solo es posible cuando se derrumban las instituciones de un país y se consigue un consenso después de complejas negociaciones.
El tránsito de una sociedad corporativista a una sociedad abierta es difícil, estamos en el siglo XXI, no se la puede lograr solamente consiguiendo que los líderes de los partidos políticos y organizaciones sociales se pongan de acuerdo. Para empezar: ¿existen esos líderes que firmarían un pacto para realizar un ajuste brutal? ¿Qué texto para enfrentar la crisis podría unificar a Mauricio Macri, Cristina Kirchner, Hebe de Bonafini, líderes empresariales, Hugo Moyano, Nicolás Del Caño, Luis Barrionuevo, los sindicatos de izquierda, Gustavo Vera, Juan Grabois, y Alfredo Cornejo? De reunirse esa mesa no se llegaría a nada.
El diálogo es indispensable, pero no pueden participar solamente unas pocas personas importantes, porque el mundo cambió y todos los ciudadanos se sienten importantes. Los acuerdos actuales necesitan más la aprobación de la gente que está en la Plaza de San Telmo, que la de quienes habitan en palacios. Una de las principales virtudes de Mauricio Macri es que escucha. Como jefe de Gobierno y como presidente de la Nación dialoga permanentemente con líderes que representan a la sociedad fragmentada hija de internet. Así como convocó a la amplia discusión acerca del aborto, conversa con todos los sectores, solo que ahora no hay una personificación de los obreros como fue Lorenzo Miguel o un símbolo de la oposición como fue Balbín. La nueva sociedad no nacerá del consenso de unos pocos, sino del trabajo de miles de argentinos capaces de superar el primitivismo y discutir sus diferencias con respeto.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.