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Reino Unido

Democracia en crisis, monarquía en alza

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Transcurridas casi dos décadas del siglo XXI, la Corona británica, una institución aparentemente demodé e inmóvil, reñida con el republicanismo y a contramano de algunos principios democráticos, no sólo se aleja de su anunciada extinción, también ha cobrado nuevos bríos.  El casamiento del príncipe Harry con la actriz y activista humanitaria Meghan Markle causó cierto escozor en las mentes más recalcitrantes, pero vino a oxigenar una nobleza a la que le ha costado, y mucho,  romper con las “tradiciones” y salir de los laberintos de palacio.
De madre afroamericana y padre holandés, la incorporación de Meghan sacude los cimientos de una elite inglesa aferrada a sus orígenes de casta y raza, al contrario de la sociedad que “representa”, cada vez más multirracial, multinacional, diversa, al mismo tiempo que enfrentada, dividida, insegura y temerosa.  
El matrimonio entre el noble “rebelde” y la actriz estadounidense, mestiza, divorciada, tres años mayor que él, hija de un director de iluminación y una instructora de yoga, parece funcionar como fórmula. Ella es plebeya, de un barrio de Los Angeles, y carga en su haber con algunos miembros de su familia ensamblada no dispuestos a hacérsela fácil. Ella, sin embargo, ya sedujo a los ingleses: es reconocida por su talento, es linda, carismática, embajadora de la ONU, feminista.
Nada está librado al azar en el universo Windsor. La reina impulsó personalmente –y lo continúa haciendo–  el “rebranding” de una corona que quedó colapsada, cuestionada y sin respuestas ante la muerte de Diana y el dolor de su pueblo. La revitalización de la imagen de La Firma, como la denominaba la Princesa, supuso la inversión en marketing y en expertos, además de interactuar en las redes y en los medios. Si la construcción glamorosa y aspiracional supo asentarse en discursos escuetos, apariciones esporádicas, intimidades celosamente guardadas y distancia con los súbditos, hoy la “popularidad” exige renunciar a cierta intimidad, pero preservando el aura de “magia” y “encanto” que provoca “la sangre azul” sobre los plebeyos.  
Harry, el favorito entre los ingleses, encabeza, junto a su hermano Williams, la renovación en curso.  Es el “producto” transgeneracional por excelencia: dulce y amable, descontracturado, sexy, deportista, audaz, solidario y filántropo.  Además, rompe las reglas. Maneja su imagen mediática como pocos, aunque guarda profundo rencor con los paparazzi, a quienes culpa por la muerte de su madre. Se hizo el primer análisis de sida en vivo, entrevista a personalidades del mundo por TV, presentó a su prometida en la BBC y enfrentó  a la prensa cuando consideró que su novia Meghan “fue víctima de abuso, acoso, mentiras y racismo”.
 Como institución nacional y religiosa, los Windsor tienen un valor en el mercado  de aproximadamente $ 66.840 millones de euros, cifra que incluye tanto los bienes tangibles como los beneficios derivados de sus posesiones.  Su “contribución” a la economía británica, según Brand Finance, alcanzaría los $ 1.361 millones de euros, mientras que la boda de Harry y Meghan aportaría otros $ 700 millones.
La monarquía, ese sistema basado en privilegios y en un poder hereditario, hoy goza de buena salud, con largas proyecciones hacia delante. Los republicanos representan sólo el 18% de la población y parecen pregonar en un terreno nada fértil. Todo está en crisis y cuestionado hoy en Gran Bretaña: el parlamento, la city financiera, la policía, los medios. El Brexit aparece como el broche de oro a una crisis plagada de frustraciones y el disparador de otra etapa, en la que ni el futuro económico ni el político parecen demasiado alentadores. Los dos referéndum (el de la permanencia en la UE y el de Escocia) y las últimas dos elecciones han colocado a los votantes en uno u otro lado de la grieta. Y la elección de Donald Trump como presidente le mostró a parte de los ingleses las debilidades y los peligros de las democracias presidenciales. Los vaivenes europeos contribuyen a afianzar la creencia de que la monarquía es la única estabilidad posible y la mejor arma para contrarrestar los efectos del Brexit.   
La teatralidad inglesa pareciera seguir funcionando. Todo se renueva para que nada cambie.

*/**Expertos en medios, contenidos y comunicación. *Politóloga. **Sociólogo.