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PRIMER ACTO DE CAMPAA EN MEDIO DE LAS PESTES

La Moyano-dependencia

El poder en la Argentina quedó en manos de una nueva empresa: “Kirchner, Moyano y Asociados”. Ese concubinato de intereses y necesidades se mantendrá firme, espalda contra espalda, por lo menos hasta las próximas elecciones.

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El poder en la Argentina quedó en manos de una nueva empresa: “Kirchner, Moyano y Asociados”. Ese concubinato de intereses y necesidades se mantendrá firme, espalda contra espalda, por lo menos hasta las próximas elecciones. Hugo Moyano es el nuevo socio del poder. No se anduvo con chiquitas pidiendo más lugares en las listas de candidatos ni algún ministerio para sus muchachos. El multitudinario acto que encabezó el jueves le dio acciones suficientes para cohabitar con los Kirchner en el gobierno. Hizo ostentación de un poder de movilización y de organización inédito para estos tiempos de abulia participativa y de cinismo militante. Envió un mensaje disciplinador que servirá como dique de contención frente a los conflictos que se vienen en un país donde hay 14 millones de pobres y hasta el INDEC confiesa que aumentó la desocupación.

Hugo Moyano confirmó que tiene la suficiente astucia estratégica como para sentarse, tal vez como nunca en la historia, en la mesa donde se deciden las cosas importantes. Pisó el acelerador a fondo y ató su futuro al de los Kirchner. Pero Kirchner, a partir de ahora, será “Moyano-dependiente” y “pejotismo-dependiente”. Irán juntos “a la gloria o a Devoto”, como decía el inolvidable talento de Justo Piernes. Si las urnas del 28 de junio le bajan el pulgar al kirchnerismo, los tiburones del peronismo irán por la sangre de Néstor y Cristina, y los gordos del sindicalismo tratarán de devorar a Moyano.

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Saúl Ubaldini tenía más carisma y tal vez más transparencia que Moyano pero le tocó un período de resistencia contra el poder. Primero para acelerar la huida de la dictadura después de Malvinas y, ya en democracia, para hacerle la vida imposible a Raúl Alfonsín con una catarata de paros. Moyano creció en la lucha contra el menemismo privatizador que apostó a las finanzas y los servicios; fue el primero en denunciar las coimas en el Senado en tiempos de Fernando de la Rúa con la tristemente célebre “Banelco” y se fortaleció con el nuevo rol que tiene el transporte terrestre en la sociedad global. Hoy, los camioneros de Moyano son lo que fueron los metalúrgicos de Lorenzo Miguel. En todo el mundo los camioneros pueden paralizar un país. Incluso una región. Tienen una capacidad de daño notable. Es cierto que Moyano no es la Madre Teresa. Ni Agustín Tosco. Utiliza mecanismos patoteriles y violentos para bloquear plantas, incluso de distribución de diarios, y para comerles afiliados a distintos gremios, sobre todo a Armando Cavalieri. Nadie duda de que su poder económico y su patrimonio van a tener que ser explicados en Tribunales alguna vez, pero Moyano es querido y bancado por las bases de su gremio. No van a las marchas obligados (como suele acusar cierto gorilismo que se atrinchera en la comodidad de los contestadores telefónicos de las radios): van de buena gana porque el sueldo de un camionero y los servicios sociales que presta el sindicato son muy superiores al promedio. Todo lo contrario de Cavalieri, quien se hizo famoso por garantizarles a los empresarios sueldos bajos para sus trabajadores e incluso algunos despidos de delegados demasiado combativos a cambio de algunos millones de favores. Moyano tiene un matiz respecto de los tradicionales “gordos”. La mayoría son representantes millonarios de trabajadores empobrecidos. Se la llevan toda a su casa. Pero Moyano es mucho mas, ¿vivo o solidario?: logró que sus afiliados dejaran la línea de pobreza muy atrás.

Tal vez los Kirchner no sumen ni un solo voto más a partir del primer gran acto de la campaña electoral que aportó Moyano a la nueva sociedad. Todo lo contrario, esa complicidad ratifica a las clases medias en su rechazo y mantiene firme el voto del segundo cordón del Conurbano. Pero cualquier gobierno puede dormir más tranquilo si tiene a Moyano de su lado. Hasta que sea el primero en traicionarlo, como ocurre históricamente en el peronismo, cuando pierda el apoyo de las mayorías. ¿O no fue Moyano el que más respaldó a Adolfo Rodríguez Saá en las elecciones que ganó Néstor?

Esta vez Moyano compró el corazón del discurso kirchnerista. En la reunión que Cristina tuvo en la Casa de Gobierno les dijo: “No vienen por mí, muchachos, vienen por ustedes”. La arenga de Moyano frente al Ministerio de Salud tuvo ese contenido: “Nos quieren robar nuestras conquistas”. ¿Se habrá referido al dinero de las obras sociales que la jefa de ese Ministerio se niega a entregarles? ¿O a la promesa cumplida por parte de Kirchner de no otorgarle la personería gremial a la CTA? Ese debate el matrimonio Kirchner ya lo saldó con su descarnado pragmatismo. Ni Graciela Ocaña ni Hugo Yasky seguirán vinculados al kirchnerismo. El dirigente docente acompañará el intento del moronense Martín Sabbatella, y Ocaña pronto se irá a su casa. Ya dejó el lugar que le tenían reservado en las listas en manos de Nacha Guevara y su puesto en el Ministerio será ocupado por un moyanista de la primera hora una vez que aflojen el dengue y la nueva gripe.

Como puede verse, el autoproclamado progresismo de los Kirchner tiene cada vez más puntos de contacto con el menemismo que hoy dice despreciar, pero con el que compartió boletas electorales en siete ocasiones. La más degradante de las similitudes es la polarización extorsiva expresada en “yo o el caos”, “yo o la explosión, o el vacío” o peor aún, la “inestabilidad democrática” que denunció Cristina con tanta irresponsabilidad como falta de argumentos. “Après moi, le déluge” (“después de mí, el diluvio”) había sido el planteo de Luis XV de Francia, “el bien amado” que terminó como uno de los monarcas más repudiados por su pueblo. Los plebeyos abrieron las puertas de la Revolución Francesa cansados de la explotación de la nobleza, hartos de las injusticias y el hambre y de una sociedad feudal que derrochaba dinero, permitía la intromisión de las amantes en las tareas de gobierno y mandaba al destierro a los parlamentarios que no apoyaban sus medidas. Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.

Nadie puede acusar al piquetero Jorge Ceballos de derechista ni de enemigo de los Kirchner. Fue funcionario de la Hermana Alicia hasta hace muy poco y es jefe del chavista Movimiento Libres del Sur.

Le preguntaron sobre la posibilidad de volver a la grave emergencia de 2001 en caso de que el oficialismo perdiera la mayoría parlamentaria y dijo: “Decir eso es sólo una maniobra electoral de Kirchner. Los países entran en esas situaciones descontroladas por culpa de los gobernantes y no de los votantes. El 2001 no se explica por tal o cual voto. Se explica por lo que hicieron Carlos Menem primero y De la Rúa después”. Es insólito que los Kirchner crean que el sufragio, que es el mayor instrumento de ciudadanía, pueda convertirse en un elemento desestabilizador. El símbolo de la democracia no puede ser utilizado como un arma contra la democracia.

Los Kirchner andan buscando desesperadamente desestabilizadores por ahí para dotar de un tono épico a su lucha por superar la fragilidad y el aislamiento cada vez más ostensible que tienen. Hugo Biolcati y Mariano Grondona les dieron una excusa justa en un módico diálogo televisivo donde trataron por lo menos con liviandad un tema delicado como el posible reemplazo de Cristina por el vicepresidente Julio Cobos. Eso es condenable. Pero también es rigurosamente cierto que los primeros que menearon la soga en la casa del ahorcado fueron los K. Allá lejos, en la fatídica noche de la paliza que recibieron por la 125 con la incitación a la renuncia que le hizo Néstor a Cristina; y acá nomás, con el sincericidio de Emilio Pérsico cuando dijo que si perdían había que tirarle el gobierno por la cabeza a Cobos. El vicepresidente no gambeteó respuestas ante estas tensiones.

Con palabras prudentes y tono moderado, llamó a la gente a votar con libertad porque las instituciones están fuertes.

Traducido: voten contra el Gobierno, que no hay ninguna posibilidad de volver a 2001. En el mismo acto, Cobos criticó a Biolcati diciendo que no le parecía “adecuado” dudar sobre la continuidad de Cristina y mostró su apego por las leyes: “Desde las instituciones hay que acompañar hasta el último día de gestión a la Presidenta y hacer todo lo necesario para que culmine su mandato”.

Hay un clima enrarecido que se potenciará con el correr de la campaña electoral con carpetazos de operaciones sucias y actitudes desmesuradas. Cristina y Moyano se metieron con alguien que no tiene pelos en la lengua y rebota los cuestionamientos con humor feroz y lenguaje callejero como Luis Juez.

Cuando Moyano lo comparó con el payaso Piñón Fijo, el candidato a senador le respondió que prefería compartir las listas con alguien como Piñón y no con Alí Babá. Con la Presidenta, el tono no pudo ser más incendiario. Ella, frente a intendentes radicales K de Córdoba, hizo una alusión al “candidato que cuenta cuentos”. Juez no tuvo piedad con la investidura ni buenas maneras en su contragolpe: “Lo que Cristina va a tener que contar son los votos con los que le voy a tapar la jeta, la trucha, a esa soberbia, petulancia, grosería y altanería con la que vienen gobernando. Es un matrimonio desequilibrado que juega a la ruleta rusa con la cabeza de los argentinos y por eso lo mejor que puede pasar es que los votos equilibren a un gobierno desequilibrado”.

Los truenos no solamente suenan en el cielo opositor. Carlos Kunkel humilló por radio a Alberto Fernández casi como obligándolo a que se vaya de una vez y para siempre del kirchnerismo. Le facturó que “nunca el peronismo había sufrido una sucesión de derrotas tan grande en la Capital como durante su presidencia”. Todo el mundo sabe que Kunkel no dice nada si no tiene la orden de Kirchner.

Cualquiera puede sacar sus conclusiones de divorcio definitivo entre el matrimonio presidencial y el ex jefe de Gabinete. Menos el propio protagonista, que con intervenciones patéticas en los medios quiere explicarle el kirchnerismo a Kirchner. Alberto Fernández se quiere mostrar como el rostro humano del kirchnerismo. Lo quiere convencer a Néstor de que no tiene que ser como realmente es.

Que tiene que escuchar, como le viene rogando desde hace tiempo. Que no tiene que ser agresivo y mezquino con su tropa propia. Pero Kirchner no puede controlar esa génesis intolerante que le aflora por los poros en todo momento.

Es implacable con los que él considera sus enemigos políticos, la “alianza residual que huyó en helicóptero” y los “empresarios millonarios que quieren refundar el neoliberalismo”.

Pero es cruel hasta el salvajismo con quienes han sido sus compañeros de ruta y resolvieron abandonarlo en la puerta del cementerio y no enterrarse con él.

La lista es inmensa y con diversidad de matices ideológicos pero incluye a Roberto Lavagna, Alberto Fernández, Santiago Montoya, Julio Bárbaro, Felipe Solá, Sergio Acevedo, Gustavo Béliz, Miguel Bonasso, Aníbal Ibarra y pronto sumará a Graciela Ocaña, Juan Schiaretti y Carlos Reutemann, entre otros.

Existe en la cima del poder una dimensión ínfima de los valores republicanos y un desprecio por las formas institucionales que son la única defensa frente al caudillismo paternalista con delirios hegemónicos. Por eso, asustar con los fantasmas de la desintegración social de 2001 resulta un atajo primitivo de alguien que está desesperado. La democracia con equidad no se construye con las granadas del pánico.

Ya bastante miedo tenemos los argentinos por las apuestas a la fragmentación que hace el Gobierno, por la epidemia de dengue y por la casi pandemia de gripe porcina para que los Kirchner, encima, quieran instalar el temor a la gripe pingüina.