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La Mujer Araña

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Recién bajados del taxi que nos trajo desde el minúsculo aeropuerto de Vieques (una isla como Ibiza, con la infraestructura de San Bernardo) hasta el hotel donde vamos a pasar una noche antes de un congreso agotador, le digo a mi marido, que tiene puesta una remera con el emblema de la Mujer Maravilla: “De la que te salvaste”.

Miguel, el conductor del público que elegimos, vestía un ajustadísimo pantalón de color azul y un top violeta (una remera diminuta que exponía su buzarda monumental). Manejaba con una mano mientras sacaba la otra por la ventanilla para que revoloteara al viento. Decía (reemplácense las erres por eles, toda vez que corresponda, con la gracia del nativo): “Yo nací aquí, soy viequense... Pero los precios están pol’as nubes. Me tomo el ferry y compro todo en Fajardo… La base naval de los gringos la desmantelaron en 2003... Quedó muscho napalm, muscho uranio, hay muscha gente con cáncer por eso... Pero eran taaan bonitos. Yo iba siempre a la base. Me invitaban a tomar cervezas y luego, tú ya sabes... Es que yo me canso pronto de los hombres. Mira, éste es mi novio... (muestra fotos de su celular: un modelo veinteañero tatuado). Dejó a su mujer por mí. Pero sigue siendo muy mujeriego. Las broncas que hemos tenido por eso...

“Ah, Buenos Aires, ha de ser muy bonita. La Mujer Maravilla estuvo una vez allí. Giraba y giraba y el peinao le quedaba siempre impecable. Y esas túnicas blancas, qué elegancia... Por allí hay muchos caballos, ¿verdad?

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“¿Las mejores playas? Yo iba siempre a la Media Luna, que tiene una arena como de azuca, te acaricia el cuerpo. Y la Bio Bay... Una belleza. Haces así con la mano (hace un gesto como de rociar agua con los dedos) y salen chispas volando. Las brujas van a buscar agüita clandestinamente. Llenan botellas y luego la eschan en las paredes de sus casas, para ahuyentar los malos espíritus, porque es agua mágica, llena de vida.”