COLUMNISTAS
Mitos y verdades alrededor del tango

La música de las ciudades

¿Qué hay detrás del supuesto “boom” de las milongas? El sociólogo apunta que, tras el presunto fenómeno que se hizo evidente con el cambio de siglo, hay un nuevo episodio del tradicional reconocimiento de un producto argentino siempre a partir de su consagración en el exterior. Sin embargo, agrega, el tango está lejos de recuperar la adhesión mayoritaria de otros tiempos. “En cuanto acontecimiento artístico, el auge actual es sólo un ‘revival’, ya que no han surgido ni nuevos grandes compositores ni tampoco nuevos letristas”, afirma.

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Después de muchos años en que el tango estuvo relegado a algunos nostálgicos, con el cambio de siglo se produjo un inesperado regreso. Una vez más se repitió la historia del reconocimiento de un producto argentino, tras su consagración en el exterior. El éxito logrado en París y luego en Broadway por una revista musical sobre el tango incidió en el redescubrimiento en su lugar de origen, acrecentado después con las oleadas de turismo ávidas de color local.
Cansados del ruido y la histeria de las discotecas, algunos porteños encontraron un refugio en las milongas donde hay mayores posibilidades de entablar conversaciones y aun relaciones eróticas. Sin embargo, el tango está lejos de recuperar la adhesión mayoritaria de otros tiempos. Aparte de los tradicionales lugares donde se va a escuchar canto y de los bailes al aire libre los domingos en Plaza Dorrego y en Barrancas de Belgrano, los salones de baile se reducen a algunos sitios que funcionan un día a la semana en salas alquiladas a clubes regionales, y su público es mayoritariamente extranjero.
En cuanto acontecimiento artístico, el auge actual del tango es sólo un revival, no han surgido nuevos grandes compositores ni letristas. Los disc-jockeys de las milongas se limitan a pasar los viejos discos de siempre, poco le importa al público que va a bailar y no a escuchar. Los nuevos conjuntos, por su parte, son demasiado complicados para ser populares pero tampoco alcanzan sus pretensiones de acceder a la música culta.
Todo género musical, culto o popular, tiene inevitablemente un ciclo de duración. El tango había durado cerca de setenta años y el agotamiento, hacia mediados del siglo XX, era inevitable. Otros motivos más puntuales contribuyeron a su eclipse. La crisis económica hizo imposible el mantenimiento de grandes orquestas. Las nuevas generaciones se identificaron con el ritmo del rock y la televisión encontró mayor atracción visual en los extravagantes roqueros que en los demasiado solemnes y estáticos tangueros.
El decaimiento del tango como música popular trajo al mismo tiempo su musealización y academización. Los intelectuales y los políticos populistas crearon el mito del tango como símbolo de la identidad nacional y popular, cuando en realidad, se trata de una música significativamente policlasista y cosmopolita.

¿Música popular? Nacido en el 1880, el tango fue un signo cultural más de esa legendaria generación caracterizada por su singular unión, aunque conflictiva, de las elites ilustradas y la inmigración proletaria. El tango fue precisamente uno de los puntos de encuentro entre estos dos polos sociales. La modernización de la ciudad trajo las zonas marginales y el hábito de la juventud de clase alta de buscar exotismo en el bajo fondo. Al “niño bien” le gustaba disfrazarse de compadrito del mismo modo que a su padre estanciero le gustaba disfrazarse de gaucho. En los burdeles del suburbio descubrió el nuevo baile y lo llevó al París de la belle époque donde se convirtió en una moda sofisticada. Legitimado en Europa el tango, en un viaje de ida y vuelta, se impuso entre las grandes familias porteñas que desoyeron las condenas –“reptil de lupanar”, Lugones dixit– de nacionalistas y católicos. En los años veinte, Victoria Ocampo bailaba el tango con Ricardo Güiraldes al son del bandoneón de Osvaldo Fresedo. Gardel amenizaba con su canto los comités conservadores y las fiestas de la alta sociedad, y era presentado como expresión autóctona a los príncipes y otros visitantes ilustres. Los lugares públicos donde se escuchaba y bailaba el tango –Armenonville, Palais de Glace, Tabarís– eran, por sus altos precios, coto privado de las clases altas.
Las letras de tango no siempre reflejaban el arrabal; con frecuencia se referían al cabaret lujoso, a las garçonnières y a los palacetes con el “viejo criado”, esos eran los ámbitos habituales de los tangueros vestidos de etiqueta: Juan Carlos Cobián –llamado “el aristócrata del tango”–, Fresedo, los hermanos De Caro y, por supuesto, el propio Gardel. La vida gris de la clase media y de los obreros rara vez se veía reflejada por los letristas de tango, que preferían los mundos más atractivos de los ricos o de los lúmpenes.
La aceptación del tango por las familias de clase media y por las clases trabajadoras se hizo a la zaga de la clase alta, y a través –según los niveles sociales– del club de barrio, los cafés con vitroleras, las confiterías con pista bailable, los números cantables de los sainetes, las varietés de los cines, las fiestas familiares o el piano infaltable en las salas pequeñoburguesas. La radio, esa gran difusora de la cultura de masas en el siglo XX temprano, transformó a la sociedad de los años treinta y cuarenta en un público de tango perteneciente a todas las clases sociales.

¿Música nacional? La otra faz del mito populista fue el carácter nacional del tango. Por su origen no entraba, sin embargo, en los límites de una Nación, surgió al mismo tiempo en Buenos Aires y en Montevideo y sólo llegó tardíamente al interior del país donde debió competir con los folclores locales. El tango es ante todo una música ciudadana, producto de dos ciudades portuarias con altos índices de inmigrantes, por eso está más cerca de París que de la Pampa.
Desde el punto de vista musical es una mixtura de tango andaluz, habanera caribeña, canzoneta napolitana, candombe negro –en la coreografía– y danzas centroeuropeas de salón, la mazurca y la polca; incluso en el tango-romanza hay ecos del vals y la chanson francesa. Sus principales creadores –desde De Caro a Piazzolla– eran hijos de inmigrantes italianos; el cantor mítico, Carlos Gardel, había nacido en Francia y el instrumento más representativo, el bandoneón, fue un invento alemán usado en los templos protestantes. La única fuente aparentemente autóctona del tango sería la milonga campera, pero ésta, como su instrumento la guitarra, tenía a su vez un origen español.
Si es posible encontrar en el jazz semejanzas con el tango –el ragtime recuerda al ritmo rápido y festivo de la guardia vieja, y el blues, a la melancolía de la guardia nueva– se debe a que en ambos casos (sociedades de inmigrantes) las fuentes cosmopolitas son comunes. La “italianización” del tango que tanto deploraba Borges se remonta a un lejano pasado, como se comprueba escuchando resonancias de tango ocultos en una sonata para clavicémbalo de Cimarosa.
El tango es una expresión universal y a la vez local, en tanto surgió en dos ciudades, pero no es nacional. Precisamente por eso expresa a ciudades–puerto donde ser cruzan todos los caminos del mundo y se identifica con el hombre rioplatense que es un ser híbrido, mestizo, mezcla de los más variados orígenes.
Del mismo modo en que el tango abrevó en todas las culturas, todas las culturas hasta la japonesa, aceptaron el tango, incluida la música culta: hay inserciones de tango en Stravinsky, Berg, Satie, Weil, Hindemith, Krenek.
Para disgusto de populistas y nacionalistas, Borges y el tango, las dos expresiones estéticas más originales –¿las únicas?– que dio Buenos Aires, tanto por sus fuentes como por su alcance, pertenecen a la cultura universal.