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DE PATADAS, MARICAS, BRUJAS, VENTAJEROS... Y LA PIERNITA DE LAMELA!

La nena y diez más

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“Todo hombre se parece a su dolor”

André Malraux (1901-1976)

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Si nuestro fútbol fuese una novela policial inglesa, el crimen del niño Erik Lamela sería sólo un amable juego de misterio y acertijos, en el que el asesino podría ser cualquiera de los elegantes personajes que conforman la trama. Así las cosas, el agudo y regordete Hercules Poirot de Agatha Christie podría recitar su monólogo final frente a todos para rematar con la línea más esperada del relato mientras bebe su té rojo sin azúcar y, teatral, clava su mirada en el sujeto menos pensado: “¡El culpable es… usted, monsieur Curbelo!”. Y Curbelo, claro, aceptaría la derrota, digno, como todo caballero.

Pero no. El viscoso mundo de la pelotita, aquí y ahora, es más una novela negra americana que un policial inglés. Y en una novela negra, muchachos, no existen buenos, nobles, ni mucho menos inocentes. En un ambiente oscuro, lleno de traiciones, mala intención, mezquindades, intereses cruzados y delación, cualquiera puede ser el asesino. El detective, los sospechosos, la policía, los personajes secundarios, la víctima, el autor y hasta los mismísimos lectores, si me permiten la exageración. En un mismo lodo, todos manoseaos, diría Discépolo, nuestro pequeño Schopenhauer de café.

Jorge Curbelo es uruguayo, le pusieron Winston de segundo nombre como a Lennon, juega en Godoy Cruz y, gracias a su feroz planchazo, repetido en los medios como pelea en lo de Tinelli, hoy es otro Hannibal Lecter. Sus tapones de aluminio volaron y se clavaron en la rodilla izquierda del hábil Lamela, aquel niño prodigio de fin de siglo que se quedó sin La Masía del Barça, pero igual creció más que Messi –en centímetros, claro–, y hasta sobrevivió al living de Susana, entre otros méritos.

¡Crash! La escena fue dantesca. El ruido del impacto, estremecedor: ¡186 centímetros de pura masa muscular lanzado hacia las jóvenes articulaciones del volante rival! Una masacre. ¿Cómo no ponerse del lado del indefenso agredido? ¿A quién se le puede ocurrir no hacerlo? A su célebre colega Juan Sebastián Verón, por ejemplo. Que luego de ver hasta un poster de Lamela y su herida en 3-D, pronunció la frase fatal: “Parecemos nenas, ya”. Que lo parió.

No fue el único. Cellay y Cahais, por ejemplo, defendieron al zaguero que “llegó tarde” y Ortigoza directamente dobló la apuesta: acusó a Lamela de “mariconear”. Wow. La guerra estaba declarada. Y si algo faltaba, se sumó Almeyda, que se odia con Verón desde los años compartidos en la Lazio y en la Selección. “Cuando venga a River, le vamos a demostrar lo hombres que somos”, prometió. ¡Eh…! ¿Qué pasa, muchachos? ¿Hay amor, acá? Oh mon Dieu… ¡Falta Ricardo Fort y estamos todas!

Sucede que, en este estrafalario foro, ninguna palabra, ningún gesto, ninguna señal es inocente. Sin duda, Verón, omnipresente hasta cuando no juega –como el viernes contra Vélez, un previsible 0 a 0 aburrido, sin llegadas–, no pretendió atacar al payaso –dicho esto con todo respeto–, sino a los dueños del circo que decidieron exhibirlo para presionar a la sensible comunidad arbitral que, con sus fallos, provocan en don Angel Cappa esas deliciosas explosiones de ultraputeadas a lo Federico Luppi. La enmienda “El que no llora no mama”. Cambalache dixit.

Hay, en el mensaje del líder platense, hasta restos de la viejísima dicotomía Bilardo-Menotti, nuestro Braden o Perón futbolero. Cappa tiene una lengua inquieta y, además de recordar a madres y hermanas, construye nuevos enemigos a su paso. Sentado en la poltrona del club de la clase media alta nativa no se lo ve tan cómodo como en Parque Patricios. Ni siquiera recurriendo a su gloriosa historia consigue aplacar la evidente excitación psicomotriz que lo aqueja. Se pone re loco.

La singular operación “herida-less” de Lamela, haya sido idea suya o no, poco ayuda para aquietar las aguas que bajan turbias desde Viamonte. La lucha por evitar el descenso es –diría el célebre DT chino Mao Tsé Tung–, una guerra prolongada y en ella, camaradas, todo vale. Eso sí: por un tiempo las piernas de Lamela –que demostró tener personalidad como para encarar, pelota al pie, y hasta para discutir en pleno partido con un prócer como Ortega– recibirán más golpes que Shannon Briggs. Y se sabe: el club Defensores de Curbelo tiene abierta la inscripción para quien quiera “atenderlo”. Ya hay cola para anotarse.

¿Parecen nenas nuestros virtuosos del balompié? Caramba, no quiero ser prejuicioso, pero viéndolos pedir amarillas para sus colegas, fingir como malos actores de telenovela, delatar, lloriquear… uno podría pensar que sí. Y ni hablar de las coreografías y mímicas en los festejos de los goles. Uf. ¿Alguien imagina a Perfumo, Aguirre Suárez, Pachamé, Basile, Passarella o el Lobo Fischer haciendo el trencito, la ronda redonda, el fideo fino o el paso del borrachito? Mmm… No. La verdad que no.

En fin. Mejor cierro como empecé, con Malraux, cuya frase del acápite lo explica todo de manera magistral y en un milagro de síntesis.

Cada hombre se parece a su dolor, nos dice, compatriotas. Nada más cierto ni rotundo.

Y al que le quepa la curita, que se la ponga.