COLUMNISTAS
gestualidades

La no actuación

Rafaelspregelburd150
|

La Argentina ha vuelto a hiperteatralizarse. Ante la tragedia pública, el discurso político hierve de signos de todos los colores: el gorilaje que festeja; la emoción desbordada de jóvenes que eligen llegar al kirchnerismo allí cuando su mentor se va; el pudor silencioso de quienes ni queremos festejar nada ni podemos adherir con envidiable ingenuidad a un modelo lleno de contradicciones.

Pero entre todos estos signos (que son tema del teatro) me interesa comentar uno solo: se llama el no-acting, la “no actuación”. Se puso muy de moda en el viejísimo nuevo teatro, esa especie de moda nunca afirmada por nadie ni del todo que en los 90 cambió los modales teatrales. Allí, el teatro se popularizó y comenzó a hacerse en todas partes. Los actores descubrieron que no había necesidad de “actuar grande” para una fila 20 que no existía, y estos espacios achicados hicieron de la intimidad su credo. Así cayeron las máscaras de la grandilocuencia, de la gestualidad. La buena dicción fue un enemigo del verosímil: el lenguaje oral está degradado y las equis se pueden hacer como eses, los finales pueden no sonar, y en el no-acting nadie quiere que lo descubran actuando una emoción que tal vez no tenga.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Del discurso de Cristina se dirán muchas cosas. Yo, apenas un actor, debo elogiar su manera técnica de ser no-técnica. De dejar fluir los lapsus (dijo “partidos” por “cuadros de fútbol” y no se regrabó), los pequeños furcios, la emoción quebradiza. Hago como que desconozco los propósitos agregados de esta escena, dejo a un lado la causa urgente del default de la deuda, y me digo: es una actriz formidable, capaz de encarnar tensión y de gobernar diestramente el tiempo que usa. Me gusta cómo actúa. Es la primera vez que recuerdo a un jefe de Estado –tras la temible musiquita de la cadena nacional– actuar como una persona y no como un muñeco Duracell. El cruce de la emoción legítima con el no-acting técnico (que el teatro le ha donado a la política sin cobrarle un austral, por las dudas de que sea un invento mefistofélico) produce un gran efecto de verdad. Y, ojo, que actuar no es mentir. Es todo lo contrario.