Todos saben lo que es un blurb, aunque no todos sepan que a esas citas de autoridad de las contratapas de los libros se las llame así. Todos, en el mundo editorial, saben quién es Gordon Lish, aunque imagino que pocos lo saben en otros ámbitos: nacido en 1934 en los Estados Unidos y apodado “Capitán Ficción”, Lish ha sido uno de los editores más influyentes de la industria del libro estadounidense por los últimos cincuenta años (y eso es decir mucho). Es quien dio a conocer a Jack Kerouac y Allen Ginsberg, desde sus trabajos como editor de Esquire y como director del sello Alfred Knopf, y quien también promovió las carreras de Don DeaLillo, Cynthia Ozick, David Leavitt, Richard Ford y Raymond Carver (a quien inventó o arruinó, depende cómo se lo mire, al cercenar sus cuentos, cambiando tramas y significados, en aquel conocido affaire descubierto hace más de una década por el italiano Alessandro Baricco).
Volviendo al principio, Lish (foto) también escribe ficción. En castellano se puede conseguir su novela Perú, cuya contratapa está plagada de blurbs: elogios breves de Harold Bloom, Anne Tyler, DeLillo, el New York Times y el Washington Post. Todos aprendimos a desconfiar tempranamente de los blurbs, pero es innegable que ejercen, incluso para los más escépticos, un gran poder de seducción (conozco varios casos de escritores argentinos que han tomado fragmentos de reseñas desfavorables sobre sus libros y, como en un pase de magia, los han transformado, fuera de contexto, en vagos elogios). De todas maneras, difícil resistir la tentación de leer el libro de Lish, con semejantes antecedentes y recomendaciones.
Hay muchos que creen que, como el espacio dedicado a la crítica y las reseñas bibliográficas de los diarios y revistas es tan escaso, vale la pena saltearse los comentarios negativos y dedicar esas líneas a elogiar buenos libros (digamos: habiendo tantas novedades mensuales, para separar la paja del trigo). En general estoy de acuerdo, sobre todo frente a las primeras obras de autores hasta ese momento inéditos. Pero también creo que es igual de necesario señalar el momento en que escritores consagrados, célebres, intocables (y sus agentes de prensa, representantes o editores) quieren hacer pasar escritos menores por obras maestras. Y este es el caso de la novela de Lish.
La historia es sencilla y está resumida en siete líneas en la contratapa: un chico de seis años mata a otro, y ese chico recuerda la historia hoy, a sus cincuenta. Lo que sería interesante como cuento, se vuelve árido y redundante como novela. Lish regresa una y otra vez a esa escena central, con una prosa asmática, indeciso entre el objetivismo de (por dar sólo referencias locales de estilos a esta altura agotados) Juan José Saer o las múltiples anáforas de Andrés Rivera. Uno nunca sabe (ni siquiera al llegar al final) si lo que lee es una sucesión sin filtros de los recuerdos de un psicótico, de un adulto con la mente de un niño de seis años, o de un retardado. Los pocos aciertos de la novela tienen que ver con la descripción de la personalidad del estadounidense medio, a esta altura puro lugar común: obsesión por el dinero y la seguridad personal, fe ciega en el progreso, xenofobia. Hay algo seguro: conociendo su afición por eliminar los pasajes superfluos de un texto, si Lish hubiera recibido un manuscrito como Perú lo habría editado. Mucho.