El viaje de negocios a China por parte de una comitiva gubernamental y el desafortunado tuit de la Presidenta para con sus anfitriones me llevaron a recordar un concepto maldito, el de “dependencia”, y otro más a la moda, que remite a la “dramaturgia de la resistencia y la dominación”.
Elaborado a mediados de los años 60 en América Latina, el concepto de dependencia implicaba el reconocimiento de relaciones de dominación entre países centrales y periféricos, y en el interior de éstos, entre clases sociales. La idea de dependencia surgía de un diagnóstico asociado a las nuevas formas de penetración del capital internacional concentrado en las economías de la periferia, situación que ponía fin a las experiencias populistas-desarrollistas y conllevaba un reposicionamiento de la burguesía local en su vinculación con los capitales monopólicos. Como afirmaba el brasileño Theotonio dos Santos, la dominación externa “es impracticable” si no hay articulación entre intereses dominantes de los centros hegemónicos y los intereses dominantes en las sociedades dependientes. En ese contexto, las llamadas “burguesías nacionales” pasaron a ser más acotadamente “burguesías locales”.
La teoría de la dependencia tuvo un impacto enorme, pero también fue víctima de su propio éxito, ya que su vertiginosa divulgación generó numerosos malentendidos, apropiaciones caricaturescas y feroces críticas, provenientes de todo el espectro político-ideológico. Pero en realidad, sus hipótesis siguen en pie, aun si allí donde se equivocaron los dependentistas es en creer que sólo había dos opciones, la alternativa del estancamiento económico o la salida revolucionaria, sin prever que las dictaduras militares que irían imponiéndose en los 70 en el Cono Sur harían las alianzas necesarias –con la burguesía local y el capital internacional– para articular represión y autoritarismo con crecimiento económico, como bien analizaría el gran sociólogo Guillermo O’Donnell.
Dejemos la historia de la teoría aquí y volvamos al inquietante escenario que hoy configura la nueva relación con China, país del cual ya se habla como futuro nuevo Hegemón. Lejos de la autodefinición de “país en desarrollo”, China constituye hoy una gran potencia económica, con un ascenso vertiginoso y una diversificada presencia a nivel global. Según el Consejo Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos, para el año 2030 Asia habrá superado a América del Norte y a Europa combinadas en términos de poder global, basada en PIB, población, gasto militar e inversión tecnológica. En este marco, China tiene una presencia cada vez mayor en América Latina, tal como lo muestra la intensificación de los intercambios comerciales: hoy China es el principal destino de las exportaciones de productos primarios de muchos países de América Latina y, asimismo, China es la principal fuente de importación de productos manufacturados para toda la región. Para Argentina la balanza comercial ya es deficitaria, en un intercambio que con los años se torna cada vez más desigual…
También la presencia de los capitales chinos en la región es cada vez mayor. Por ejemplo, en Argentina están presentes en el sector de hidrocarburos (recordemos la adquisición del 50% del grupo Bridas por parte de la China National Offshore Oil Company, pero también el caso de Sinopec, la petrolera estatal china (que se asoció a YPF en Vaca Muerta); la compra de Nidera les aseguró el control de las semillas y su desembarco en el negocio de los transgénicos; cuenta con inversiones en minería y pronto en la construcción de represas, además del ingente negocio de los ferrocarriles y otros importantes rubros, a lo que se suman los préstamos tan promocionados por el Gobierno. Como sostienen muchos especialistas, más allá de la celebración oficialista, este tipo de inversiones no tiende a desarrollar capacidades locales ni actividades intensivas en conocimiento o encadenamientos productivos. Por el contrario, la localización de las empresas chinas tiende a potenciar las actividades extractivas en detrimento de aquellas con mayor valor agregado, lo cual genera un efecto reprimarizador de las economías de América Latina y nos coloca a las puertas de una “nueva dependencia”.
Esta nueva dependencia puede asumir formas vernáculas entre inquietantes y brutales. Van tres botones de muestra. Primero, una estación espacial está construyéndose en la provincia de Neuquén con trabajadores chinos, cuyo convenio –por cincuenta años– fue aprobado por el Senado en diciembre último e implica una cesión de soberanía. Se trata de un enclave extranjero, donde el Estado argentino no puede entrar, ni ver ni controlar. Segundo, hace unas semanas, ante la crisis hídrica de la zona, la empresa minera MCC, de origen chino, que explota el yacimiento de Sierra Grande chantajeó literalmente al gobierno rionegrino con la suspensión del 75% de los 450 trabajadores para obtener el caudal de agua que requieren para la explotación y el transporte de hierro (la empresa consume el 23% del agua disponible). Tercero, las nuevas formaciones ferroviarias chinas no llegan de la mano de la reactivación de los talleres ferroviarios, como se esperaba. Todo lo contrario: los trabajadores de Emfer (una empresa ubicada en la localidad de San Martín, antes propiedad del Grupo Cirigliano, que vendió al monopolio chino CSR, proveedor de los vagones comprados por el Gobierno) aparecen claramente amenazados.
Parecería ser que China viene no sólo con capitales y préstamos, sino también con trabajadores propios y más reglas de intercambio desigual. En consecuencia, lejos de una relación de cooperación Sur-Sur, estamos asistiendo a la consolidación de nuevas y vertiginosas relaciones asimétricas entre Argentina y China, que marcarían un pasaje del Consenso de las Commodities (exportación de productos primarios a gran escala) a lo que ahora el economista Ariel Slipak propone denominar como “Consenso de Beijing” (China como polo hegemónico).
Cierro entonces con la referencia al “jocoso” tuit presidencial que reemplazaba las erres por las eles. Es sin duda un tuit infantil, pero desde mi punto de vista revela algo más que la confusión de lo público con lo privado, a la cual nos tiene ya acostumbrados la Presidenta. Hay un libro muy famoso de James Scott sobre los discursos ocultos de Los dominados y el arte de la resistencia, que fue muy utilizado en nuestro país para analizar los actos mínimos de resistencia en los años 90 en el mundo del trabajo, en pleno neoliberalismo. Scott sostiene que cuando la asimetría es absoluta, los dominados despliegan mecanismos discursivos hechos de dobles sentidos, bromas, ironías, chistes, pequeñas fugas permitidas que revelan actos de resistencia, y que sirven, al menos, para poder sostener la dignidad y la identidad. Así, la Presidenta podrá hacer todas las bromas de mal gusto que quiera por Twitter, pero en realidad, este último mensaje burlón puede ser interpretado como la escenificación de la impotencia frente al gran acto de entrega del futuro del país; más aun, como un pequeño gesto de infrapolítica frente a la gran desigualdad en las negociaciones asimétricas con el nuevo polo hegemónico. ¿Será entonces que, en el contexto de la nueva dependencia, el kirchnerismo acaba de inaugurar una nueva dramaturgia de la resistencia y la dominación, lejos ya de la épica emancipatoria que buscó instalar a lo largo de estos años?
*Socióloga y escritora.