Ahora que una parte de los medios “descubrió” que hay internas en el Gobierno, tal vez convendría mantener nuestro espíritu salmón de ir contra la corriente y dedicarnos a otro tema. Desde hace semanas PERFIL viene informando a sus lectores sobre la creciente tensión dentro de la administración Macri, que tuvo su clímax con la devastadora entrevista a Emilio Monzó de nuestro Ezequiel Spillman, donde el presidente de la Cámara de Diputados expuso duras críticas que otros oficialistas callan.
Los dardos venenosos de Monzó podrían haberse limitado a chismorroteos de palacio o al pase de facturas personales. Salvo por dos poderosas razones. Por un lado, expresan un debate de fondo en el Gobierno sobre su manera de hacer política. Por el otro, fueron el prólogo de la nueva peor semana de la gestión Cambiemos: la renovada caída en la actividad económica y tres resonantes traspiés ante la oposición en el Congreso (reforma electoral, emprendedores y el empate parcial en Ganancias), que hasta opacaron las buenas noticias del éxito del blanqueo y la sorprendente baja del desempleo.
“Necesitamos tiempo”, confiesa un funcionario de peso con acceso fluido a Olivos. El hombre se muestra convencido de que hay mucha ansiedad, sobre todo en lo que los comunicólogos presidenciales llaman “el círculo rojo”. Admite, sí, que esa ansiedad se esparce y multiplica en el gabinete. “Pero va a pasar apenas se empiecen a ver algunos avances”, augura con esperanza.
Mientras aguardamos esos tiempos mejores (para el Gobierno y el país), está claro que el retiro espiritual a Chapadmalal convocado por Macri desde este jueves 1 podría ser para más de un ministro una suerte de purgatorio.
Antes de eso, el Presidente se ha quejado en público y en privado de ciertas demoras en la ejecución de políticas (sobre todo en la obra pública, atomizada en varios ministerios) y de cortocircuitos cada vez menos disimulables entre conspicuos integrantes de su administración. Acaso insatisfecho con el rol reordenador de esas situaciones que debería tener la Jefatura de Gabinete (Peña-Quintana-Lopetegui), Macri les pidió intervenir a dos amigos influyentes, Nicolás Caputo y José Torello.
La idea oficial es amainar la tempestad para encarar un 2017 crucial para la futura gobernabilidad y el proyecto macrista. Eso incluye acallar un internismo que cansa y, sobre todo, enoja al Presidente.
Algunos en el oficialismo no parecen hacerse eco de semejante molestia del jefe de Estado. Y propician rumores, algunos de ellos inquietantes.
Por caso, se expande la idea de que la relación de Macri con su estratega comunicacional y electoral, Jaime Duran Barba, no atraviesa su mejor momento, más allá de los sablazos de Monzó. Puertas adentro del Gobierno, se sabe que pegarle a Duran Barba es la manera elegante de criticar a Marcos Peña.
Otra versión refiere al regreso de la puja interna por el manejo económico. Advierten un lobby empresario intenso para que Alfonso Prat-Gay se quede con todo el poder. Pero hay otra corriente interna más dura que reclama ortodoxia estilo Melconian, hoy en el Banco Nación.
Hablando de bancos, otras dos intrigas. Una refiere a gestiones que habría emprendido el Gobierno para que otra entidad compre la parte que IRSA-Elsztain tienen en el Banco Hipotecario (en sociedad con el Estado). La otra, que la empresa constructora de los primos de Macri, los Calcaterra, pretende que el millonario financiamiento por la obra del soterramiento del tren Sarmiento pase por su banco, el Interfinanzas. No sería ello un canto a la transparencia.