Hay un hombre que se hizo famoso en YouTube por ejercer una especie de terrorismo doméstico al meter en una poderosa licuadora todo lo que encuentra, desde muñecos de Star Wars a iPhons y pelotas de golf y peluches horribles de San Valentín. Antes de arrojar el objeto a la licuadora, formula la pregunta que da nombre al show: Will it blend? ¿Se mezclará? Y entonces mete en la licuadora el souvenir, o el codiciado objeto de última tecnología, o el obsequio amoroso, o el juguete del nieto, y aprieta el botón de máxima potencia. El momento es estúpido, pero también hipnótico y fascinante. Aunque uno sepa lo que va a pasar, siempre es llamativo ver los primeros estertores del objeto sacrificado, los rebotes contra las paredes del receptáculo y después el desastre, el ruido espantoso, la desintegración, el torbellino de pedazos cada vez más chicos y por último esa sopa negra de polímeros que termina siendo todo cachivache industrial. Me acordé de esa sopa negra al ver las imágenes de la catástrofe en Japón. La gran ola negra de licuado de capitalismo que avanzaba triturando el mundo actual, los autos último modelo sin estrenar, los aviones, las casas, los barcos, la maqueta de cartón de la realidad, todo haciéndose picadillo, rompiéndose en las aspas del tsunami, will it blend?
Así como había algo muy norteamericano y hollywoodense en las imágenes de los aviones explotando contra las Torres Gemelas, también parece haber algo muy japonés en las imágenes del tsunami, empezando por su nombre que significa en nipón “ola de puerto” (es curioso que la expresión correcta y latina “maremoto” parezca también una palabra japonesa). Con buena puntería icónica, la escritora argentina Pola Oloixarac ilustró en su blog una entrada sobre el tsunami con el grabado de Hokusai, La gran ola de Kanagawa, de 1820. Es el grabado más famoso de Hokusai, donde se ve una gran ola a punto de estallar sobre una barca de pescadores. Atrás se ve el monte Fuji, que también parece una ola encrespándose con espuma en la cima, y –algo raro que encontré al buscar la imagen en Google y ver el grabado repetido uno junto al otro (pruébenlo)– la ola tiene algo matemático, si ponemos el grabado repetido se ve una serie de olas regulares, una especie de rompiente, es decir que la ola empalma con sí misma, es el elemento de un patrón de olas. Si bien Hokusai no muestra en ese grabado un tsunami, sí está mostrando la fuerza oscura del mar. La ola como un gran dios bajo el cual los pescadores se inclinan con respeto y temor reverencial. Algo similar se ve en la presencia del dios del río en el animé El viaje de Chihiro, de Miyazaki. A pesar de esa suerte de alienación tecnológica que tienen las ciudades japonesas, la gente parece no estar desconectada con el poder de la naturaleza. La fuerza destructora está latente en su iconografía.
La gran ola negra que vimos esta semana parecía un sueño japonés, una larga pesadilla, una ola que arrasaba con la civilización, mataba gente, licuaba la tecnología, y que a su vez era filmada por miles de cámaras made in Japan.