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La palabra injusta

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| Cedoc

“El periodismo es la chusma del pensamiento”, hizo decir Juan Filloy a un personaje de Caterva. Lejos de Río Cuarto, pero temporalmente cerca, otras mentes brillantes hacían foco en los bemoles de la prensa. “Cada mañana se nos instruye sobre las novedades del orbe. A pesar de ello somos pobres en historias memorables”, apuntaba Benjamin en El narrador, de 1936, agregando que Villemessant, fundador de Le Figaro, juraba que sus lectores tenían más interés por un incendio en un barrio de París que por una revolución en Madrid. En los mismos años, Karl Kraus recordaba que, al inicio de la Primera Guerra Mundial, para los diarios alemanes, “una coma era una cuestión moral, política y estética”. 

La preponderancia de la noticia por sobre otras formas de expresión continúa y se afianza en la intervención caprichosa de palabras que se trafican de y a otras esferas. La política ya no es más el arte de disputar poder que garantizaba la representatividad democrática: es la gestión de “políticas”, en plural y a gusto del consumidor, lo que vale. Aunque no ha probado tener injerencia sobre los males sociales que pretendería combatir, el fervor por pasar al plural (infancias, masculinidades), recorre los discursos bienpensantes. “Consenso” devino en cómodo y bonachón obturador de cuestionamientos. Su contrario, “disenso”, es anatema, pero está bien ser “disidente”, cuando la disidencia pasa por el género. “Cuerpo” sustituye a mente, humano, espíritu, corazón, alma o psiquis, circunscribiendo la existencia a su versión más material, perecedera y exenta de poesía. “Basta echar una mirada a un diario –acertó Benjamin– para corroborar que tanto la imagen del mundo exterior como la del ético sufrieron transformaciones que jamás se hubieran considerado posibles”. Y casi al mismo tiempo Kraus resumió el programa que inauguraba una época, aún (o cada vez más) vigente: “Hechos que provocan noticias, y noticias que tienen la culpa de los hechos”.