COLUMNISTAS
Las consecuencias de tener un gobierno golpeador

¿La Patria somos todos?

El Gobierno actúa con la lógica perversa de los maridos golpeadores. Vive fomentando un clima de crispación y responsabiliza siempre al otro de los problemas. Pone todas las culpas afuera. Ve fantasmas y conspiraciones por todos lados, y ataca con una furia casi irracional.

|

El Gobierno actúa con la lógica perversa de los maridos golpeadores. Vive fomentando un clima de crispación y responsabiliza siempre al otro de los problemas. Pone todas las culpas afuera. Ve fantasmas y conspiraciones por todos lados, y ataca con una furia casi irracional. Después llama al diálogo sin odios ni rencores. No pide perdón, porque este Gobierno no se equivoca nunca, aunque sugiere que esa agresión fue la última y que nunca más se va a repetir. Pero enseguida vuelve a los cachetazos.
El maltrato los supera. Es más fuerte que ellos: lo llevan en su ADN político junto a la intolerancia y el autoritarismo típico de los señores acostumbrados a manejar sus provincias como feudos.
Para completar la patología, el Gobierno suma a muchos de sus actos una cuota de cinismo infrecuente. La cara de piedra de Alberto Fernández anunciando que la reunión con los representantes del campo había sido “fructífera” merece tenerse en cuenta para la terna de mejor actor de reparto en los próximos premios Martín Fierro. La puesta en escena de la crónica de un bicicleteo anunciado, con PowerPoint incluido, también amerita –por lo menos– una mención especial.
Era imposible que el Gobierno y el campo se pusieran de acuerdo, porque los objetivos que cada uno persigue tienen diferencias abismales.
El presidente de facto, Néstor Kirchner, no abandonó su obsesión por “poner de rodillas al campo” y exhibir su cabeza cortada como símbolo de lo que puede ocurrirle a todo el que se atreva a desafiarlos.
Y el campo se conforma con que se anuncie “un techo a las retenciones móviles”. Es tan grande la desproporción, que a esta altura es muy difícil comprender la vocación suicida del Gobierno.
La presidenta constitucional, Cristina Fernández de Kirchner, ha tenido una hemorragia de costo político difícil de yugular. Ya fue planteado en esta columna hace un par de semanas, pero ahora la gran mayoría de las encuestas se atrevieron a confirmarlo: nunca antes, desde 1983 para acá, un presidente cayó tanto y tan rápido en su imagen positiva.
Conviene razonar: si esta política de la intransigencia blindada y de desafiar al campo para ver quién tiene más aguante la llevó hasta ese incómodo lugar en las encuestas en apenas dos meses, ¿cuál es la ganancia de profundizar la misma idea que los viene hundiendo? Una de las definiciones de la locura consiste en hacer siempre lo mismo y esperar resultados distintos.
Según la consultora Poliarquía, entre enero y mayo la Presidenta cayó 30 puntos. Da vértigo y temor. Los dos temas que la erosionaron son evidentes para todos, menos para los Kirchner: inflación y conflicto rural. Con el de mañana, en Salta, los kirchner van a mantener el promedio de un acto autocelebratorio cada 10 días, en muchos casos rodeados de lo peor de la ortodoxia sindical y pejotista que integran el lote de los dirigentes más desprestigiados de la sociedad. ¿Por qué tanto aislamiento gratuito? ¿Por qué se refugian en lo que antes denostaron? Los viejos enemigos del peronismo tradicional nunca los van a querer del todo y algún día les van a pasar la factura por la humillación anterior.
Y los viejos amigos progresistas de las distintas “concertaciónes plurales” van a ser muy desconfiados y débiles en el respaldo que necesitan. Sin embargo, está claro que van a insistir en la misma confrontación autista de los que sólo se escuchan a sí mismos, pese a que los resultados fueron catastróficos.
Diez pruebas al canto:
1) Fuerte caída en la consideración y en la credibilidad populares. Eso podría transformarse en un masivo voto castigo en 2009, aunque todavía disponen de mucho tiempo para recuperar posiciones.
2) Primeras fisuras importantes en la tropa propia con los gobernadores, intendentes y legisladores. Muchos se atrevieron a hacer públicas sus críticas y se rompió para siempre el verticalismo de la subordinación y el valor.
3) Aumento de la incertidumbre y el pesimismo: es la mayor alerta roja de las encuestas. Hay demasiada gente que duda de la capacidad del Gobierno para resolver problemas, mientras sostiene que estamos peor que ayer pero mejor que mañana. O sea: estamos mal y vamos mal.
4) Surgimiento histórico de un nuevo actor social y político como el campo, que tiene una impresionante extensión territorial, es policlasista, pluripartidista (incluye a peronistas o a votantes del matrimonio Kirchner) y con un poder de movilización capaz de competir y ganarle a la CGT, los piqueteros o el mismísimo justicialismo. Se sospecha que el Grito de Rosario será tan fundante como el Grito de Alcorta.
5) Peleas públicas y crecientes, ya no con los “malos” tipo Menem, Etchecolatz, Barrionuevo o Baseotto, sino con los “buenos” como Sábat, De Gennaro, Binner o Casaretto.
6) Ausencia de estrategias serias para recuperar el mejor discurso y liderazgo de Cristina, y para salir de las arenas movedizas que se degluten en un instante hasta las buenas acciones, como la gestión humanitaria ante Cuba por la madre de Hilda Molina o el lanzamiento de la candidatura de Estela Carlotto al Premio Nobel.
7) Fractura expuesta de la sociedad en dos actos entre Rosario y Salta como los argentinos no conocíamos desde hace años, con todos los peligros que ello implica. “La patria somos todos”, dice el lema del Gobierno.
“Con el campo por un país federal. Paz, justicia y equidad”, dice la convocatoria del campo. Ambas consignas tienen razón. Si la tozudez antagónica, las provocaciones y los odios personales se dejaran de lado, habría un gigantesco espacio de consenso. Sería demencial abrir viejas heridas dicotómicas entre kirchnerismo y antikirchnerismo, porque –otra vez– nos pueden marcan a fuego por generaciones.
8) Hasta ahora, en 70 días, el Gobierno fue el que perdió en todos los planos. Alimentó sin parar a su adversario. Generó un problema grave que antes no tenía. Ahora insisten con la táctica de dilatar los acuerdos, porque aspiran a desgastar y desflecar con divisiones al campo. Esa apuesta incluye un altísimo riesgo: que se sigan industrializando la violencia y los escraches mutuos, y que ayude a meterle ruidos extraños a la economía.
9) El diagnóstico equivocado del conflicto y la incorrecta valoración del adversario lleva a Cristina a victimizarse como género cuando ella dice: “Esto a Kirchner no se lo hacían”. O: “Todo es más difícil para mí por ser mujer”.
La verdad es que Kirchner se lo está haciendo a ella y que todo es más difícil por ser ella la mujer de quien es. Sus indudables condiciones intelectuales y políticas para ser Presidenta fueron subsumidas en la forma en que se decidió su candidatura, casi como una sucesión matrimonial y como una manera encubierta de reelección.
10) La libertad de expresión es para todos los argentinos que tienen una mirada crítica aunque la propaganda también el legítima. Pero el Gobierno no puede someterse al desgaste de dilapidar tantas energías en contestar a cada periodista o cada obispo que respetuosamente señala una diferencia.
El combustible de la polémica permanente es un recurso no renovable. Debe reservarse para las situaciones realmente importantes y no gastar pólvora en chimangos. El Gobierno enloda demasiado frecuentemente un anuncio positivo o alguna inauguración con palabras agrias que van camino a los títulos de los diarios.
Es urgente e imprescindible, por el bien del mismo Gobierno y las instituciones, que los Kirchner depongan su actitud eternamente beligerante que ha causado tanta fatiga social. Que comprendan las nuevas demandas de la etapa.
Y que fortalezcan la investidura presidencial con la recuperación de la agenda original de diálogo con todos para un acuerdo nacional que potencie toda la Argentina productiva y exportadora y que ataque a los verdaderos enemigos que este gobierno y este modelo tienen: la pobreza, la inflación y sus propias mentiras negadoras de las estadísticas.
Es hora también de que recupere la iniciativa convocando a los mejores y los más honestos para el gabinete, como se hizo con Lino Barañao, Juan Carlos Tedesco o Graciela Ocaña, por ejemplo, y se les den amplios márgenes de autonomía para que puedan gestionar, y dé independencia para que puedan opinar. O que instale una relación fluida y semanal con los gobernadores y los legisladores, y les dé participación en los temas que involucran a sus provincias, y que acote a su mínima expresión el rol y la presencia en actos de gobierno de personajes impresentables e irritativos para toda la sociedad en general y para los sectores medios e inependientes en particular. ¿O creen que Mario Ishi, Hugo Moyano, Guillermo Moreno o Luis D’Elía, entre otros, suman simpatías o aumentan la inserción social de su proyecto?
El revanchismo y las ansias de venganza deben extirparse del Gobierno nacional. No les sirve ni siquiera a ellos seguir sembrando vientos. “Nosotros no fuimos los que decretamos el paro. Si se hubieran quedado negociando esto estaría resuelto. Y ahora quieren que se resuelva en 10 minutos.
Esto no es serio”; resumió Alberto Fernández el final de las negociaciones. Eduardo Buzzi, de la Federación Agraria, fue clarito: “A partir de ahora, todo lo que ocurra será responsabilidad del Gobierno”.
Los Kirchner tienen la llave de la puerta que los –y nos– lleva nuevamente al infierno o la que les puede hacer recuperar sus –y nuestros– mejores momentos.
Para elegir el buen camino, de una vez por todas, deben dejar de ser un gobierno golpeador que ve golpistas detrás de cada opinión.