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La peluquera, la promesa y la confianza

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Ideas. La sudafricana Ann Pettifor es autora del libro La producción del dinero. | CEDOC perfil

Si tomamos el dinero como algo tangible, igual que el oro o la plata, y, como ellos, escaso, terminamos donde hoy estamos y donde cíclicamente caemos. Austeridad. Agua y ajo. Eso asegura Ann Pettifor, directora del Policy Research in Macroeconomics (Prime) y profesora honoraria de la City University de Londres. Sudafricana, y radicada en Inglaterra, es autora de un libro contundente y didáctico (La producción del dinero. Cómo acabar con el poder de los bancos) y némesis de los economistas clásicos y ortodoxos, a quienes considera ignorantes en cuestiones financieras y monetarias.
El dinero es una promesa de pago, explica Pettifor. Con la tarjeta de crédito no intercambiamos dinero por producto o servicio, sino que al mostrarla le decimos al vendedor que tenemos un acuerdo con un banco y que, por lo tanto, somos confiables. Antes nos comprometemos con el banco a pagar por un monto acordado. En todo el proceso nadie ve un billete ni una moneda. Constantemente se crea dinero de la nada, señala esta economista, asesora del Partido Laborista inglés. Así ocurre con los préstamos, que se depositan en cuentas y se usan desde allí. El dinero es, entonces, una abstracción hecha de promesas de pagar y confianza en ellas. Quedan asentadas en computadoras. Nada tangible. Alguien debe regular esa relación entre promesa y confianza, dice Pettifor. Por eso el sistema financiero no puede quedar librado a la buena de Dios.
Entrevistada por la revista madrileña Contexto, Pettifor pone un ejemplo. Imaginemos a una peluquera y a un hombre que repara techos. Ella le corta el pelo y él promete pagarle reparándole el tejado. En el pueblo hay alguien en quien todo el mundo confía. Un sacerdote. Este le dice al hombre: “Tenés que cumplir tu promesa; si no voy a ir por vos”. El hombre cumple. La peluquera empieza a acumular diversas promesas de pago porque le corta el pelo a mucha gente. Su hijo, que está apostando en la plaza del pueblo con sus amigos, le pide la caja de las promesas para apostar con ellas y le promete que le va a devolver una cantidad aún mayor. Ella le cree. El se juega todo, lo pierde y vuelve sin nada. “Eso es nuestro sistema financiero: ¿dónde estaba el sacerdote para vigilar lo que estaba pasando?”, pregunta Pettifor.
El sistema económico que rige el mundo tiene esa matriz, la cual explica muy bien las recurrentes y cada vez peores crisis financieras. El dinero tangible (billetes y monedas) es muy poco. El 97% de las promesas de pago toma la forma de una tarjeta de crédito o de débito. Es dinero bancario, inmaterial, explica Pettifor. Tan impalpable como el de los préstamos del FMI y organismos similares o como el de los inversionistas especuladores (que son mayoría en el actual capitalismo financiero, que desplazó al productivo). La excusa de que no se crea empleo, no se mejora la educación ni la salud o no se resuelve la pobreza porque no hay dinero es ridícula y antigua, dice Pettifor. Anterior al Renacimiento, cuando nace el sistema financiero. Lo que se necesita es una regulación seria y responsable del juego entre promesa y confianza. El regulador debe ser el Estado, que justamente nació para que las interacciones sociales no sean un ejercicio de canibalismo que acabe con los más débiles (la mayoría).
A los bancos, añade la economista, se les deben exigir intereses razonables como para garantizar el rembolso, y que los préstamos sean para actividades productivas que generen empleos y beneficios (no para viajes, especulación y timba financiera, lujos, cumpleaños de 15, televisores para el Mundial, etc.). Empleos y beneficios generan impuestos. Y los impuestos, explica Pettifor, son consecuencia de la actividad económica y no sus impulsores. Lo de los bancos comerciales valdría para el FMI y otros prestamistas. Entonces el gobierno que no pueda prometer, y cumplir, que usará el dinero para producir, crear empleo, hospitales, escuelas y reducir la pobreza, en lugar de cubrir agujeros o apostar, mejor que no pida. O que no le presten.

*Periodista y escritor.