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La perfección no es para todos

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He aquí mi agónica contribución al debate en torno a Lionel Messi. Cuando yo era chico, mi hermana, cinco años mayor, cursaba el secundario en un liceo de Almagro. Una de sus compañeras tenía una hermana, que trabajaba de instrumentista quirúrgica. Una noche, esa instrumentista cenó en casa. Y contó que trabajaba en la Fundación Favaloro. En la sobremesa, o tal vez durante la cena misma, ante las preguntas de mis padres, contó en qué consistía su trabajo. Nada sorprendente. Hasta que llegó el momento en que mis padres quisieron saber cómo era trabajar con Favaloro. Para sorpresa de ambos (y hasta de mí, que apenas entendía de quién hablaban), la instrumentista explicó que Favaloro no intervenía en toda la operación; vale decir: intervenía, pero durante cortos instantes. El equipo de cirujanos trabajaba, y llegado un punto determinado tomaban el teléfono, llamaban a la oficina de Favaloro, y Favaloro se dirigía a la sala de operaciones, se ponía los indumentos necesarios, tomaba un bisturí, hacía los dos o tres cortes requeridos y se mandaba a mudar. Naturalmente, los dos o tres cortes requeridos eran los más riesgosos de hacer y los que, al parecer, podían poner en riesgo toda la operación, pero lo cierto es que el paciente, cuando se recuperaba, tenía la certeza de que había sido operado por Favaloro, cosa que sin ser del todo errada no era tampoco del todo cierta.

Recordaba esa historia viendo la actuación de Messi durante el último Mundial. En cierta forma, Messi se comporta (o debería comportarse) como Favaloro, requerido en el momento justo para hacer algo hiperespecializado, pero a quien no se le puede pedir que corte, intervenga y suture, como hace un cirujano cualquiera. Es el destino del especialista (cosa que Maradona no era, y que siguiendo con la analogía era quien te recibía en el hall del hospital, te anestesiaba, te operaba, te suturaba, te llevaba a tu habitación y luego te hacía la comida y te cambiaba las sábanas).

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Pensaba en el destino de los ultraespecialistas, su necesidad y su utilidad. Y en el hecho de que es absolutamente necesaria la existencia de un equipo (en sentido amplio,no hablo de fútbol ahora) que, para usar una imagen de George Steiner, “prepare la pista de aterrizaje” para que el genio pueda trazar, con el bisturí, con las piernas, la cabeza o las palabras, su línea perfecta. Hacer resonar su eco vital.

Lo que trato de decir es que Messi, al igual que tantos otros hiperespecialistas, no está para hacer el trabajo que en teoría le corresponde a quien no goza de la virtud de la perfección. Pero que es por eso mismo que la perfección carece para muchos de interés, porque como la brillantez, cuando es demasiada, puede molestar y enceguecer.