En muchos medios de prensa se está instalando la noción de que el kirchnerismo se encuentra en una fase de irremediable declinación. Encuestas hay para todos los gustos, por lo cual cada uno –opositor u oficialista– puede encontrar alguna que avale sus puntos de vista. Como la mayoría de los ciudadanos, no se muestra demasiado influida ni por la prensa ni por las encuestas, no resulta simple establecer la tendencia actual de la opinión pública. Una conjetura plausible es que la sociedad está más expectante que definida.
La experiencia sugiere que la situación económica presente siempre influye mucho en el humor electoral. La situación presente en cada circunstancia, no la probabilidad de evolución futura ni la brecha entre la situación real y la potencial. Ese factor, la sensación térmica de cómo está hoy la economía, juega a favor del oficialismo.
Los grupos políticos opositores tienden a juzgar al Gobierno con una vara, que para muchos ciudadanos, no es tan relevante como ese factor económico básico. Muchos formadores de opinión no razonan como la mayoría de la gente: admiten que hoy prevalece en la ciudadanía una sensación de bienestar económico, pero argumentan que la gente debería darse cuenta de que se trata de un bienestar pasajero, que pronto posiblemente desaparecerá, que además el bienestar podría ser aun mayor si el Gobierno estuviese manejando la economía con otros criterios, y que después de todo hay cosas, tanto o más importantes, que la economía, para juzgar a un gobierno. De ahí concluyen que al oficialismo debería estar yéndole mal, e informan a su público que, por lo tanto, el Gobierno no pasará exitosamente el test de la elección presidencial. A muchísima gente esos razonamientos le suenan extraños, siente que están viviendo una coyuntura muy buena y, le tiene sin cuidado, cuál es la suerte que aguarda al kirchnerismo; realmente, lo que más le preocupa, es su propia suerte.
La oposición está ante un dilema para construir su discurso: o bien insiste en que sostener que la economía luce bien, pero esa es una ilusión óptica –un mensaje notoriamente no creíble–, o bien propone que otras cosas son más importantes –un mensaje, hasta ahora inconducente, porque esas otras cosas a muchísima gente le importan menos- o bien debe dejar de hablar como oposición –enfoque inicialmente adoptado por Serra en la campaña electoral de Brasil, con resultados fatales–. El único mensaje que podría llegar a ser productivo para construir una oferta opositora debería pasar por sintonizar con las percepciones del público y proponerle, a la vez, una propuesta superadora.
En la reducida franja del público informado hay gente que va algunas cosas que otros no ven o que desestiman como menos importantes. En esos grupos se registran acciones legislativas y genuinas preocupaciones institucionales. Pero eso no alcanza para construir una oferta electoral con envergadura para oponerse al oficialismo en la presente coyuntura.
Esa situación puede ayudar a explicar un fenómeno que hoy acapara bastante atención en los medios de prensa y en parte de la sociedad: Daniel Scioli. Al lado de un radicalismo que está actuando con prolijidad orgánica, pero que no alcanza todavía a transmitir a la sociedad cómo podría conformar una coalición creíble para gobernar el país, al lado de un peronismo federal sin liderazgos y sin proyecto, al lado de un centro derecha desideologizado y en gran medida reducido a las improntas personalistas de sus dirigentes, al lado de una izquierda atomizada y desdibujada, hay una demanda que emerge de la ciudadanía: una síntesis entre lo que hoy se obtiene del Gobierno y lo que podría esperarse en los planos en los que el Gobierno disgusta. Esa demanda ya motorizó el voto que consagró a la Alianza en 1999: se buscaba mantener lo que andaba bien (que, después resultó, que no andaba tan bien) y mejorar lo que la sociedad no quería. La Alianza fue, en ese entonces, la respuesta que buena parte de la sociedad esperaba. Scioli se encuentra, hoy, en el preciso lugar en que podría ser la respuesta a esa demanda –exactamente lo que catapultó a Julio Cleto Cobos al estrellato hace dos años–.
Son demasiadas incertidumbres para arriesgar pronósticos. Demasiadas indefiniciones para esperar que la opinión pública se refleje en tendencias precisas a través de las encuestas. Se trata tan sólo, de una escena plena de desafíos para quienes se sienten atraídos por los asuntos de la política, tema para hablar cotidianamente entre quienes se alimentan de ese tipo de información, y datos que no deberían ser soslayados por quienes se ven enfrentados a la necesidad de tomar decisiones a futuro, y por quienes se sienten sinceramente comprometidos con el futuro de la Argentina en el mediano plazo. Son todos aspectos colaterales de la política, consecuencias y correlatos de ella. A la política, como tal, le están faltando protagonismos innovadores.
*Rector de la Universidad Torcuato Di Tella.