La forma más antigua de sociedad en sentido lato es la formación de multitudes anónimas, de las que nos dan el mejor ejemplo el comportamiento de los peces en alta mar. Dentro de semejante multitud no hay ninguna estructura, ni mandantes ni mandados, ni gobernantes ni gobernados, sino una formidable acumulación de individuos semejantes, pendientes unos de otros casi con la misma avidez y desesperación con que están pendientes de sus hábitos alimentarios y de la pulsión conservadora de la especie. Estos individuos ejercen una influencia recíproca entre sí, y hay ciertas formas elementales de comunicación entre los componentes de esos grupos. Si uno de ellos, por ejemplo, habiendo divisado un peligro, se da a la fuga, comunica su miedo a todos los que lo han visto. Pero es probable que un individuo que no lo haya visto sí haya divisado a otro que se dio a la fuga con posterioridad, con lo cual lo que se desencadena es una típica reacción en cadena. ¿Qué dimensiones puede alcanzar el pánico en esas condiciones en un banco de peces? ¿Es posible que el cardumen entero se contagie y de inmediato se dé a la fuga? Esta es una cuestión puramente cuantitativa y la respuesta depende del número de individuos que se asustaron y huyeron y de la intensidad de sus reacciones. De modo que el banco entero puede responder a los estímulos que provocan atracciones aun cuando sea un solo individuo el que las recibe. Basta con que avance con firmeza en determinada dirección para que otros lo sigan. Un pez que por una razón cualquiera se pone a nadar en una sola dirección no tiene más remedio que salir del banco, hallarse en libertad en el agua y así quedar expuesto a todos los estímulos que tienden a hacerlo volver al banco. Cuantos más son los peces que se apartan en la misma dirección obedeciendo a algún estímulo externo, más son las probabilidades de que los siga el banco entero. Pero cuanto mayor es el banco y por ende mayor su resistencia a dejarse arrastrar, menos se alejarán sus individuos antes de volver al banco como atraídos por un imán. Por eso un gran banco de peces densamente hacinados presenta un lastimoso cuadro de temor e indecisión. Una y otra vez se forma una pequeña corriente de individuos emprendedores que salen de la masa como los seudópodos salen de una ameba. Cuantos más largos se hacen esos seudópodos, más se adelgaza y más fuerte se hace la tensión longitudinal del cardumen. Y por lo general el avance termina con una fuga precipitada al corazón del cúmulo. Lo sorprendente entonces es que el cardumen carece de jerarquías: basta la simple diferenciación del grupo para que el cambio de dirección resulte efectivo. Al ver esos esfuerzos fallidos uno se indigna contra la democracia y está a punto de reconocer las ventajas de la política autoritaria.