La irrupción del Covid-19 resultó sorpresivo, disruptivo, aunque no el único evento singular que, hasta aquí, nos deparó el año. Consideremos, por caso, el valor negativo adoptado el pasado abril por el barril de petróleo (WTI - Texas), lo cual impulso a Donald Trump a negociar una tregua en la guerra de precios que hasta allí sostenían Arabia Saudita y Rusia.
Si bien la pandemia explica lo agudo de la caída en el precio, no puede soslayarse el proceso de transformación que atraviesa la industria. Aún cuando los combustibles fósiles siguen resultando decisivos a la hora de explicar la producción energética, las inversiones en renovables no dejan de crecer. Los avances tecnológicos hacen que los costos se desplomen. Un reciente informe de la Agencia Internacional de Energía (AIE) destaca la ventaja competitiva adquirida por la energía solar, particularmente offshore. En comparación con los parques eólicos tradicionales, las granjas marinas aseguran vientos de mayor poder, duración y perdurabilidad. También se observan importantes avances en materia de almacenamiento, hasta hace poco un cuello de botella en la difusión de energías eólica y solar.
Diversos factores contribuyen a cimentar dicha ventaja, varios otros ayudan a debilitar la otrora imbatible ventaja que profesaban los fósiles. Ello genera el reclamo de subsidios por parte de la industria petrolera, el Estado cómo garante para proseguir con sus proyectos.
La emergencia climática ha concientizado a grandes sectores de la sociedad sobre el efecto nocivo del gas y el petróleo en materia de calentamiento global. Institucionalmente, observamos una continua profusión de nuevas normativas y reglas destinadas a penalizar el consumo de fósiles. Aún cuando el impuesto al carbón se halla ampliamente difundido, tanto la UE tanto como China estudian imponer un gravamen sobre las importaciones con contenido de carbono - que puede extenderse a EE.UU. en caso de resultar electo Joe Biden. El cambio climático va ganando espacio en la política monetaria del Banco Central Europeo (BCE), entidad que recientemente decidió abandonar el “principio de neutralidad de mercado” implícito en la compra de bonos privados que realiza la entidad. Christine Lagarde les habla al bolsillo de los petroleros.
El cambio climático nos plantea un futuro de mayor incertidumbre, y una mayor cuota de volatilidad que (particularmente) afectará a los exportadores de petróleo. Pese a lo inviable del modelo, en Argentina seguimos apostando por Vaca Muerta. Proseguir con los subsidios no solo suena económicamente ilógico, también puede arrastrar al país a una crisis financiera de proporciones mayúsculas. Esto se asocia al problema de los activos varados (stranded assets), el cual surge ante una pérdida abrupta en el valor de los activos del sector - incluida infraestructura asociada. Esto lo sabe el sector financiero, por ello un creciente número de inversores institucionales ha dejado de apostar por la industria. Lo novedoso ha sido la salida de ExxonMobil del índice Dow Jones, o que Tesla haya superado a Toyota y resulte la primer automotriz por capitalización de mercado.
Con la fundación de YPF en 1922, Argentina marcaba un hito de soberanía. No solo resultó la primer estatal en producir petróleo, también la primera en generar ingresos fiscales al Tesoro. Cien años después, la situación es otra. La explotación petrolera implica subsidios, conlleva crecientes riesgos financieros. El planeta nos exige optar por energías limpias, debemos refundar YPF. La crisis desatada por la pandemia pudo haber sido una oportunidad, la posibilidad de iniciar una transición hacia un modelo energético inclusivo y limpio. Lamentablemente terminamos emparchando, apostando por lo viejo.
* Investigador Asociado CEDES
(@LeoStanley963).
