Ahora que hasta los que hace poco renegaban de las antologías se dedican a compilarlas y editarlas, se me ocurre una nueva idea, el non plus ultra de las recopilaciones, que podría llevar por título Cuentos prohibidos: una serie de historias intolerables, atravesadas por todos los tipos imaginables de perversión sexual. En el libro debería figurar la iniciación entre hermanos de Fabricación casera, de Ian McEwan; Un cuento nefando, del brasileño Sérgio Sant’Anna, donde un hijo viola a su madre, y su reverso, Arbol genealógico, de la chilena Andrea Jeftanovic, donde un padre se enamora de su hija y se retira a vivir con ella a un bosque; Ella era frágil, de Carlos Gamerro, donde una desenfadada niña de ocho años se vuelve la obsesión de un fisicoculturista; y también Tío, el primer texto de Porno, flamante libro de cuentos de Marcos Bertorello: una reversión del clásico Un día perfecto para el pez banana de J.D. Salinger, que cuenta en clave una de las posibles derivaciones de aquella inolvidable escena de playa entre Seymour Glass y la pequeña Sybil del traje de baño amarillo.
Pero dejemos las antologías y hablemos de Porno. Desde un blog, el crítico Alejandro Soifer leyó los ocho relatos del primer libro del escritor y psicoanalista Marcos Bertorello (Buenos Aires, 1970) a la luz de la historia del cine pornográfico. Lo hizo guiado por referencias presentes en los textos (hay un poeta que se llama Gerardo Damiano, en alusión a Gerard Damiano, director de Garganta profunda; hay también una directora de cine para adultos llamada Malena Irigaray, por la feminista francesa Luce Irigaray), lo que no es una mala idea, aunque es probable que no sea la más fiel a la propuesta de Bertorello. Porque en las páginas de Porno (evidentemente el malentendido lo genera el título, cerrado y concreto) hay más diálogo con el psicoanálisis, la crítica, el ámbito universitario y la tradición literaria que con la industria pornográfica.
El comienzo con Tío y Cura (y también los breves y posteriores Lección y Vestuarios), más allá del hábil recurso de las conversaciones y los niveles discursivos interrumpidos y superpuestos, no hace esperar el sorprendente desvío que Bertorello exhibe por primera vez en Stephen, el tercer texto. Y que alcanza su punto máximo en los tres cuentos centrales del volumen: Las paredes oyen (asombroso relato fantástico), Porno y tal vez el mejor de todos, Autor. Estos dos últimos asumen y actualizan la herencia de las biografías ficcionales que va de las Vidas imaginarias de Marcel Schwob a La literatura nazi en América de Roberto Bolaño, pasando, por supuesto, por la Historia universal de la infamia de Jorge Luis Borges y las Siluetas de Luis Chitarroni.
En sus mejores momentos, este es un libro hecho de bromas, alusiones y homenajes literarios. De hecho, el temible protagonista de Autor podría ser tranquilamente un reflejo del Carlos Wieder de Bolaño en Estrella distante: los dos nazis, los dos asesinos, los dos poetas. No hay ingenuidad, frescura ni improvisación aquí (Bertorello publica su primer libro a punto de cumplir cuarenta años), virtudes tan mentadas en cierta literatura argentina actual. Tal vez por eso Porno resulte, junto a 76 de Félix Bruzzone, uno de los libros de cuentos más interesantes de los últimos tiempos.
*Desde Barcelona.