El Estagirita, que no es uno de los amores de mi vida, porque ¿cómo poner todo el amor de la vida de una en un señor tan imponente de cuyas ideas aún estamos viviendo? El Estagirita, empecemos de nuevo, porque si no nos vamos a embrollar en una de esas cataratas de palabras de las cuales me resulta difícil salir, el Estagirita dijo una vez así, fácil y suavemente, una frase de ésas que se te clavan en eso que suele llamarse alma. Dijo: “La imaginación es una tenue percepción”. A la flauta. ¡Diosas y dioses amparadme! El tipo va y abre una puerta y espera como quien dice: “Después de usted, señora”, y a una se le viene encima el mundo, qué digo, el universo entero. Lo dijo en la Poética y una no puede menos que pensar en que la imaginación es, pues, la madre de todo, y en ese todo va en primer lugar el miedo, la madre del miedo. No, un momento, imaginación y miedo son madre y padre respectivamente, no madre e hijo y ni sospecha que hay de incesto que eso había aparecido ya en el siglo octavo antes de Cristo a lo que sabemos, y sigue incólume en los consultorios de los discípulos del señor Freud, sino madre y padre respectivamente de toda relación interpersonal y de la relación persona y mundo que se va estableciendo a medida que la historia pasa ante nuestros ojos. Que es como decir madre y padre de las neurosis, las locuras, los sueños, los proyectos, las ilusiones y las desilusiones, el amor y el odio, la guerra y la paz, el deseo y la indiferencia y lo que quieras y puedas meter en este apartado. Dijo sólo eso, en cuanto a imaginación, creo, porque no tengo el texto delante de los ojos y en este momento no me animo a abrirlo. Y yo digo, a la sombra, muy a la sombra y muy pero muy lejanamente en todo sentido, del señor Aristóteles, que entonces, si la imaginación es una tenue percepción, todo existe y tiene entidad, peso, grosor, medida, color, precio, brillo, “bailemos que me duele estar soñando/ con el brillo de su traje de satén”. Y, sí, a contrario sensu podríamos decir que si todo existe, nada existe y lo vamos creando a medida que actúan en nosotros la imaginación/madre y el miedo/padre, a medida que usamos, otra vez, algo de lo que entró por esa poderosa puerta abierta: las palabras. Bueno, y por qué no. Cuántas veces nos han dicho que “saber el nombre, decir la palabra, es poseer el ser o crear la cosa”, y cito al seños Granet porque fue el que lo dijo más cortito y con mayor claridad. Por supuesto, sí, la palabra es el poder, el poder fundamental de ser humanos y no piedras inertes o seres que se mueven según instintos mudos. Que la información es poder, se dice ahora. Pero la cuestión quemante, si seguimos un poco más allá, que es algo muy recomendable, la cuestión quemante es saber qué vamos a hacer con ese poder. Doña Rosalind Franklin pudo iniciar el descubrimiento del ADN con ese poder. El maestro de Estagira abrió la puerta a la reflexión sobre la vida, la persona humana y el universo con ese poder. Más acá y más miserablemente el señor Kirchner y su señora esposa pueden fabricar su propio suicidio político con ese poder. Más extensamente y con mayor alcance, de mayor importancia digamos, la humanidad está destruyendo su cuna, su hogar, su casa, con el poder de la palabra: talemos, matemos, arrasemos, quememos, sembremos sal, que mueran las aves y los peces y los animalitos peludos y tibios, diseminemos el hambre y la peste. Cierto, si la imaginación es una tenue percepción y si vamos creando la cosa a medida que la nombramos, hay quienes dicen todo lo contrario. La puerta está abierta, señoras y señores: a ver cómo nos portamos, de acá en adelante.