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periodo de gracia

La Reelegida

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Para ser la Reelegida, la Elegida tiene que aprovechar la transitoria centralidad. La intensidad inicial del duelo. El duelo brinda, en la práctica, inmunidad. Inhibe a los impugnadores. Los desorienta. Los inmoviliza. Es de mal gusto, incluso, entrarle durante el duelo. No corresponde. Por lo tanto, ningún opositor mueve una ficha. Por la conveniencia de tomar distancias. Hay que aguardar el momento propicio para saltarle. Y ahí sí, entrarle. En cuanto la Elegida comience a equivocarse, van a irle por la yugular.

Por el duelo, la Elegida mantiene suficiente aire político en los pulmones. Garantía para un par de semanas. No más. Tendrá que disfrutar la centralidad, por ejemplo, en Corea. En la cumbre del G20. En la membresía lograda por aquel comportamiento condenable de los noventa. En materia de interlocutores, la Elegida va a elevarse. Al recibir las condolencias de los líderes magnéticos. Son muy útiles para la reproducción de fotografías. El beso previsible de Obama. De la señora Merkel. Del chino Hu Jintao. Del distante Sarkozy. A todos ellos, circunspectos y pacientes, la Elegida les va a brindar, desde el dolor, pero sin anestesia, otra espléndida clase académica. Con recomendaciones explícitas, desde la experiencia en materia de crisis. En Corea, pero con “consumidor final”, en la Argentina. El destinatario exclusivo que interesa.

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Si saben planificar el duelo, en quince días, completan el trabajo los vanguardistas del Frente Encuestológico de la Victoria. Para la numerología, la Elegida gana en primera vuelta. Para ser, en adelante, la Reelegida. Pleitesías. Panegíricos.
Kirchner supo retirarse a tiempo. Como Gardel. En la antesala justa de la declinación final. Tenía, el pobre, el boleto picado. La escuadra sistemáticamente se le desmembraba. La fatalidad de la muerte brota para brindar, a los suyos, el último servicio. Es productor, aparte, gracias a la muerte, de las pleitesías más inesperadas.

Enternece, sin ir más lejos, el tratamiento de TN al estadista extinto. Por la conmoción, Todo Noticias hoy parece competir, en materia de indulgencia, con C5N. O con los dilatados tramos del Canal 26. O del 9, el canal “recuperado”. Como el Hotel Bauen.
Con su muerte, el Furia logró doblegar, por si no bastara, al Grupo Clarín. Con la esperanza, acaso, de que los más sensatos puedan contener a la Elegida.
En 2010, Héctor Magnetto debió ocupar, el lugar vacante. El de jefe de la oposición. Cetro que le correspondió, en 1974, a Ricardo Balbín. De no haberse optado por la instrumentación del velatorio para barrabravas, perfectamente Magnetto estaba capacitado para mirar a la Elegida.
Y dificultosamente decirle: “Este adversario despide a un amigo”.
Kirchner resulta, al fin y al cabo, más tolerable muerto que vivo. Abundan los panegíricos por doquier. Tardaron en darse cuenta de que el Furia era un patriota total.
Panegíricos, por ejemplo, de los intendentes que fueron taponados con el polvo de las obras. De los minigobernadores de Buenos Aires. Los que fueron convocados por Scioli, el líder de la línea Aire y Sol.

Pudo percibirse, a través de los panegíricos, que Konrad Adenauer, al lado de Kirchner, era un poroto. Sin colectoras a la vista, desborda la súbita pasión kirchnerista. De haberla matenido en junio de 2009, se le hubiera ahorrado a el Furia, el descenso. La humillación del triunfo de otro desorientado. Narváez.
Del sepelio se pasó a la reelección. Sin escalas. La centralidad transitoria sirve para persuadir a la sociedad de que aún muerto Kirchner, el kirchnerismo continúa indemne. Dolorosamente igual. Sin límites para la audacia.

No les basta, a los kirchneristas estimulados, con llegar, con migajas de aire comprimido, hasta el 9 de diciembre de 2011. Al contrario, vienen por más. Por la “profundización del modelo”. Es la alucinación que persiste entre los funcionarios.
En la plenitud de la impostura, participan de una epopeya revolucionaria. Desde el duelo, el Operativo Clamor está lanzado. Es imparable. Deben explotarse los efectos sutilmente redituables del duelo.

Como si formara parte –el duelo– de la fabulosa kermesse del Bicentenario. Otra superproducción de FuerzaBruta. Falta, apenas, la muchacha voladora. Símbolo de la patria altiva, para las cámaras programadas de La Corte.
El peronismo es la ideología del poder (tema de discusión para el seminario). La construcción popular gestada, en los cuarenta, por los sectores esclarecidos del ejército que ya no existen. Basta, para descubrirlo, con leer a Robert Potasch. Es aquel ecuánime estudioso de la Universidad de Amherst.

El que más sabe, acaso, del GOU (Grupo de Oficiales Unidos). O con frecuentar a Abelardo Ramos. De los pocos intelectuales que se extrañan. O al prolífico embajador Piñeiro Iñíguez. Por prejuicios con la diplomacia, aún no es valorado como se merece.
El kirchnerismo, en cambio, es una versión patológica del peronismo. Pero peronismo al fin. A pesar de la indignación de los peronistas “federales”. Los que se encuentran desarmados. Frustrados por la muerte del enemigo principal. El Furia que los consolidaba, en el fondo, en la forzada identidad.
Aún muerto el líder más concentrador, el kirchnerismo, en su patología, sólo puede reconstruirse desde el poder.

Sin el poder, al contrario del peronismo, el kirchnerismo no puede aspirar a la estructuración de ninguna resistencia mitológica.
La ética es presupuestaria. Explica entonces la voluntad de los funcionarios que salieron, desde el espectáculo del dolor, a plantear la reelección de la viuda digna. A inventar, desde el residuo democrático de la monarquía, los atributos de Máximo. Contienen ambiciones de permanencia. Ayudados por la inmunidad del duelo. Por la oposición inhibida. Siempre envuelta al vacío, como el salmón. Amordazada por las cintas de sus carencias.
Justo cuando los kirchneristas debían preparar el bolsito, el Furia se les viene a morir. Para salvarlos. Como Jesús.

*Extraído de www.jorgeasisdigital.com.