“Soy Pablo, estoy escribiendo mi columna para Perfil y quiero saber dónde está Santiago Maldonado”, escribo. Y borro.
“Soy Pablo, estoy pensando qué poner en mi columna para Perfil, pero no se me ocurre nada. Bah, no se me ocurre nada más que preguntarme: ¿dónde está Santiago Maldonado?”, escribo. Y vuelvo a borrar.
Estoy sentado en mi oficina, en la productora, frente a la computadora y las cosas no van bien. Y esta vez no me refiero al país sino a mi columna. No se me ocurre otra cosa que poner que “¿Dónde está Santiago Maldonado?”. Es lo que pasa cuando hay un desaparecido. La palabra tiene demasiado peso, demasiada historia como para hablar de otra cosa.
Durante muchos años, la palabra “desaparecido” se dijo en todo el mundo así, en castellano. Porque se hacía referencia a algo argentino. ¿Argentina? Maradona, Messi, desaparecidos. Más que el mate, más que el dulce de leche, más que la birome o el colectivo. Entonces, frente a un desaparecido todo se detiene, todo se congela. Y no sé qué escribir, qué poner.
En ese momento entra Carla, mi asesora de imagen, leyendo algo en su iPad.
—¿Actualizaste tu foto de perfil en Facebook? –me pregunta sin levantar la vista.
—Sí, ya le puse “¿Dónde está Santiago Maldonado?”. Compartí todo sobre Santiago en todas mis redes sociales, me saqué fotos en la marcha, todo.
—Perfecto.
—El problema es que no se me ocurre nada para la columna.
—Eso es lo de menos –dice Carla–. Si querés te la escribo yo. Es facilísimo.
—¿Vos? –pregunto entre sorprendido y molesto–. Pero eso no sé si está bien...
—¿No entendés? ¡Este es tu momento! ¿Para qué pasaste tantos años jodiendo todo el tiempo con Julio López, Luciano Arruga, Iván Torres y demás desaparecidos en democracia?
—¿Porque está mal que haya desaparecidos en democracia? –dudo.
—Bueno, sí, claro –dice Carla–. Pero ahora podés hablar tranquilo sin que nadie te reproche nada. A ver, pensemos: ¿Santiago es el primer desaparecido en democracia?
—No –respondo.
—¿Y es la primera vez que desaparece alguien en democracia y hay complicidad estatal?
—No.
—¿Y por qué alguna gente protesta como si lo fuera? –pregunta Carla.
—No sé, tal vez antes no sabían…
—Sí, claro, y vos te merecés el Pulitzer o el Perfil de Oro… Dejate de joder…
—¿Entonces? –pregunto.
—¡Se hacían los boludos! –responde Carla.
—Ah, o sea que la grieta también funciona para eso.
—Sí, en este caso la grieta sería entre quienes nunca hablan de desaparecidos en democracia y quienes sólo hablan de desaparecidos en democracia cuando la desaparición sucede cuando están en la oposición y no en el gobierno.
—¡Pero eso es un bajón! –me quejo–. O no te importan nunca los desaparecidos en democracia, o sólo te importan cuando no estás en el gobierno y podés echarle la culpa a otro.
—Es lo que tiene la grieta –dice Carla–. Por suerte hay gente que se mantiene al margen de todo eso y denuncia siempre las injusticias. Gente a la que no le importa si quienes tienen que dar respuesta son la Policía Bonaerense de Scioli o la Gendarmería de Macri-Bullrich. Gente que se la juega siempre. Gente que está al margen de la grieta. ¿Y sabés cómo se llama esa gente?
—¿Pelotudos? –pregunto.
—Exacto. La clase de pelotudos que buscan justicia. La clase de pelotudos que no andan pensando “no hablemos de Luciano Arruga porque hablar mal de Scioli es hacerle el juego a la derecha”. La clase de pelotudos que piden que se catalogue como desaparición forzada el caso de Santiago, pero no olvida que la Corte Interamericana de Derechos Humanos sancionó al Estado argentino en 2011 por la desaparición forzada de Iván Torres. Y en 2011 no gobernaba Macri. Esa clase de pelotudos como vos, ¿me explico?
—Yo te agradezco todo lo que decís, Carla. Pero lo de “pelotudo” como que me hace un poquito de ruido. O sea, entiendo el punto, pero tampoco sé si sentirme muy orgulloso de ser un pelotudo. Aunque debo admitir también que de todas las muchas veces que me dijiste “pelotudo” ésta es la única que no me ofende. O no me ofende tanto.
—Sé que suena fuerte –admite Carla–. Pero pensá que en este contexto es lo mejor.
—¿Vos decís? –pregunto.
—Por supuesto. Mirá a tu alrededor y analizá cómo está el panorama.
—¿Lo decís por lo que están diciendo los funcionarios?
—Ponele. Estaría bueno que den alguna explicación, ¿no? Y que dejen de encubrir, ¿no?
—Y sí, claro. ¿Pero cómo se hace para exigir justicia y que el Gobierno se haga cargo sin caer en el “Macri, basura, vos sos la dictadura”?
—Ah, ¿vos te referís a ese cantito electoral?
—¿Cómo “cantito electoral”? –pregunto, intrigado.
—Claro –responde Carla–. Cada vez que alguien canta “Macri, basura, vos sos la dictadura” son 10 mil votos más para Cambiemos.
—¿O sea que un desaparecido no es piantavotos?
—Te tiro un par de datos y vos sacá tus conclusiones: Cristina ganó con el 54% después de la condena de la CIDH por Iván Torres. Macri ganó ahora, después de Santiago Maldonado…
—O sea que un desaparecido no es piantavotos.
—Digamos que las desapariciones forzadas tienen capacidades electorales diferentes.
—Me parece que prefiero cambiar de tema –digo.
—Sí, mejor no sigamos con esa lógica, porque voy a llegar a pensar que si Videla daba elecciones y se presentaba como candidato en el 81, ganaba cómodo.
—Bueno, pero si hablamos de los funcionarios, deberíamos hablar también de los medios.
—Por favor, no generalicemos –dice Carla–. No podemos hablar de todos los medios sólo porque apenas el 95% divulgó la versión oficial e intentó culpar a los mapuches.
—Los funcionarios, los dirigentes de la oposición, los medios, los organismos de derechos humanos… ¿de quién más deberíamos hablar? –pregunto.
—¿De nosotros? –pregunta Carla.
—No entiendo.
—Sí, de nosotros que votamos a esos dirigentes, que legitimamos esos medios, que le damos más importancia a un desaparecido en determinada circunstancia y no en otra, que priorizamos por idea política pero también por clase social. A nosotros que nos sentimos en paz con nuestra conciencia con una militancia part-time en redes sociales.
—Es un poco desalentador lo que decís, Carla. ¿O sea que no se puede hacer nada?
—Buena pregunta. Pero yo tengo una mucho mejor.
—¿Una pregunta mejor? –indago–. ¿Cuál?
—¿Dónde está Santiago Maldonado? –concluye Carla.