Con la desaparición de Punto de Vista, la publicación sobre arte, sociedad y literatura que Beatriz Sarlo editó durante tres décadas, el panorama de las revistas literarias se angostó indudablemente –habrá que ver, aunque sólo se podrá medir con el paso del tiempo, cuáles son las reverberaciones que esa ausencia generará. De todas maneras, por fortuna, quedan publicaciones –aunque pocas y también de circulación restringida– que mantienen vivo un espacio de pensamiento sobre la producción literaria actual. Una de ellas, quizá la más atendible, es Otra Parte, dirigida por Graciela Speranza y Marcelo Cohen, que como Punto de Vista aparece también cuatro veces al año. Algunos meses atrás los ensayistas Alberto Giordano y Josefina Ludmer se habían dedicado, cada uno por su parte, a analizar la llamada “inclinación autobiográfica” verificable en la literatura argentina contemporánea. En este sentido, Speranza y Cohen le dedican el último número de Otra Parte a reflexionar sobre la emergencia de esta corriente, bajo el título Vidas reales / Vidas imaginarias.
Las entradas al tema son múltiples. Hay artículos sobre la obra de Günter Grass, Enrique Vila-Matas, Joao Gilberto Noll, María Moreno, Matilde Sánchez y Sophie Calle. Pero es la propia Speranza la que abre el juego desde la nota que articula la revista: “¿Dónde está el autor?”. Allí comienza poniendo en crisis el célebre decreto de “la muerte del autor” que enunciara Roland Barthes en 1968 y al que adhirieran luego Michel Foucault, Julia Kristeva y Jacques Derrida. Speranza pone, como ejemplo de esta tendencia, los últimos libros de César Aira, Juan Forn, Daniel Guebel, Sergio Chejfec y Alan Pauls (a los que se podría sumar sin problemas los nombres de Sergio Bizzio, Damián Tabarovsky y Daniel Link), y afirma que “la imposibilidad de decidir quién dice ‘yo’ sacude al lector (...), abre preguntas sin respuesta y complica el juicio estético y moral (...). El estatuto del género se tambalea y se revela la naturaleza novelesca de toda escritura del yo”. Contra las voces que señalan y deploran esta suerte de “regreso yoico” como un peldaño más del narcisismo y la neurosis de los escritores argentinos, Speranza ve, en cambio, una “alternativa de sobrevida para las formas exánimes”.
O, como escribe: “Si la vuelta del yo a la ficción inquieta al lector, lo desacomoda y hasta lo irrita, se trata en el mejor de los casos de un efecto calculado que es la primera prueba de su energía”. Algo similar piensa y refiere casi indignado Pauls, en una presentación de 2006 recogida en el mismo número de la revista, al hablar de Vila-Matas: “Dios mío, qué prueba de indigencia no ver, no poder ver hasta qué punto la primera persona es menos un yo que una pura conectividad, el principio de una suerte de delirio comunitario, y hasta qué punto lo que nace de ese big bang no es tanto un mundo como mil mundos posibles en los que ya nadie podrá decir ‘yo’, ‘mío’ o ‘mi’, sin caer en la comedia o hacer el ridículo”.
Finalmente, la elección de las ilustraciones de esta entrega de Otra Parte no podía haber sido más acertada: se trata de la serie de imágenes que la fotógrafa argentina Rosana Schoijett agrupó con el título de Kiosco. Schoijett (Buenos Aires, 1969) estudió cine y cursó la Beca Kuitca, pero estas tomas en las que rompe los códigos periodísticos y se integra al cuadro junto a los entrevistados (Silvina Luna, María Julia Alzogaray, Fabián Gianola, Elisa Carrió, Susana Giménez, Juan Carlos Blumberg, entre otros) las realizó durante sus largos años como reportera gráfica de la revista Noticias. Una forma lúdica, inocente, exquisitamente irónica de desplazar la atención del espectador de las figuras mediáticas y decir “yo”, en este caso desde el terreno de la fotografía.