Después de decir lo que dijo, no dijo “que la inocencia les valga”, así que parece que no fue una broma pesada por el Día de los Inocentes, sino una nueva definición de lo que hasta entonces se conocía sólo como “el modelo” o, a lo sumo, “el proyecto político”. Pero el martes 28 de diciembre, flanqueada en el quincho de Olivos por Nacha Guevara, las hermanas Pons y Andrea del Boca, la Presidenta lanzó el nuevo canal digital Incaa TV y dijo:
—Esto es parte de la revolución cultural en la Argentina... –frase que arrancó casi tantos aplausos como cuando CFK se declaró una “cinéfila indomable”, dado que el nuevo canal es una especie de Volver nac&pop.
El último proceso político conocido como Revolución Cultural había sido el encabezado entre 1966 y 1976 en China por Mao Tse-Tung y su esposa Jian Qing, a quien todos le decían Chiang Ching aunque en verdad se llamaba Li Yunhe, pero también se había hecho llamar Lan Ping, seudónimo con el cual cobrara fama como actriz allá por los años 30. La cuestión fue que Chiang resultó una pieza clave del combate al “ala derecha” y a los “traidores” de su propio Partido Comunista, para el cual ella y su marido-jefe contaron con el férreo manejo de los medios de comunicación y buena parte de la intelectualidad, además de una inquietante fuerza de choque juvenil conocida como Guardias Rojos. En el súmmum de la Revolución Cultural, Chiang revolucionó la Opera de Beijing al cambiar todo el repertorio por nuevas obras que realzaban la personalidad y el pensamiento de Mao. Culto a la personalidad, que le dicen.
Claro que Cristina no es actriz como Chiang, pese a que cada vez se la ve más rodeada de actores y artistas. Ni a La Cámpora le da para Guardia Roja, dado que a Máximo le cabe más la Guardia Imperial. Ni el entorno político más íntimo de la viuda de Kirchner (el ex maoísta Carlos “Chino” Zannini, el jefe de los espías Héctor Icazuriaga y el inoxidable Julio De Vido) puede compararse ni ahí con la Banda de los Cuatro, tal como se conocía al gabinete en las sombras encabezado por Chiang Ching para sostener el discurso y la acción de Mao.
Aparte, las cosas no terminaron nada bien para aquella Revolución Cultural y menos para Chiang, que enviudó en el ’76, fue presa con toda la Banda de los Cuatro acusada de infinitas tropelías y condenada a muerte en 1980. Le conmutaron la pena en el ’83 y cumplió cadena perpetua hasta su muerte, el 14 de mayo de 1991. Versión oficial: suicidio.
Me comenta un ex ministro de Néstor Kirchner que no debería descartarse de plano una influencia directa de Zannini en la incorporación del término “revolución cultural” en uno de los últimos discursos presidenciales de 2010, ya que el Chino suele ejercer funciones de editor en el delineado de esas piezas oratorias. Sin embargo, la misma fuente prefiere creer que no debería asociarse mecánicamente esa Revolución Cultural con esta frase. “Yo adjudicaría ese giro discursivo más a cierto hiperrealismo autopromocional que a otra cosa”, desliza el ex ministro.
Pero lo dicho dicho está. Y no será éste el gobierno que pase a la historia precisamente por la improvisación discursiva. Cada palabra colocada en boca de Cristina (aun más que en la de Néstor, a su turno) ha perseguido la confesa misión de “construir un relato” distinto, si no contrapuesto, al que suele exhibir la “prensa cartelizada” o “monopólica”. Mal no le ha ido en el reclutamiento ideológico e incluso monetario entre gente de la cultura y el show business.