La señora Justicia es la mujer más bella del mundo. Pintores, escultores, dibujantes y caricaturistas la han pintado y esculpido millares de veces desde hace siglos. Claro que cada uno a su modo y según su ideal de belleza. Por eso a veces es rubia, a veces morena, a veces se la ve pensativa, a veces hierática, a veces casi juguetona. Por eso suele levantar la cabeza con orgullo o bajar un poco la barbilla para contemplar a quienes la admiran.
Pero en todas sus imágenes, todas, se transparenta su belleza. Tiene la frente despejada, lisa como el satén de un vestido de novia, pómulos altos, la nariz perfecta y poderosa, la boca delineada maravillosamente con labios que o se sonríen apenas o se endurecen en un gesto admonitorio. Tiene el cuello grácil y orejas perfectas; sus hombros son redondeados, se presume que suaves al tacto y se prolongan en sus brazos hechos, parece, para el abrazo. Las manos podrían ser maestras del arpa o del piano o tender sus dedos para que los pájaros y las flores encontraran abrigo en ellos. Ni la balanza ni los libros de leyes le pesan o le molestan. Todo en ella es ágil, natural, agraciado.
Cuando está de pie puede apreciarse su figura perfecta. No hay modelo en este mundo que pueda oponérsele mostrando formas más delicadas y armoniosas. Vestida con una túnica suelta o con un traje sastre de cuyo escote asoma el encaje de una blusa blanca, cuando pasa por la calle todo el mundo se vuelve a mirarla porque si bien su paso es leve y lleno de gracia, tiene algo de majestuoso que despierta la admiración de las gentes.
La gran cantidad de sus imágenes que se encuentran a lo largo y a lo ancho del mundo, sólo puede compararse a las de la Virgen María: ella también es siempre bella, y distinta según sea quien la ha pintado o esculpido. Pero la señora Justicia no es virgen y es que no podría ejercer su profesión si no conociera todas las pasiones, todas las emociones, todos los pesares; si no supiera todo sobre el dolor, la felicidad, el castigo y el perdón. Lo único que ignoro es el color de sus ojos. Deben ser negros y hondos. Pero que no se saque la venda: yo tengo miedo de que si me mira me transmita todo el dolor del mundo.