COLUMNISTAS
Miguel Lifschitz

La solidez de un intendente

Considero importante rescatar del pozo ciego de la política a quienes han asumido responsabilidades de gestión y cumplieron o cumplen una tarea digna. No digo virginal ni perfecta sino digna, respetando el sentido tan declamado de la palabra democracia.

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Considero importante rescatar del pozo ciego de la política a quienes han asumido responsabilidades de gestión y cumplieron o cumplen una tarea digna. No digo virginal ni perfecta sino digna, respetando el sentido tan declamado de la palabra democracia.
Es posible que un elogio a funcionarios o candidatos despierte suspicacias de acuerdo a la costumbre instalada de que el periodismo debe denostar a los políticos para demostrar que está del lado de la verdad y de la gente. Pero es una triste virtud la que sólo se alimenta de la desesperanza y la condena.
Una entrevista pública con el intendente de Rosario, Miguel Lifschitz, me confirmó que la vocación política y la militancia no se dan de bruces con la formación profesional y el conocimiento de las áreas que conforman el espacio público.


El compromiso implica constancia, perseverancia, continuidad. Tampoco todo es imagen. Menos con el intendente, a quien le pregunté si un apellido de nueve letras de las cuales hay siete consonantes –le gana a Nietzsche, cuya proporción es de seis consonantes y tres vocales– no le acarreaba inconvenientes relacionales. Le pedí que lo pronunciara como es debido. Quise saber el origen del mismo, me dijo que era ucraniano judío, de una familia radicada en Entre Ríos, agnóstica y atea, por generaciones. Su identidad futbolera hacia el lado del arroyito canalla, hincha de Central, me permitió enterarme de la trenza mafiosa entre venta de drogas, intereses políticos y gremiales, además de la dirigencia del fútbol.
Contó que habían tenido reuniones con dirigentes de Newell’s y Central para tejer lazos de convivencia, refundar la selección rosarina, pero que todo se fue al diablo con el reglamentarismo del presidente de Central, que no les dio más entradas a los visitantes. De todos modos, la seguridad no es del ámbito de la ciudad sino de la provincia.
Dice que el clima de violencia que existe en nuestro país en parte se debe a la acción y a la declamación de un gobierno que produce enfrentamiento y división. La agitación de fantasmas en los que batallan modelos de país, retornos a genocidios económicos, ajustes neoliberales para los pobres y otras palabrotas de barricada no junta más que unas miles de personas, pero segrega odio y fanatismo embrutecedor.

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Respecto de su identidad partidaria, él, como el gobernador Binner, son discípulos políticos de Guillermo Estévez Boero. El partido llamado Socialista Popular propuso volver a pensar el socialismo en la Argentina en relación a los movimientos nacionales, es decir al peronismo y al yrigoyenismo.
Una historia en la que el socialismo fue cómplice del golpe del treinta de Uriburu, además de apoyar a la Revolución Libertadora, identificó al partido con el gorilismo y lo dejó fuera de los movimientos populares. Esa historia es la que volvieron a pensar para cambiar de rumbo.
El interés por las condiciones de vida de los más pobres en lo que concierne a las políticas de salud, educación, salubridad y vivienda, ha sido el rasgo notorio de las últimas intendencias de Rosario.
Lifschitz dijo que el 30% del presupuesto de la ciudad se destina a la salud y que el 40% de la planta municipal trabaja en esa área. Es ingeniero civil y ocupó cargos durante dos décadas –con algún paréntesis por diferencias con el ex intendente Cavallero–, relacionados con el urbanismo, los problemas de vivienda y los sistemas cloacales. Fue secretario académico de la Facultad de Ingeniería de Rosario.


En veinte años de socialismo, me dijo, no ha habido ni un caso de corrupción en la administración socialista.
Le pregunté cuáles serían las tres primeras medidas que tomaría si fuera presidente. La necesidad de un acuerdo nacional sobre temas económicos le parece fundamental. No sólo en lo relativo a medidas coyunturales sino a objetivos de mediano plazo. Una estrategia de crecimiento asociada a una política fiscal y distributiva.
Lifschitz dice que es urgente relanzar la producción agropecuaria y apoyar a sectores diezmados por la sequía, pero no cree que las reivindicaciones del sector del campo sean las únicas prioritarias. Llama la atención sobre la falta de representatividad y de portavoces de capas sociales que en la ciudad de Rosario llegan a ciento cincuenta mil habitantes en villas.
Está de acuerdo con el proyecto del tren bala. La comunicación entre Mar del Plata, Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba por medios de alta tecnología le parece una necesidad que tarde o temprano se hará realidad.
No considera que una inversión de estas características se haga en desmedro de la mejora de las condiciones en la que viajan millones de argentinos. No cree en estas antinomias que dejan sin el pan y sin la torta.


Está convencido de la vigencia de la democracia de partidos. Está a la vista, según su parecer, su utilidad en la continuidad de políticas en la ciudad de Rosario. La permanencia de una política, la posibilidad de elaborar planes estratégicos, el acuerdo sobre objetivos, deriva de una estructura política disciplinada que debate internamente y confluye en las decisiones finales.
Le pregunté qué pensaba de la Coalición Cívica, me dijo que no creía en las coaliciones cívicas sino en las políticas. Quise saber por qué Reutemann tenía aceptación en Santa Fe. Respondió que el peronismo tiene entre 30% y 35% de votos casi asegurados en cualquier lugar del país menos en la Ciudad de Buenos Aires. Reutemann es otro ejemplo no necesariamente victorioso de ese resultado tradicional.
Pero más allá de apreciaciones sobre los frentes electorales del presente inmediato, Lifschitz impresiona como un hombre dedicado a gobernar. No le gusta la palabra gestión para sintetizar su quehacer, no deslinda la militancia política de la resolución de los problemas de la comunidad.
Después de hablar con él, se amplía aún más la distancia entre los improvisados de la política que a partir del éxito social o profesional, creen que con carisma se pueden hacer cargo de asuntos públicos, en comparación con gente que ha estudiado cada tema durante años.


La decadencia de la clase política es la de toda una dirigencia que ha renunciado a un proyecto de nación y de sociedad en favor de los llamados “modelos” que revisten con maquillaje transitorio.
Es mentira que basta el poder económico y la presencia mediática para hacer carrera en política. No debemos dejarnos engañar por el cinismo dominante. Para ser ingenuos, es mejor serlo con gente de bien aunque no tenga certificado de beatitud que lo exima de eventuales críticas.
No hay proyecto posible con la mediocridad, el engaño y la impunidad en manos de oportunistas. Ni lo hay si la política no es un asunto serio con gente seria. Para las payasadas ya estamos colmados.

*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar).