La rigurosidad verbal nunca formó parte de sus atributos. Más bien sus discursos evidencian cierto desparpajo de quienes no suelen dar cuenta ni de sus actos ni de sus dichos. Mauricio Macri no piensa repasar críticamente los tres años y medios de un gobierno que ha dejado al país al borde del abismo. Tampoco las promesas que esbozó en tono de campaña y trastrocó o incumplió una vez electo.
Es necesario, entonces, rearmar la agenda, cambiar el tono, atacar al contrincante. Transformar las carencias en virtudes, la realidad en percepciones, la desigualdad en meritocracia, el desempleo en emprendedurismo, la caída del poder adquisitivo en derroche, la riqueza en proeza, la pobreza en responsabilidad individual o castigo. Si no hay algo bueno para exhibir, mejor confundir. “Debemos matar al enano incumplidor que tuvimos durante décadas, esa partecita nuestra que cree en la avivada de tomar deuda y después no pagar”. ¿A quién se referirá el Presidente? ¿A los privados que de la mano de Cavallo estatizaron sus obligaciones? ¿O acaso a su gestión, que dejará endeudado al país por varias generaciones y que condicionará futuros gobiernos?
Al mutar sus formas Cambiemos corporizó su esencia. Esa “derecha moderna” que promulgaba desterrar viejas prácticas y sentar bases nuevas, fue empujando y corriendo los límites de un sistema democrático insuficiente en su representación y vaciado en sus contenidos. La famosa “grieta” alentada desde el oficialismo para ganar elecciones, hoy constituye uno de los límites más inflexibles del modelo que promueve.
Despojado de un discurso político que pueda reconquistar a los decepcionados o reconstruir la esperanza desde los escombros de una crisis que golpea, el oficialismo se recuesta en su núcleo ideológico más duro, en el que la dependencia del apoyo de Trump , del FMI o la “escuela” de Bolsonaro se conjugan en una derechización sin disimulos. En su intento por polarizar el escenario electoral termina acorralado en su propio extremo. La “campaña del miedo” imprime una dinámica en la que es difícil clavar los frenos. El encuentro de Cambiemos en Parque Norte llamó la atención por su tónica discursiva. Pichetto, la estrella rutilante y uno de los precursores en declaraciones xenófobas y reaccionarias, actuó de moderado frente a tantos preceptos encendidos. Pareció una exhibición de las armas más cuestionables de la política: la denostación ideológica, la demonización de los adversarios, los ataques personales, la amenaza, la distorsión, la intolerancia, la ira.
La “campaña del miedo” parece ser la reacción, por momentos esperanzada y otros desesperada, de un oficialismo al que se le agotan los tiempos y, a fuerza de repetición, las excusas.
El “vale todo” amenaza con sellar una disputa electoral marcada por las fake news, las operaciones sucias, la manipulación de las redes sociales, los trolls, la big data en manos de un gobierno que manipula y redirecciona recursos. Por lo pronto, la decisión de acortar los tiempos televisivos a las otras fuerzas políticas funciona. Cambiemos no depende de ellos. Gran parte de su propaganda se asienta en la publicidad institucional con mensajes proselitistas.
Alianzas que supimos conseguir
De cuánto el oficialismo logre inclinar la cancha, cambiando reglas electorales sobre la marcha, siendo juez y parte, dependerá la salud del sistema electoral argentino, hasta ahora confiable. Sus reglas varían acorde a sus intereses o a los números que arrojan las encuestas. Ya se modificaron las colectoras, quisieron impedir las PASO, hubo problemas de empadronamiento con nuevos votantes, se cambió el voto en el exterior, de las fuerzas de seguridad, etc. El último ensayo preelectoral arrojó resultados preocupantes.
La idea de “cambio” parece mancillada por un gobierno que se disoció de la realidad y se asoció con recetas que fracasaron en el pasado y despojan de presente. Hoy temen perder las elecciones. “Para quien tiene miedo, decía Sófocles, todo son ruidos”.
*Politóloga. Experta en Medios, Contenidos y Comunicación.