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debate en el congreso de la asociacion filosofica argentina

La tarea del intelectual en un país como la Argentina

“Ensayo, política y filosofía local: lógicas de la intervención” fue el foro de clausura del XV Congreso Nacional de Filosofía, organizado por la Asociación Filosófica Argentina (AFRA) en la Facultad de Derecho de la UBA. Fue un debate muy animado, que reunió al director de la Biblioteca Nacional, Horacio González; al presidente de AFRA, Samuel Cabanchik, y al filósofo Tomás Abraham, quienes abordaron las distintas áreas de interés del intelectual contemporáneo.

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¿Qué es un intelectual? ¿Es lo mismo que un filósofo o un pensador? ¿Qué es hoy un ensayo? Estos y otros temas fueron debatidos a comienzos de diciembre en el foro “Ensayo, política y filosofía local: lógicas de la intervención”, organizado por la Asociación Filosófica Argentina (AFRA).

Participaron del encuentro el filósofo Tomás Abraham, que dijo que la categoría de pensadores “jerarquiza a alguien que evoca poder”, Samuel Cabanchik, presidente de la AFRA y Horacio González, el director de la Biblioteca Nacional. Cabanchik, doctor en Filosofía, definió a la naturaleza de la Filosofía desde una perspectiva externa, es decir, “contemplarse junto a otras expresiones de modo abstracto y general que denominamos cultura”. Caracterizó a la filosofía de cierta transmisión oral, articulada a través del diálogo, la controversia y enseñanza; de escritura variada: desde el fragmento al tratado y de difícil homogeneidad temática. Pero la diversidad de sus problemas y la manera de resolverlo han dado consistencia a la historia de la filosofía con sus historias, corrientes y escuelas”.

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Tomás Abraham consideró que “el filósofo lleva a cabo su tarea entre los intelectuales y pensadores”. “Es una persona que reflexiona sobre su propia práctica, interpela a su comunidad y lo hace remitiéndose a la tradición filosófica”. Para explicar la categoría de intelectual, el autor de El amigo americano-Introducción a Richard Rorty recordó la noción de intelectual específico de Michel Foucault. “Mientras el intelectual clásico juzgaba el comportamiento de sus conciudadanos, desde un lugar de libertad y criticaba al poder en nombre de los oprimidos sosteniéndose en valores universales, el intelectual específico adscripto a un orden social, que emplea y paga al intelectual, lo hace formar parte del engranaje material de la formación social”, citó Abraham.

Aquellos intelectuales que incidirán en el futuro en la relación entre el saber y el poder, según Foucault, serán aquellos que estarán con mayor capacidad de intervención en los juegos del poder. Los que trabajan como “agentes institucionales de áreas estratégicas en las que se producen conocimientos”. Los que están bajo la sujeción de la jerarquía institucional y corporativa, y son ellos los eslabones que tienen la posibilidad de trabar el funcionamiento global, y son quienes pueden ejercer la resistencia al mandato vertical, de limitar la fuerza del dinero y discutir con poder propio los objetivos de las estrategias político-militares, recordó Tomás Abraham, que citó a Foucault: “Así los magistrados y los psiquiatras, los médicos y los trabajadores sociales, los trabajadores de laboratorio y los sociólogos, pueden cada uno en su lugar propio y mediante intercambios y ayudas, participar en una politización global de los intelectuales”.

En este Congreso de Filosofía, que se realizó los primeros días de diciembre, se discutió también qué es un pensador. “Esta categoría jerarquiza a alguien que evoca poder y a muchas personas les gusta que lo llamen pensadores”, afirmó Abraham. “Ellos se sienten depositarios de un saber profundo cuya visión es semejante a la de un águila” aclaró, pero existen otros pensadores que ajenos de los ámbitos de poder y académicos reflexionan sobre propias prácticas y “no anuncian: Acá va una idea” crean espacios de ideas a través del ensayo, el diálogo o las autobiografías. Como ejemplo, Abraham mencionó a Daniel Barenboim que hace de sus textos sobre la música y de las relaciones entre arte y política, una meditación vigorosa y sutil. También citó la obra del poeta Antonin Artaud, el cineasta Federico Fellini, el escritor y dramaturgo Bruno Schulz, y los escritores Macedonio Fernández y Jorge Luis Borges.

Meditaciones. El director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, afirmó que la escritura es previa a la filosofía y la decisión de escribir, es en sí misma, una decisión filosófica. González recordó la noción de meditaciones, palabra bajo la cual se han escrito los textos filosóficos que se invocan y recuerda en la actualidad. Éstas son sugerentes en el sentido que evocan plenamente a alguien que antes de decir algo, en un momento específico de su vida, tiene un momento personal de reflexión. “Había antes momentos de la escritura, que indican un modo que se puede llegar a la escritura pero se necesita esa noción de precedencia bajo la cual se presentaría la meditación”, dijo González. El director de la Biblioteca Nacional afirmó, además que, “meditación y ensayo estarían ligados a la presencia de un yo que filosofa y asume la plenitud de la meditación, que discurre en una consciencia y que además implica cierta conmoción”.

A diferencia de la meditación, en los diálogos se puede encontrar un discurrir argumental pero, aclaró, que es “éstos tampoco se consideran una antesala de la filosofía que madurará con la meditación y los discursos.”

Ensayo y filosofía. Cabanchik se refirió al tema “¿cuándo hay ensayo? En primer lugar definió qué se entiende por tal. Esta una palabra remite a una ambigüedad, tanto a un género literario como al acto de escritura. “Así el ensayo como forma literaria conserva los propios proceso de producción”. Cabanchik retomó la noción Michel de Montaigne quien introduce la expresión y el género. “El ensayo no es un texto de conocimiento discurso en los que vincule con conocimientos. Es un ejercicio de invención personal donde el YO es modesto y crítico. Lo que importa del ensayo es el estilo no la materia de la que trata.” El presidente de AFRA explicó que hay ensayo cuando una enunciación discursiva construye un lugar de representación textual para el ensayista.

Este puede hablar en nombre propio o de un sujeto colectivo, y el texto utiliza el potencial retórico de la lengua para producir distanciamiento.

Para Horacio González, lo que hoy llamamos una forma de ensayo, arrastra algo del dialogo filosófico de la antigüedad, pasa por las meditaciones y se funde con la idea de catarsis que plantea el teatro.

La escritura contemporánea tolera que se llame ensayo.

Los grandes ensayos de Montagne y Francis Bacon tienen como grandes temas las inseguridades y la simulación, y se instalan en un plano de sentimentalidad, en el que se preguntan qué tan sincero pueden ser.

El director de la Biblioteca Nacional concluyó que, así como él llama catarsis, el filósofo húngaro Georg Lukács habla de “destino” en el sentido de ser una forma superior de la escritura filosófica; género que –según Lukács– atraviesa todos los géneros.