Una de las críticas más frecuentes que se le hace al Poder Judicial es la de su aparente hermetismo. Las personas que integran oficinas y pasillos en tribunales suelen ser tildadas de crípticas por el carácter técnico que utilizan para expresarse, o de entretejer un ámbito endogámico y corporativo que permite la consolidación de la ya célebre “familia judicial”.
Ahora bien, cuando casos resonantes como el que rodeó a la jueza Julieta Makintach permiten atravesar esa bruma impenetrable de hermetismo, y adentrarnos en algunos detalles de la dinámica interna de tribunales, es probable que muchos de quienes critican el mencionado hermetismo lo terminen añorando. Toda una ironía.
Hagamos un breve repaso de lo sucedido. Si bien no hace falta presentar a Diego Maradona, sí es necesario aclarar que en el marco del juicio en el que se investigaba su muerte, todo hace suponer que la jueza señalada intentó avanzar con la realización de un documental cuyo título iba a ser “Justicia Divina”. Esto trascendió el 24 de mayo del 2025 al hacerse público el tráiler del futuro documental, provocando que juristas y familiares de Maradona denunciaran que había cámaras filmando indebidamente la audiencia. A todo esto, se sumaron pruebas sobre correos electrónicos y guiones que acreditaban las sospechas. El suceso desencadenó la suspensión del proceso junto a la separación de la causa penal de Makintach y los otros dos magistrados que conformaban el tribunal, Maximiliano Savarino y Verónica Di Tomasso.
Makintach, como años atrás fue Norberto Oyarbide, personifica lo que podríamos definir como demonios judiciales, cuya principal característica es la de ser señalados por sus detractores como un riesgo para el conjunto de la sociedad debido a que, desde su rol de magistrados, no protegen como corresponde valores asociados al bien común de los individuos.
Ahora bien, hay algo que hace de Makintach –igual que sucedió con Oyarbide– una variedad específica dentro de los demonios judiciales, algo que la transforma en objeto de un marcado desdén incluso dentro del propio mundo judicial. Se trata de la frivolidad de buena parte de sus prácticas a partir de las cuales se muestra a ese mundo judicial de forma grotesca de cara a la comunidad, lo que suele poner inquietos a sus mismos colegas en tribunales.
A falta de un concepto consolidado sobre esta problemática, podríamos rotular a este subgrupo como tilingo judicial. A modo de hipótesis, describimos este arquetipo como representante de un estilo estético aparatoso o exagerado, portavoz de una intelectualidad módica, con larga trayectoria en tribunales, pretensiones de alto perfil y, fundamentalmente, poseedor de una cuota excesiva de imprudencia. Para decirlo con otros términos, el tilingo judicial carece de prestigio, sus propósitos polémicos tienden a convertirse en conmociones y las decisiones resonantes que toman devienen escandalosas.
Más allá de los nombres propios, Makintach y Oyarbide en este caso, cabe preguntarnos si los tilingos judiciales contribuyen a deteriorar la relación entre el Poder Judicial y la ciudadanía, y lo más importante, qué consecuencias genera dicho deterioro.
*Investigador del Conicet / UNLP / Instituto de Cultura Jurídica.