Muchas veces aquello que más nos preocupa termina siendo nuestra ruina. Es lo que le ocurrió a Angela Merkel, que acaba de anunciar su intención de renunciar como líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) en diciembre y como canciller de Alemania en 2021.
La historia puso a Merkel en medio de furiosas tormentas: una serie de crisis en la Eurozona que generaron divisiones entre los europeos; tensiones económicas internas que alimentaron la fragmen-tación social; y la mayor oleada migratoria desde la Segunda Guerra Mundial, que generó temor en Europa y Alemania. Pero Merkel no quiso sacudir el barco (lo que hubiera puesto en riesgo su supervivencia), y optó en cambio por soluciones temporales que permitieron un agravamiento de las vulnerabilidades.
Tal vez la haya condicionado su dra-mático ascenso al poder. En la elección de septiembre de 2005 arrancó con una importante ventaja en las encuestas de opinión. El entonces canciller Gerhard Schröder no había logrado disminuir un casi 12% de desempleo, y su Partido Socialdemócrata había perdido una serie de elecciones en los estados. Pero Merkel no comunicó sus propuestas con precisión, lo que sumado a un deslucido desempeño en los debates casi le cuesta la elección.
En las elecciones siguientes, Merkel se negó a hacer campaña con cuestiones de política sustantivas. La de 2009 fue deliberadamente aburrida y banal, y Merkel adoptó (aunque con reparos) la caracterización que hicieron de ella sus oponentes como una “Mutti” (un desfavorable estereotipo de madre ama de casa). En 2013 reforzó la imagen de Mutti con su eslogan: “Ustedes me conocen”.
Como no presentó plataformas políticas claras, los gobiernos de Merkel han estado casi desprovistos de mandato. Después de cada elección, diversos grupos de intereses esperaban que adoptara una posición favorable a sus respectivas preferencias. Pero ella sabía que su negativa a hacerlo era la razón misma de su supervivencia.
La inclinación de Merkel a poner parches es evidente en su estrategia para la reforma de la Eurozona. Siempre supo que la solución de los problemas de la unión monetaria le exigía correr el riesgo político de pedir a los alemanes un sacrificio financiero. Era una decisión peligrosa, porque el ex canciller Helmut Kohl (el hombre que por sí solo llevó al euro hasta la línea de llegada) les había prometido que no habría necesidad de sacrificios.
De allí que por temor a perder el apoyo de los alemanes, Merkel haya hecho siempre lo mínimo necesario para mantener la Eurozona unida. En mayo de 2010 aceptó (tras una espera insoportable) la concesión de un préstamo conjunto de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional a Grecia. Eso llevó a la creación de un instrumento más permanente para rescates, el Mecanismo Europeo de Estabilidad.
Luego, durante la crisis existencial del euro en julio de 2012, Merkel apoyó la iniciativa del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, de crear un mecanismo de “transacciones monetarias directas”, que permitió al BCE comprar bonos de los países de la Eurozona en problemas. Si bien estas correcciones ayudaron a evitar un colapso de la Eurozona, no bastaron para asegurar la resiliencia futura de la unión monetaria, una falencia que dejó a la Eurozona vulnerable a la crisis en gestación en Italia.
A Merkel la derribó la única postura principista que tuvo. En 2015, mientras una oleada de solicitantes de asilo y migrantes económicos inundaba Europa, anunció una política de puertas abiertas para los refugiados sirios. Cuando el primer ministro nacionalista de Hungría, Viktor Orbán, sugirió que Alemania debía levantar una valla contra el ingreso de migrantes, Merkel tuvo una muestra infrecuente de emoción pura. Rememorando su niñez en Alemania del Este, dijo: “Viví mucho tiempo detrás de una valla. No es algo que quiera volver a hacer”.
La humanidad de Merkel le valió alabanzas de la comunidad internacional; pero en Alemania, la oposición a su política para los refugiados arreció. Alternative für Deutschland (AfD), el partido creado en febrero de 2013 para oponerse al euro, renació convertido en una vocinglera fuerza nacionalista antiinmigrantes, que le robó simpatizantes a la CDU de Merkel y a su aliada bávara, la Unión Social Cristiana (CSU).
En 2016, Merkel consiguió aliviar la presión migratoria sobre Europa mediante un acuerdo para la retención de migrantes en Turquía (todavía muy discutido, sobre todo por razones humanitarias). La adopción del mismo modelo en otros lugares pone a los migrantes en riesgo creciente.
Aunque el año pasado el estilo de campaña típicamente insustancial de Merkel le valió un cuarto mandato, su base electoral se debilitó considerablemente, y los fracasos económicos internos refuerzan la tendencia. Merkel enfrenta la herencia de las controvertidas reformas de Schröder en el mercado laboral y en las prestaciones sociales, que entre otras cosas, facilitaron el despido de trabajadores y, al reducir las prestaciones por desempleo, obligaron a muchos desempleados a aceptar puestos precarios con pocos beneficios. Las reformas ayudaron a reducir la tasa de desempleo, pero al costo de un estancamiento de los salarios reales y amplias dificultades financieras para las personas.
Es verdad que en todo el mundo desarrollado se ve un aumento de la desigualdad, estancamiento de los salarios y malestar de la clase trabajadora. Merkel (como sus homólogos en otros países) hizo poco por resolver los pro-blemas. No fue por falta de visión: en abril de 2010, describió una Alemania impulsada por la innovación y mejoras en la educación, y señaló que solo el avance tecnológico permite a las sociedades dar oportunidades dignas a todos.
Pero por no cuestionar el consenso político interno en torno de la austeridad fiscal, Merkel se negó a invertir en el futuro de Alemania; por ejemplo, reparando la decadente infraestructura y mejorando las oportunidades educativas. En vez de eso, hizo intentos desesperados de proteger la cada vez más obsoleta base de tecnología diésel de las automotrices alemanas; esa demora en el fortalecimiento de esta industria puede hundir a toda la economía.
La incapacidad de Merkel para revertir la fragmentación social llevó a un aumento del apoyo a AfD. En la elección de 2017, la mayoría de los votos de la AfD fueron de hombres de entre 30 y 59 años de edad, con solamente educación secundaria o formación profesional, con empleos obreros (a menudo, con poca seguridad laboral) y residentes en ciudades pequeñas y áreas rurales. Muchos de esos votantes antes apoyaban a la CDU y a la CSU, pero los atrajo la plataforma nacionalista xenófoba de AfD. La CDU quedó debilitada, y también el control de Merkel sobre su partido. Es hora de que dé un paso al costado.
Merkel llevó el barco en rumbo firme, pero las tormentas no amainaron. El continuo clima de malestar popular y agitación política puede arrastrar muy fácilmente a los futuros cancilleres.n
*Profesor visitante de Política Económica Internacional en la Escuela Woodrow Wilson de Asuntos Internacionales de la Universidad de Princeton. Ex jefe de la misión del FMI para Alemania e Irlanda.