Rusia ganó un triste privilegio. Es el lugar más peligroso del mundo donde ejercer el periodismo independiente: acumuló más de 300 periodistas muertos o desaparecidos desde 1991.
En PERFIL, y más extensamente en Noticias, he escrito muchos artículos sobre la convulsionada Rusia de los últimos años en los que a pesar de ser crítico siempre traté, con el mejor ánimo, de comprender los esfuerzos que realizaba por democratizarse después de 71 años de comunismo.
Con esa misma predisposición acepté la responsabilidad de ser secretario del Consejo Empresario Argentino-Ruso desde hace cuatro años pero esta semana, después del asesinato de la periodista Anna Politkóvskaya, llamé al embajador ruso en Argentina, Yuri Korchagin, para trasmitirle mi renuncia.
El asesinato de periodistas, así como también de políticos y hasta de banqueros, fue moneda corriente los primeros años de la transición post soviética. Progresivamente la costumbre de resolver las diferencias a los tiros fue disminuyendo en la misma medida en que se iba afianzando el estado de derecho. Pero desde la reelección de Putin, hace dos años, parecen haber renacido los malos hábitos.
Cuando a comienzos del año pasado me tocó presidir el Tercer Encuentro de los Consejos de ambos países en Moscú, algunos periodistas rusos me contaron que el asesinato del director de la versión local de la revista Forbes, Paul Klebnikov, podía no obedecer a la causa que oficialmente se informó.
Originalmente se dijo que se trataba de una venganza de la guerrilla chechena por el libro Conversaciones con un bárbaro (un guerrillero checheno) que había escrito Klebnikov, pero la causa verdadera sería muy diferente: haber publicado la lista de 300 hombres más ricos de Rusia en la revista Forbes.
Preocupado, al regresar a la Argentina hice una parada en Hamburgo para entrevistarme con Andreas Wile, presidente de la editorial alemana Axel Springer, cuya subsidiaria rusa edita la revista Forbes en Moscú, para tener su propia versión del asesinato. Vale aclarar que Axel Springer es la mayor editorial de diarios de Europa y tiene una línea editorial conservadora.
Andreas Wile estaba tan perplejo como yo pero con la clásica parquedad alemana me transmitió que prefería aceptar la versión oficial. Seguí su consejo.
Hace un mes, otra noticia similar volvió a recordarme el tema: el 14 de septiembre asesinaron al vicepresidente del Banco Central de Rusia, André Kozlov, después de haberles retirado la licencia a varios bancos comerciales.
Anna Politikóvskaya era la mayor estrella del periodismo de investigación ruso. Escribió tres libros: La Rusia de Putin, Terror en Chechenia y Una guerra sucia (el mismo calificativo que se usó para la represión en Argentina).
Anna fue también la mayor crítica a las violaciones a los derechos humanos del ejército ruso contra la población civil de Chechenia. Se hizo famosa internacionalmente cuando en octubre de 2002 un comando terrorista checheno tomó de rehenes a los 800 espectadores del Teatro Dubrovka de Moscú durante tres días y ella fue elegida como mediadora por lo chechenos. Fracasó: el Servicio de Seguridad ruso recuperó el teatro al costo de 169 muertos, 128 rehenes y 41 terroristas.
Cuando en septiembre de 2004 otro comando terrorista checheno tomó la escuela de Beslán, Anna Politikóvskaya viajó como enviada de Nóvaya Gazeta, la publicación más crítica con el Kremlin, a cubrir lo que terminaría con la masacre de 335 personas (156 de ellos niños) y 200 desaparecidos. En el vuelo de Moscú a Rosto-on-Don bebió una taza de té que le sirvieron las azafatas de Aeroflot con el desayuno y cayó fulminada con síntomas de envenenamiento. Ningún otro pasajero tuvo problemas con su té y Anna tuvo que volver a Moscú para desintoxicarse sin poder registrar su visión de Belán.
Meses antes, durante otra nota, quedó retenida por la fuerza en el domicilio del primer ministro de Chechenia, y principal aliado local de Putin, Ramzan Kadyrov, donde por varias horas fue insultada y golpeada. Y en Moscú la hija de Anna fue agredida por desconocidos que intentaron abrir su auto mientras escapaba milagrosamente.
Finalmente, el sábado pasado, cuando Anna Politikóvskaya volvía del supermercado, recibió cuatro balazos y su cuerpo quedó sin vida en el ascensor de su departamento del centro de Moscú. El asesinato de Anna se produjo el mismo día que el presidente Putin cumplía 54 años, lo que algunos analistas interpretan como un mensaje entre grupos de poder.
José Luis Cabezas. Esta semana me visitó Norma Cabezas, la madre del fotógrafo de Noticias asesinado, para contarme su desazón ante la continua liberación de los condenados por el homicidio de su hijo (ver página 16) aprovechando la ley –derogada pero válida en el momento del crimen– que multiplica por dos los años en cárcel mientras un fallo no está firme. Aunque parezca mentira, cuando están por cumplirse 10 años del asesinato de José Luis Cabezas, como todavía no se pronunció la Suprema Corte provincial, el fallo aún no está firme.
Juntos comentamos con preocupación las coincidencias políticas que tendría hoy el asesinato de otro periodista con la desaparición del testigo del juicio a Etchetcolatz.
En Rusia acusan a Putin de generar odio al utilizar frases tronantes como “caiga quien caiga” o “hasta las últimas consecuencias”. Quien siembra vientos cosecha tempestades y aunque pueda no ser el autor material de los hechos, termina siendo el responsable político. Ojalá la Argentina del futuro no sea un espejo político de Rusia, como sí lo fue con el default y el posterior crecimiento económico.