En estos días nuestra historia se acelera. Las frustraciones acumuladas en la memoria colectiva, desbordan, se expresan en marchas multitudinarias y se tornan realidad en la protesta social.
Es un tiempo importante y peligroso.
Temo el peligro de la insensatez del Gobierno y de la Presidenta que día a día aumentan la velocidad de su fuga hacia delante. Quienes en ese grupo guardan conciencia de lo que les sucede, saben que están jugados, que pasaron el punto de no retorno y que, consecuentemente, hay que jugar todo, apostar cada ficha que queda, no mirar las consecuencias, bajar la cabeza y golpear lo que esté enfrente. Están convencidos que dar marcha atrás es tan peligroso (o más) que avanzar a toda máquina. Los otros, los que ya abandonaron su capacidad de cálculo, sólo mantienen la inercia de las hordas: allí donde van quienes los rodean, van ellos.
Naturalmente todo esto es irracional y debe ser tratado como tal. Resultaría una grave equivocación pensar que la lógica pueda controlar las pasiones e intereses de la clase K. Sólo dejarán de correr cuando no haya más tierra bajo sus pies, cuando el vacío anuncie el abismo inmediato.
Me parece importante estar advertidos que en su caída nos pueden arrastrar. Esto significa que, a partir de lo que estamos viendo (no hay nada que imaginar), se creen situaciones de alta inestabilidad política, que puedan llevar a otras locuras mayores, por ejemplo, la interrupción institucional. El deterioro de nuestra organización republicana, el conflicto, la protesta, las reacciones de unos y otros, la insensatez de quienes tienen el poder político, puede transformar la fuga hacia adelante en un suicidio institucional. Para esto no hace falta que haya militares tomando el poder. En América Latina hemos visto, en estos años, varios desplazamientos de presidentes sin seguir las formas clásicas del golpe de estado. ¿Presos o mártires de la democracia? Si el martirologio excluye el sufrimiento e incluye el goce de los millones acumulados, les parecerá una buena opción.
Dios nos libre que la locura de la presidenta Cristina Kirchner lleve a otros argentinos a una mayor.
Pero es probable que Dios no intervenga y nos quedemos solos tratando de evitar este fracaso final. Digo esto lector porque hay que estar atentos a nuestras furias, a la de los otros y a la de los prójimos menos furiosos y más calculadores que quieran ser los ganadores héroes del país.
Ahora todos sabemos de qué se trata la democratización de la justicia y también que el rechazo, seguramente mayoritario, de la sociedad nada pudo cambiar en el curso de sucesos. Sin embargo, no soy pesimista sobre la posibilidad de volver atrás, de desandar este camino de destrucción democrática.
La primera condición para hacer realidad esta posibilidad es ser conscientes de que el Gobierno, como dije, echa el resto. La segunda, que haciendo eso puede causar un desastre político. La tercera, que ya no vale más la pena llorar sobre la leche derramada y que debemos pensar más bien en la manera en que conviene actuar.
Ya se logró gracias a la prensa y a los partidos el conocimiento colectivo de la trampa. Quienes no entendieron, no van a entender. La etapa de la denuncia concluida. Ahora, las mujeres y hombres políticos están llamados a ejercer el espíritu práctico.
Para construir la solución no creo que sea un método apropiado la unión de la oposición que tanta gente reclama. Es un objetivo irreal, no es practico y, básicamente, no se va a alcanzar. ¿Qué quiere decir que la oposición se una? ¿Acaso que tenga una fórmula común, candidatos de consenso para enfrentar al partido oficial? Si la idea tiene que ver con estos objetivos, no tengo dudas, será un contrato de fracaso que no hará otra cosa que enfervorizar a los participantes de la “marcha de la locura” gubernamental.
Hay dirigentes que no se van a unir y, más aún, que no debieran unirse. ¿Qué tienen que ver Binner con Macri? Una pretensión como esa, lejos de fortalecer la democracia, la debilitaría. ¡Otra vez el Gran Acuerdo Nacional y la Unión Democrática!
En cambio, hay consensos específicos entre distintos, en los que se preserva lo propio de cada uno, que no mezclan el aceite y el vinagre, sino que los juntan a los efectos puntuales y prácticos de aderezar la ensalada.
Concretamente pienso que los partidos de oposición deben firmar un acuerdo en los próximos días por el cual, en caso de reunir las mayorías parlamentarias necesarias, presentarán los proyectos legislativos y los votarán, por lo cuales se desanda todo lo aprobado en estos días. Tan simple como eso. Hecha la ley, cambiada la ley por la nueva mayoría.
Nada lo impide y quien busque encontrará algunos ejemplos en nuestra historia.
Nadie perderá su ideología ni su posibilidad de competir. No habrá una unión quimérica sino la reunión de voluntades para deshacernos de la herencia de Cristina Kirchner.
Para llevar adelante esta respuesta habrá que esperar hasta marzo 2014.
Sólo cuando comience el nuevo período ordinario de sesiones podrán introducirse proyectos de ley iniciados por las cámaras del Congreso. No es el caso, durante las extraordinarias, si las hubiere, donde la iniciativa es materia exclusiva del Poder Ejecutivo nacional.
Pero estos son los tiempo de la ejecución legislativa. Mucho antes que esas fechas, los partidos pueden firmar “el acuerdo por la república”.
Así podrían responder, en parte, a la demanda social y, a su vez, reclamar el voto de la sociedad para que esta decisión se vuelva realidad porque, naturalmente, para que esto sea viable es necesario ganar las elecciones de octubre, algo que es probable pero que es necesario asegurar.