Hace poco, en una conferencia magistral, el embajador de Corea del Sur en La Paz se mostró convencido de que “en veinte años Bolivia alcance a plenitud la industrialización y la soberanía alimentaria”. Según Young-wook Chun, Corea y Bolivia comparten una historia común, pues ambas naciones han sufrido pérdidas territoriales, fueron colonizadas, vivieron la angustia de las guerras y tienen a la industrialización y la soberanía alimentaria como sus puntos de partida para el desarrollo económico. Pero, a diferencia de Bolivia, tras un período de pobreza, hambre y subdesarrollo, Corea alcanzó su industrialización y su soberanía alimentaria. Bolivia alista un acuerdo con la coreana Kores-Posco para la instalación y puesta en marcha de una planta piloto de cátodos de litio (el país andino tiene una de las reservas más grandes del mundo de ese “mineral del futuro”) y hay inversiones surcoreanas en otras áreas mineras.
Al mismo tiempo, Corea tiene cada vez más peso cultural. Además del “paso del caballo” del Gangnam Style, muchos jóvenes bailan hoy al ritmo del K-pop (pop coreano) y miles de bolivianos miran telenovelas de esa nación asiática. El periódico Los Tiempos informaba en mayo de 2011 sobre este fenómeno con el título “Corea influye en Cochabamba”. “Hasta las monjitas vienen a comprar DVDs de telenovelas coreanas”, decía una vendedora de telenovelas asiáticas, que aseguró vender unas cincuenta por día.
Pero si en Bolivia la presencia de esta nación asiática aumenta día a día, donde la “utopía surcoreana” parece haber alcanzado mayor calado es en Ecuador, donde se construye la ambiciosa Ciudad del Conocimiento. Aunque tiene nombre quechua –Yachay–, el proyecto es realizado con la cooperación de Seúl. Se trata de apostar a la alta tecnología para salir de la actual economía extractiva. El Plan Maestro para la Ciudad del Conocimiento Yachay se realiza con la asesoría surcoreana del consorcio Incheon Free Economic Zone (IFEZ), que ha logrado consolidar a la ciudad metropolitana de Incheon como la más dinámica y activa en el noreste de Asia. Todo ello va de la mano de una suerte de “populismo tecnocrático” bastante eficiente, implementado por Rafael Correa, que ha hecho de la excelencia universitaria uno de los ejes.
Hay varias críticas, pero en un contexto de fuertes ansias de modernización –fuente de la legitimidad de los gobiernos de Bolivia y Ecuador– el modelo surcoreano parece tener atractivo. Corea tuvo su propio gran salto adelante de la mano del régimen dictatorial de Park Chung-hee, y hoy es un país ultratecnologizado (la actual primera ministra surcoreana es hija del ex dictador/modernizador). Es además un país chico, más “comparable” con los andinos que el gigante chino.
Contra lo que podría pensarse al ver imágenes de Seúl como generadora de tendencias de moda en Asia, hace cincuenta años esa nación era pobre y rural. Ahora es una de las 15 más ricas. Hace cincuenta años era un país donde los campesinos luchaban cada noche por llevarse algo a la boca. Ahora Caparrós puede escribir un libro que se llama Pali Pali (“rápido-rápido”), en referencia a la nueva cultura surcoreana; un país competitivo al extremo. Al fin de cuentas, Corea es ultracapitalista, pero no se desarrolló aplicando las recetas de destrucción del Estado del FMI sino con un Estado interventor asociado al capital privado, y no sin importantes niveles de corrupción, al menos en un principio.
Podría parecer sorprendente que dos gobiernos considerados del ala radical del giro a la izquierda sudamericano miren a uno de los países más exitosos del mundo desde el punto de vista capitalista y más alineado con Estados Unidos. Pero eso no impide que el efecto Corea pueda aparecer mucho más real en los imaginarios que el más etéreo socialismo del siglo XXI, ni que muchos asocien el “buen vivir” (supuestamente ancestral) a este modelo de sociedad jerárquico y autoritario pero eficiente.
El diario El Nacional, de la región sureña y gasífera de Tarija, se animó a proponer hace pocos días que “el ejemplo coreano, por lo tanto, es digno de ser analizado y si es posible imitado”. En Ecuador, el secretario nacional de Planificación, Fander Falconí, dijo hace poco en The Guardian –en obvia referencia a los tigres asiáticos– que “el jaguar ecuatoriano empieza a rugir”.
Así, el modelo no estaría ni en Caracas ni en La Habana sino en la lejana… Seúl. Paradojas de la América latina actual.
*Jefe de redacción de Nueva Sociedad.