Al Presidente de la República le urgía consolidar su autoridad frente a una oposición antidemocrática que se conjuró contra su Gobierno, incluso desde antes de que éste entrara en funciones.
La designación de dos ministros de la Corte Suprema en comisión está en todo de conformidad con lo que prescribe la Constitución Nacional en su artículo 99 incisos 4 y 19. En efecto, no es responsabilidad de Mauricio Macri que la Corte, que ha quedado reducida a tres miembros, se encuentre al borde de la parálisis o que la fecha para la asunción del Presidente esté fijada cuando el Congreso está en receso.
No es posible entender esta decisión fuera del contexto político presente. Las actitudes y posturas de la recién estrenada oposición, dan cuenta de una clara vocación por la irracionalidad, el boicot y el vacío institucional. Que la ex presidenta Cristina Kirchner no le haya entregado los atributos de mando a su sucesor, como manda el protocolo y la tradición, sumada a la ausencia deliberada de los legisladores de su partido a la ceremonia de jura y asunción del nuevo Gobierno, son dos pruebas irrefutables de ello.
Tampoco es posible abstraerse de la historia reciente de nuestro país. Nuestra todavía pobre cultura democrática ha dado sobradas muestras de que el autoritarismo es perdonado por el electorado con mayor frecuencia que la indecisión, la pusilanimidad o la cobardía de los gobernantes.
Arturo U. Illia, uno de los pocos presidentes republicanos y escrupulosamente respetuosos de las instituciones que tuvo la Argentina, fue vapuleado por la opinión pública por no haber exhibido una temeridad y audacia mayor, frente a una enorme debilidad de origen y a unos temibles adversarios que pedían su cabeza. Sin ir más lejos, durante el Gobierno de la Alianza presidido por el doctor Fernando De la Rúa, la falta de determinación, de estrategia y de coherencia, contribuyó a que el Partido Justicialista, fuera del poder, oliera la sangre a poca distancia. Como el instinto que guía al tiburón, la ocasión de volver al poder, incluso antes de tiempo, terminó por signar la caída del Gobierno. El resultado es harto conocido: 14 años ininterrumpidos de peronismo puro y sin concesiones sobrevinieron al colapso de la Alianza de comienzos de siglo.
Por fortuna, hasta el momento, el presidente Macri ha demostrado haber aprendido del pasado. Cuando se tiene en frente a una oposición dispuesta a todo para quitarle legitimidad a un Gobierno recién electo, la reacción no puede ser otra que la demostración de la autoridad y la firmeza. Aunque esto implique pagar los costos de recibir durísimas críticas por parte de sus propias bases de apoyo, las cuales, naturalmente, esperan un contraste absoluto e inmediato con las prácticas autoritarias de su antecesora en el ejercicio de la primera magistratura. Resulta curioso ver la furia con la que reaccionó la oposición justicialista, que jamás se preocupó por el respeto a la república. ¿Será que han caído en la cuenta de que no tendrán a un De la Rúa que pisotear?
Sin embargo, no se puede equiparar el nombramiento de estos nuevos jueces en comisión, cuya permanencia en el cargo está aún subordinada a la aprobación del Senado, con las violaciones sistemáticas a la Constitución y a las leyes, perpetradas por el Gobierno anterior. De hecho, las designaciones para los cargos más sensibles que impulsó, oscilaron entre fanáticos militantes kirchneristas y personas sin los mínimos antecedentes ni idoneidad para el cargo. Daniel Reposo, Alejandra Gils Carbó y Roberto Carlés son ejemplos de ello. Todo lo contrario a los nombramientos impulsados en esta oportunidad.
Sin dudas, es atendible que vastos sectores de la población, que han apoyado a Cambiemos, estén preocupados y consideren lo acontecido una controversia innecesaria, gratuita e indeseable. No obstante, es necesario mantener la prudencia, la calma y la confianza. Es demasiado pronto como para mutar de la euforia a la depresión. El ejercicio en plenitud de las competencias constitucionales del Presidente no constituye avasallamiento alguno.
Por último, una reflexión final. No son pocos los ejemplos de la historia constitucional y política de países occidentales, como Francia, en los cuales el efecto del péndulo condujo a retrocesos gravísimos, crisis y caídas anticipadas. Los cambios radicales y abruptos de régimen, no suelen ser aconsejables. Las verdaderas transformaciones se caracterizan por ser lentas, pero sostenidas. En este caso, resulta ingenuo e irresponsable imaginar el abandono instantáneo e inmediato de un prolongado periodo de populismo autoritario, hacia una democracia republicana y liberal, libre de fisuras y contradicciones. De intentar acudir por esa senda, el golpe con la realidad sería estruendoso.
Las verdaderas transiciones se logran cuando, en una primera instancia, algún elemento del orden anterior es mantenido. Si bien es lógico que cause un grado de rechazo, siempre y cuando se preserven los principios y las garantías del estado de derecho y de la república, bienvenido sea el ejercicio de la autoridad presidencial.
(*) Asambleísta de la Coalición Cívica - ARI