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La vita nuova

Diciembre fue para él un mes crudelísimo.

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Diciembre fue para él un mes crudelísimo. Dos proyectos en los que había invertido buena parte de las semanas de un año par y bisiesto (que considera funestos, no importa cuánto lo acusen de supersticioso) se vinieron abajo como un castillo de naipes, lo que sumado a las habituales características de ese mes insoportable (dos amigas muertas, la ciudad atormentada, la necesidad de cerrar siquiera ilusoriamente los asuntos pendientes) y algunas nuevas (las copiosas lluvias, las convulsiones sin cura que sufre la perra vieja, ya en sus 14 años) lo hicieron desear huir a cualquier parte.

Cumplida la Navidad, se presentó en Ezeiza para abordar rumbo al extranjero: de lejos dicen que se ve más claro. Ya en otro país, comenzó a pensar que todo daño tiene su parte buena: tal vez haya llegado la hora de resolver el problema de la galería para que deje de inundarse cada vez que el cielo se desmorona arrastrando árboles y cables de teléfono consigo, tal vez le convenga liberarse tiempo para encarar un año impar en el que confía ciegamente con la energía para cumplir viejas promesas que fue postergando excusándose en la cantidad inverosímil de trabajo que le impedía hacer lo que verdaderamente le gusta. En adelante, se dice, antepondrá su propio bienestar al de sus colaboradores y las empresas para las que trabaja.

Se le ocurre que, incluso con los proyectos que todavía podría sacarse de encima, el tiempo no va a sobrarle, así que evalúa dejar esto o aquello. Todo dependerá, naturalmente, de su situación económica, que no puede ser peor que en 2016.

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“Ya se verá”, se dice en el momento en que levanta la copa y se encamina, tomado de la mano con su pareja, los dos vestidos de blanco, rumbo a la espuma del mar que rompe sobre la playa.

Ya quiere volverse, para empezar la vida nueva que imagina en un año impar: la dicha de un cuaderno en blanco y el deseo de llenarlo de símbolos extraños.