El hombre nos leía una carta, y mientras leía se le iba haciendo imposible evitar quebrarse en su emoción. Los que ahí mirábamos lo hacíamos con un extremo silencio, algunos acompañando la añoranza del relato y otros como yo, muy jóvenes, sin entender bien de qué se trataba tanto ir y venir de las sensaciones. Hasta donde recuerdo, contaba algo de la década de los 60, una de esas cosas que supuestamente iban a pasar pero que nunca finalmente habían sucedido.
Todo ese curso se trataba de eso, tomando la frase de Furet, del “pasado de una ilusión”. Cada semana aparecía uno nuevo que también contaba la tragedia del presente y reflexionaba en qué se había fallado hace tiempo. Parecía que todo se reducía en encontrar el punto de quiebre de una tendencia hacia la victoria liberadora cuyo tranco se había desviado. “Que si Perón hubiera…”, y que “igual se puso el traje militar”, “y que si designó a John William Cooke” o tantas cosas por todos lados. Allí se juntaban los oradores del lamento en la década menemista, en la cátedra del Che Guevara una vez por semana en la Facultad de Sociales.
Los fracasos o culminaciones de los grandes intentos terminan en años de eternas reflexiones. Es un buen modo de dimensionar su verdadero tamaño social e impacto en la historia. De la era De la Rúa hay poca nostalgia, en la de Duhalde no hay epopeya y en la de Menem más bien bronca. Sin embargo, es posible prever un futuro repleto de pasado kirchnerista, de cátedras kirchneristas y de profesores que cuenten a nuestros hijos qué cosita faltó para que la sociedad argentina no abrace para siempre el modelo de país que pudo asomar. Y así imagino al poskirchnerismo, como un profesor que se emociona y lee.
La epopeya de “ir por todo” tiene como consecuencia el romanticismo depositado en el futuro ya que su posibilidad de concreción es nula. Eso no tiene que ver con error en las estrategias, sino con la sociedad moderna. Cualquiera que trate de hacer todo lo que quiere verá que es imposible; ¿quién puede ver dos películas al mismo tiempo? Bueno, nadie puede hacer eso como nadie puede hacer todo, aunque la política piense eso de sí misma y que su fuerza modificará en unidad la diversidad maligna de los puntos de vista. Ese es uno de los problemas de los intentos revolucionarios, no la contrarrevolución, sino la cantidad de cosas con las que los revolucionarios tienen que lidiar.
En términos de turbulencia política se debería esperar en el futuro de 2015 una era de menos emoción, de esa racionalidad que aburre con el tiempo y que reclama con el cansancio que genera, que vuelva un liderazgo muy fuerte, un liderazgo con carisma. Esa rutina del orden que tienen los mercados en donde las empresas se están a gusto deja sólo para las universidades lugar futuro a una porción de la sociedad que dedicará tiempo a entender en qué se quedó el último empujón.
De cualquier manera, hay en todo esto una trampa. La añoranza de los 70 señalaba su pasado culminado con lo abrupto del golpe de Estado. Aquí, en cambio, Cristina se va y deja en su lugar a una sociedad que todavía, a pesar de no votar a sus candidatos, acuerda con ella en fomentar un Estado fuerte, que genere ayuda social, que controle precios y a las empresas, y que hasta se haga cargo de compañías de servicios. Es decir, que antes de que llegue a las universidades ese amor por el pasado, tendrá a su prócer dando vueltas por la vida cotidiana de los políticos del futuro cercano. El carisma del pasado reciente estará amenazante y será de fondo un kirchnerismo cultural.
La derrota del kirchnerismo hoy puede ser, al mismo tiempo, amor eterno en algún profesor del futuro que leerá sus cartas de enamorado revolucionario a lo que no pudo ser, y así Cristina vivirá por siempre en todos los corazones que la descubran en el tiempo por venir. Esa Cristina del mito ya no será esta que conocemos, pero eso para el mito es poco importante.
*Sociólogo.