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Las Américas

Se termina el Festival de la Palabra en Puerto Rico, pero los trompetazos de la salsa siguen sonando por las calles del Viejo San Juan. Si alguien me viera metido en el cuarto, tapado hasta las orejas, pensaría que estoy deprimido, pero no, estoy tratando de asimilar todo lo visto y escuchado en estos cinco días, intentando que el cerebro –esa máquina de compactar el universo– ponga en algún tipo de orden lo vivido.

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Se termina el Festival de la Palabra en Puerto Rico, pero los trompetazos de la salsa siguen sonando por las calles del Viejo San Juan. Si alguien me viera metido en el cuarto, tapado hasta las orejas, pensaría que estoy deprimido, pero no, estoy tratando de asimilar todo lo visto y escuchado en estos cinco días, intentando que el cerebro –esa máquina de compactar el universo– ponga en algún tipo de orden lo vivido. Si este festival se mantiene en el tiempo, como planean sus creadores, me animo a predecir que va a ser uno de los mejores y más importantes festivales de literatura del mundo de habla hispana, como el Hay de Cartagena o la Feria de Guadalajara. Hace un año, cuando viajé a Puerto Rico para dar un taller literario en la Universidad de Río Piedras, era apenas un deseo de la escritora boricua Mayra Santos-Febres que, manejando su auto, me lo mencionó como de pasada: Tengo ganas de hacer un festival literario en la isla, me dijo. Y lo hizo, consiguió los fondos, convenció a instituciones, sumó gente, armó un grupo de trabajo junto a José Manuel Fajardo, pensaron el programa, los temas, las mesas redondas, los debates, los talleres, los recitales, invitaron a cien escritores, invitaron a las librerías, invitaron a los lectores, a la prensa, y hasta instauraron el premio Las Américas para el mejor libro editado cada año. Ahora que pasé por ese campo energético que generó Mayra Santos tengo que descansar.
Puerto Rico, como otros países del Caribe, es un lugar de mezclas y capas diversas de historia, un entrecruzamiento pirata, un punto estratégico ideal para el Festival de la Palabra que puso sobre la mesa la diversidad de culturas: la literatura de los países latinoamericanos, incluyendo a Brasil que suele quedar afuera, y también la de los hispanos en Estados Unidos, de los inmigrantes, los chicanos, los españoles y hasta los autores de las Antillas que escriben en francés. La multiplicidad de las Américas metía un ruido babélico en el viejo Cuartel de Ballajá, ahora convertido en centro cultural. Estábamos en el casco histórico de la ciudad, entre el calor, las calles empedradas, los fuertes con cañoneras, y el mar por todas partes. Como suele suceder, en las mesas de almuerzo, off the record y con carcajadas, se hacía el destilado de las charlas y debates. A veces se descuartizaba amablemente a algún ausente. Lo descuartizó suavecito, con dos siberian huskies, decían. En medio del tornado de actividades, el fotógrafo argentino Daniel Mordzinski apuntaba su cámara a los invitados y presentó una exposición de los retratos a escritores que viene haciendo desde hace años. El retrato que le hizo en enero a García Márquez tiene algo metafísico. Se lo ve al gran Gabo sentado de perfil al borde de la cama, de frente a la luz de la ventana. No puedo compactar todo el festival en una columna, tengo pantallazos y frases y preguntas, pero sobre todo tengo una idea más grande del gigantesco poder viral de la lengua española en el mundo.