COLUMNISTAS
RETROCESO SOCIAL

Las deudas pendientes

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El año del Bicentenario, que empezó en un clima de indiferencia social y continuó con alegría durante los festejos de la Semana de Mayo, termina mal y no sólo porque la muerte de Néstor Kirchner concluyó con su fuerte liderazgo y planteó nuevos interrogantes. El clima ya se había enrarecido. En un doloroso crescendo, se pasó de las frases amenazadoras –como las de Hebe de Bonafini contra la Corte Suprema– a los hechos de violencia recientes: reclamos de tierras de comunidades tobas seguidos por la represión policial, en la que hubo tres muertos; conflicto de los ferroviarios que costó la vida de un joven militante y que volvió a encender la violencia en las vísperas de Navidad; tomas ilegales de predios que sumaron más muertos. ¿Violencia espontánea o violencia organizada? Las versiones se contradicen. Entre tanto, la gente común teme ser asesinada a la vuelta de la esquina, sin más trámite.

Consecuencia de ese clima fue que la palabra seguridad volviera a formar parte del vocabulario oficial. Se le dio jerarquía ministerial y se hace lo posible para que no se la asocie con el término represión. No obstante, la seguridad en democracia también exige represión, siempre que sea en el marco de la ley. Pero los argentinos, 200 años después de la Revolución de Mayo, como los funcionarios de la época colonial, acatamos la ley, pero no la cumplimos.

Las imágenes de los días de furia de 2010 ratifican el vaticinio de que las heridas de 2001 no se cerraron en forma definitiva. Los problemas persisten a pesar de la recuperación económica y de las buenas perspectivas internacionales de las exportaciones. El asunto central ya no es la deuda externa sino la deuda social (déficit de vivienda, comunicaciones y energía, baja calidad educativa, cese de las perspectivas individuales de mejora). El cúmulo de problemas exige poner manos a la obra y no tratar de zafar echándole culpas al otro.

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“Argentinos, a las cosas, a las cosas”, advirtió desde su tribuna académica José Ortega y Gasset en 1939. El filósofo español invitaba a tomar decisiones en momentos en que el marco internacional, hasta entonces favorable al país, se estaba modificando en forma inexorable y era necesario plantear alternativas capaces de sostener las expectativas de progreso de la población.

Los argentinos de entonces miraban por encima del hombro a sus vecinos latinoamericanos. Respaldaba ese sentimiento de superioridad el elevado índice de alfabetización, una clase media pujante, los abuelos europeos… Sin embargo, nada de esto aseguraba que la diferencia positiva perduraría en el tiempo.

Hoy, por primera vez en nuestros 200 años de vida independiente, los argentinos tenemos conciencia de que nuestros vecinos están logrando superar sus dificultades históricas. Es el caso de la distribución del ingreso en Uruguay, que aventaja a la de la Argentina, pese a que sus recursos naturales son más limitados. Es desde luego el caso de Brasil, cuya dirigencia tuvo en claro un proyecto de desarrollo en el largo plazo y que ahora libra la batalla interna contra el hambre y está logrando avances considerables en esa dirección. Cuenta, además, en su haber el ingreso de millones de familias de clase baja a la clase media –y ésta es sin duda la verdadera clave del progreso– y la decisión de mejorar la calidad de vida de los habitantes de las favelas, con más seguridad y más educación.

Por nuestra parte, es visible que los índices de desarrollo social de la Argentina han retrocedido; la clase media argentina es francamente menor que la de 1970; crecieron la pobreza y la indigencia (se redujeron con respecto a 2001, pero no en relación con los años 90). En educación, el último informe de PISA nos sitúa por detrás de Chile, Uruguay, México, Colombia y Brasil.

Ante este panorama cabe preguntarse si en este 2011 habrá alguna señal de que los aspirantes a gobernarnos se interesarán por resolver los problemas pendientes, los que definirán el rumbo de la próxima década, y si habrá decisión de cumplir los compromisos asumidos Esta inquietud, creo, está presente en quienes seguimos con moderada expectativa el año del Bicentenario para ver si aparecían señales concretas de una renovación necesaria y esperada.


*Historiadora.