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lujo y pobreza en buenos aires y mexico

Las dos caras que conviven en las ciudades latinoamericanas

Tras los rasgos fastuosos de una arquitectura exuberante, altas torres acristaladas, grandes tiendas comerciales y floridos paseos peatonales, las ciudades latinoamericanas encubren otras caras, más oscuras, indignas e injustas: las de la pobreza extrema, la miseria cotidiana y la desigualdad y exclusión social. Para reflexionar sobre estas problemáticas, PERFIL consultó al especialista mexicano Rafael López Rangel, amigo de los artistas Diego Rivera y Frida Kahlo, con quienes compartió espacios académicos y de resistencia cultural, que estuvo de visita en Buenos Aires.

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Sumergidas en la modorra intelectual, la desidia política y la indiferencia pública, las ciudades latinoamericanas parecieran aproximarse al borde del colapso. El incremento de las desigualdades socioeconómicas ha consolidado un proceso urbano estructural de gravedad creciente, que se expresa a través de espacios centrales reestructurados, con fuerte concentración de inversiones y, también, en amplias áreas residuales, de progresivo abandono, que no resultan de interés a las inversiones.
Buenos Aires, por ejemplo, constituye la ciudad central de un extenso espacio metropolitano que concentra a más de trece millones de habitantes. Lo mismo sucede con la ciudad de México, una megalópolis que incluye cinco áreas metropolitanas y en la que residen casi treinta millones de personas. Ambas aglomeraciones, que forman “ciudades-región” y ostentan una supremacía en su sistema urbano nacional, comparten similares problemáticas y desafíos que afrontar, explica el arquitecto Rafael López Rangel, experto en planificación urbana, que visitó el país invitado por la Universidad de General Sarmiento.

Fábrica de pobres. Buenos Aires es la mayor ciudad del país en cuanto a dimensiones y cantidad de habitantes. Ya en 1940, Ezequiel Martínez Estrada la había bautizado como “la cabeza de Goliat”. Y a partir de los 60, fue objeto de planes de ordenamiento con el propósito de reorientar su crecimiento. Desde el Plan Conade (Comisión Nacional de Desarrollo) en 1958 y desde es Plan SIMEB (Sistema Metropolitano Bonaerense), en 1979, se vislumbraba la fragilidad del sistema territorial.
En Ciudad de México, cuenta López Rángel, en los años 70 se iniciaron estudios que consideraban a toda la ciudad-región. Y en 1984, se aprueba el primer plan regional, denominado Programa Regional Urbano de Protección Ecológica.
En ese documento se plantearon problemas metropolitanos de envergadura tales como: el acceso al agua potable, su abastecimiento y drenaje, y el transporte y el hundimiento de la ciudad, producto de movimientos sísmicos que pusieron en evidencia su vulnerabilidad.
Los territorios metropolitanos contienen complejos conflictos relacionados con el ambiente, con la ocupación del suelo y con la forma de urbanización. América latina atraviesa procesos y lógicas comunes, y sólo se distinguen ciertas especificidades entre una ciudad y otra.
Para el arquitecto mexicano, nuestras ciudades son “fábricas de pobres”. La pobreza urbana y la segregación social “son los aspectos más visibles, directamente vinculados con la copresencia de población pauperizada, clases medias y sectores ricos, y con las asimetrías en el acceso al transporte y a la provisión de servicios y agua potable, entre otros”.
En el área metropolitana de México –sostiene–, más de una tercera parte del suelo es producido fuera del mercado formal, principalmente subiendo los cerros, en los sectores sur y noreste. Es decir que la ciudad toda se encuentra rodeada de cinturones de miseria. Por otra parte, desde hace veinte años, la residencia de los ricos se genera en recintos amurallados, en particular en la zona noroeste: “La crisis económica, que agudizó la inseguridad, y la actual política federal de combate del narcotráfico han intensificado la producción de urbanizaciones cerradas como forma natural de ocupación del territorio para los sectores medios y altos”.
Buenos Aires se estructura de forma similar, con amplias áreas de ocupación irregular en la extrema periferia, en convivencia con las urbanizaciones cerradas; procesos que se reproducen a la par en el mismo territorio.

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Los desafíos. Otro de los problemas que afectan a nuestras grandes ciudades es la depredación ecológica. México se encuentra sobre una cuenca subterránea cerrada: lo que extrae de agua no se repone naturalmente, con lo cual la extracción ilimitada produce la depresión de la ciudad (ya se ha hundido diez metros en los últimos cien años). Esta actividad es difícil de controlar, dado que la mitad de los pozos son clandestinos. Por otra parte, la disposición indiscriminada de vertidos aporta mayor gravedad al problema de la potabilidad del agua, de modo que ambos aspectos se combinan y potencian.
Buenos Aires no es ajena a estas cuestiones. Aunque es atravesada por tres cuencas hidrológicas muy importantes (Luján, Reconquista y Riachuelo), que la recorren a nivel superficial y subterráneo, los acuíferos Pampeano y Puelches también se encuentran comprometidos en lo que refiere a la calidad del agua para consumo.
Tanto México como Buenos Aires enfrentan serios problemas en materia de transporte público, por su ineficiencia y por su pauperización.
Asimismo, la promoción que se realiza a la industria automotriz y la ausencia de políticas de Estado para revertir tal situación favorecen su desmantelamiento e inducen a la movilidad individual. Para López Rangel, contar con un automóvil particular en una ciudad latinoamericana es simbólicamente un atributo de “libertad democrática”.
Las crecientes emisiones de gases contaminantes del autotransporte o la industria generan el grave problema de México en calidad del aire.
La capacidad de carga del sistema urbano está llegando a su límite, pero tiene solución a partir del concepto de “ciudades verdes”.
En síntesis: las ciudades latinoamericanas exhiben, más allá de costados refinados y elegantes, una contracara que rompe el acuerdo social de inclusión y contención, genera grandes costos ambientales y las sitúa al borde del colapso. Desde esta perspectiva, la sociedad deberá comenzar a asumir un papel protagónico contestatario o acostumbrarse a convivir con ciudades cada vez más injustas, segregadas, violentas y contaminadas.