Las exportaciones argentinas (US$ 81.200 millones), que representaron el 22% del PBI hace siete años, hoy representan menos del 16%. Entre 2003 y 2008 crecieron todos los años a tasas de dos dígitos porcentuales, pero en los últimos cuatro años mostraron desaceleración e inestabilidad (dos años con bajas y dos con subas).
Pero circunstancias que explican esta realidad (apreciación cambiaria, sobrerregulaciones al comercio, inestabilidad en el marco normativo, desaliento a decisiones de largo plazo, estancamiento en negociaciones internacionales para la apertura de mercados externos, ineficacia en instrumentos de inserción internacional) permanecen incólumes.
¿Es que acaso entonces ha habido cambios en los paradigmas predominantes?
Puede que no. Decía Clausewitz que la diferencia entre la táctica y la estrategia es que la primera refiere a lo que pensamos mientras actuamos y la segunda refiere a lo que pensamos antes de actuar. Casi como una necesidad vital, la Argentina fue táctica tras sus días de crisis furibunda en 2002/2003.
En una primera etapa, el expansionismo fiscal y de consumo (“outputs” políticos) se producía apoyándose en la holgura presupuestaria, el ingreso de dólares caros en un escenario externo favorable y capacidad ociosa de la economía (“inputs” políticos en los que se basaron); lo que generó en esos tiempos mejores resultados (“outcomes” de la política), incluso en el comercio internacional. Diez años después, los “outputs” siguen siendo los mismos, pero han cambiado los “inputs” y tenemos, pues, diferentes “outcomes”.
En el comercio internacional ahora se sufren aquellas circunstancias referidas en el primer párrafo. En 2012 las exportaciones cayeron. Antes se podía jugar en todos los frentes y ahora hay que optar, y la opción parece ser el consumo doméstico, antes que la inserción transfronteriza. Es una opción.
Ante una demanda doméstica inflada, una tasa de inversión privada que no soporta atender los dos frentes (es similar a la de Brasil –que no es alta– y mas baja que la de Chile, Colombia o Perú, cuyas exportaciones crecen más que las de la Argentina) y una tasa de inversión pública que es la mitad del promedio de Latinoamérica; puestos a elegir se prefiere el frente interno.
La igualdad es una abstracción que sólo se da en las matemáticas, y entonces hay que priorizar (la primera prioridad es priorizar, dijo hace poco Estanislao Bachrach): se privilegia, pues, lo local. No es mala praxis: es ver que la sábana es corta y elegir destapar los pies.
Otra vez la táctica. Desalentar exportaciones, sufrir escasez de dólares, restringir importaciones, recibir poca inversión extranjera (tener una deficiente vinculación económica con el mundo) es el antecedente de una baja calidad productiva, menor sofisticación en el empleo y condiciones económico-sociales menos generosas. El ministro de Economía de Tony Blair, Gordon Brown, supo decir que el aislacionismo no protege a nadie en el largo plazo, y hasta puede ser una ruina.
La Argentina fue el país de mayor tasa de crecimiento tras la crisis de 2001, y es hoy el país de Sudamérica con mayor caída en el crecimiento económico. Las exportaciones en una década crecieron 210%, pero las de todos los demás países de Sudamérica crecieron más.
La inserción internacional que exhiben nuestros vecinos andinos (Chile, Perú, Colombia), como también México, muestra el camino de ingreso a un nuevo escenario en el que los EE.UU. y la UE negocian un acuerdo comercial que pretenden firmar en dos años, y el presidente Obama ha lanzado un proyecto de integración en el Pacífico con las principales economías de Asia. El comercio es la forma más barata de promover el crecimiento, ha dicho al presidente de la Comisión Europea, José Durao Barroso.
Los resultados muestran que hoy sería preferible volver a una mayor intensidad de relacionamiento internacional. Y que para ello es preciso recuperar estabilidad, desactivar cadenas que maniatan comercio e inversión, y alentar decisiones de largo plazo.
*Director general de DNI, Desarrollo de Negocios Internacionales.