Nadie entendería nada si durante la sesión inaugural del G20 apareciera el Pollo Sobrero, saludara a los mandatarios extranjeros como nuevo presidente de Argentina y explicara que la movilización de su sindicato depuso a Mauricio Macri. La escena parecería absurda, pero habría sido normal en el siglo pasado, cuando triunfaban los movimientos de liberación y más de la mitad de la humanidad vivía bajo gobiernos comunistas. Lenin, Nasser, Ben Bella, Kim Il-sung, Castro, Kadafi no llegaron al poder por las urnas, sino dirigiendo enfrentamientos militares o golpes de Estado.
Esa vía para llegar al poder cobró más prestigio desde el triunfo de la Revolución soviética. En 1931 se publicó el texto Técnicas del golpe de Estado de Curzio Malaparte, un manual que aconsejaba las mejores vías para hacer colapsar a un gobierno. Cuando el Pollo Sobrero dijo que pensaba derribar a Macri, no dijo un disparate sino una frase coherente para un revolucionario, aunque estaba atrasado unas décadas. Durante la Guerra Fría, los jóvenes politizados leíamos los escritos militares de Mao, Nguyen Giap, La guerra de la pulga, de Robert Taber, y no libros sobre opinión pública, encuestas u otros temas superficiales. Hoy, caído el Muro de Berlín, la mayoría de los presidentes de países desarrollados respeta ciertas reglas del juego, admira a Macri y no al revolucionario de la bazuca pirotécnica.
La democracia latinoamericana nació con la independencia, cuando los dirigentes y los electores casi no podían comunicarse. La política dependía de líderes provinciales que hacían acuerdos y mantenían un “aparato” financiado por el Estado. El poder estaba en manos de líderes mesiánicos solemnes a los que no les interesaba lo que sentía la gente común. La radio, la televisión, la revolución electrónica ampliaron la democracia y la política se hizo cada vez más horizontal. Progresivamente los electores se convirtieron en sujetos que exigían que los escucharan, aunque para los sabios sus inquietudes parezcan banales.
La política gira en torno a un concepto: la imagen positiva o negativa de los personajes y de las instituciones. Esta palabra se usa con frecuencia en Argentina desde 2005, aunque pocos conocen la complejidad de este índice multivariado que se construye a partir de variables como credibilidad, confianza, profundidad y muchas otras. Algunos creen que pueden predecir lo que pasará dentro de un año porque alguien cayó unos puntos en una pregunta, pero la encuesta es una foto cuyos resultados pueden servir para comprender lo que pasa si se realiza varias veces a lo largo del tiempo y forma parte de una batería compleja de información.
Los profesionales archivamos nuestras investigaciones, las que aparecen en la prensa, las que se puede consultar en sitios de la web como el Pew Center, el Ropper Center y decenas de sitios semejantes. Nosotros hemos realizado estudios en varios países a lo largo de más de tres décadas, archivamos cuanta encuesta conseguimos. Mantenemos relaciones con investigadores de varios países que nos permiten acceder a sus trabajos, asistimos varias veces al año a seminarios en los que conseguimos más material interesante. Probablemente nuestro archivo es el más grande que existe en la región: contiene más de cinco mil investigaciones realizadas en América Latina durante estas décadas. Con esos materiales y la experiencia de varios especialistas del equipo podemos hacer estudios comparados de personajes e instituciones, en distintos países y momentos históricos, que permiten esbozar hipótesis más generales. También podemos comparar los datos de un mismo personaje en un mismo país a lo largo del tiempo, para analizar la eficiencia y los defectos de sus acciones.
La sección argentina de nuestro archivo contiene un poco más de mil encuestas y focus groups, algunos de 2003 y los otros aplicados desde 2004 hasta el presente, con los que podemos comprender mejor las actitudes de los argentinos. También tenemos mucha información acerca de la evolución de la imagen de Cristina Fernández, Mauricio Macri y otros personajes que fueron importantes. Néstor Kirchner tuvo una excelente evaluación, los números de Cristina Fernández fueron, en promedio, más pobres de los de Mauricio Macri. Cuando un líder gana las elecciones su imagen suele subir unos diez puntos sobre la media, pero esta mejora frecuentemente desaparece cuando pasa la euforia del éxito. En las dos ocasiones en que Mauricio Macri fue elegido jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires perdió veinte puntos en dos años. Algunos comedidos dijeron que con eso había terminado su carrera, pero se equivocaron. Esos números no pueden analizarse de manera aislada. Tenemos también un archivo de los artículos y videos analistas del círculo rojo de nuestros países, que aparecerán en una antología que esperamos publicar. Será muy divertida.
Todo está conectado con todo. En un seminario organizado por la revista Noticias y la UADE, se me preguntó hace algunas semanas cuántos puntos perdió Mauricio Macri al vetar la ley que congelaba las tarifas de los servicios. Respondí que ninguno, porque así lo decían los números de las encuestas, y también porque una amplia mayoría de argentinos creía que el Congreso había aprobado esa ley para hacer politiquería y no porque se preocupara por los problemas de la gente. Si eso era así, no era lógico que el Gobierno quedara afectado por vetar algo que la mayoría veía como una farsa.
No es cierto que se puede engatusar a la gente con tesis demagógicas. Como dice Popkin, los electores son razonables. En las pasadas elecciones, un candidato ofreció promulgar una ley para que todos los ciudadanos recibieran un sueldo de 10 mil dólares mensuales. Su votación fue ridícula. Algunos miembros del Congreso no se dan cuenta de que pierden imagen cuando arman bloques exitosos que aprueban cualquier cosa. Votar leyes demagógicas hace daño, como cuando el triunfo de la Ley de Ganancias demolió la imagen de su promotor, Sergio Massa. En algún país el Congreso quiso aprobar un acuerdo que concedía al presidente un mes de plazo para acabar con la pobreza, so pena de ser destituido si no lo hacía. La iniciativa fortaleció al mandatario y la gente por poco disolvió el Congreso a patadas. Los ciudadanos están más informados de lo que creen algunos políticos, y si el Congreso se dedica a aprobar insensateces para que el presidente tenga que vetarlas, solo profundizará su falta de credibilidad. Lo mismo pasa con iniciativas como la carta que algunos dirigentes enviaron al FMI para boicotear el trabajo del Gobierno, que es objeto de mofa en el extranjero y nadie entiende en el país.
Las mediciones no sirven para adivinar el futuro. Cuando están bien hechas permiten corregir errores y conducir una política exitosa. En todos los países hay candidatos “tobogán” que suelen empezar la campaña muy altos en las encuestas y siempre terminan mal. En Argentina había un candidato tres veces mejor posicionado que Mauricio Macri en 2003, que no llegó a la segunda vuelta. Asomó al Congreso con inmejorables cifras, que han caído a menos de la mitad. He visto a lo largo de estos tres años los números de aproximadamente veinte legisladores que empeoraron o se mantienen con una imagen muy baja. Si quieren tener éxito, de nada vale enojarse con los que estudian la realidad, sino que deben ser conscientes de sus problemas y elaborar una estrategia que los ayude a superar su situación.
Las calles y las huelgas generales fueron más importantes cuando “decidían” solo los importantes y la gente soportaba temerosa el atropello de patotas que obedecían a líderes sindicales con prestigio. En estos 15 años hemos medido varias veces la imagen de los dirigentes sindicales más conocidos. Es desastrosa. Ocurre lo mismo con sus pares de toda la región. No faltará quien crea que digo esto porque me gusta que sea así. Esto es un disparate. En el artículo anterior describí los contenidos de diversas herramientas de comunicación: las cadenas nacionales, los diálogos con periodistas y la conversación de la gente común. Sufrí ataques, a veces de una xenofobia pueril, porque creyeron que me gustan las redes. Cuando escribo intento llegar a la realidad, mis gustos personales van por otro lado. Me gusta leer y escribir. Más que el Telegram me gusta el Ulises de Joyce, que leo por enésima vez. Podría publicar las series de la imagen de bastantes dirigentes políticos en esta década. Sería muy divertido, pero algunos creerían que estoy atacando o defendiendo a alguien. Lo que estaría bueno es que todos los dirigentes con aspiraciones tengan mediciones periódicas hechas por profesionales que no sean militantes. Les iría mejor.
En todos los sectores hay personas que entienden que existe un nuevo mundo más allá de los entusiasmos ideológicos. Todavía hay algunos que intentan resucitar la ley de comunicaciones del kirchnerismo para que se pueda ahogar económicamente a medios independientes, como PERFIL, o participar de los festivales por la libertad de expresión que organizaba Santa Hebe para que cientos de niños escupieran los retratos de periodistas respetables. Les parece patriótico que patotas de delincuentes ataquen a los ciudadanos para que se plieguen al paro que proclama algún dirigente sindical del que desconfía la gran mayoría de la población.
Pero la revolución de las comunicaciones es implacable. Hace que la mayoría se indigne cuando ve esos comportamientos. Occidente evoluciona hacia un tipo de sociedad menos salvaje, en la que se respeten las libertades individuales, con más presencia de las mujeres. Cuando hacemos estudios comparados nos sorprende que Argentina, tan vanguardista en muchos aspectos, tenga todavía bastante gente que adhiere a ideas antiguas. El falangismo y la Guerra Fría son cosa del pasado.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.