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Las lecciones de la Daia

Didáctica, explicativa, aleccionadora, con esa típica entonación correctiva que es propia de la pedagogía clásica, la Daia se ocupó de hacerle notar a Esmeralda Mitre por qué razones estaba mal, decididamente mal, haber dicho aquello de que los 6 millones no habían sido 6 millones sino “muchos menos”.

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Didáctica, explicativa, aleccionadora, con esa típica entonación correctiva que es propia de la pedagogía clásica, la Daia se ocupó de hacerle notar a Esmeralda Mitre por qué razones estaba mal, decididamente mal, haber dicho aquello de que los 6 millones no habían sido 6 millones sino “muchos menos”. Esmeralda prontamente entendió lo que las masacres de esa índole suponen, qué clases de abordajes requieren, lo tosco de su contabilidad de ábaco. Entendió, aceptó, se arrepintió, se retractó, se disculpó. ¿Asunto concluido?

Sí y no. Porque a continuación, y casi de inmediato, salió Esmeralda Mitre a expresar su convicción sobre la superioridad intrínseca del pueblo judío. Y allí surgió otro problema. Porque el pueblo judío fue víctima de la idea misma de que semejante superioridad exista o pueda existir. Ni la estirpe griega o latina respecto de los bárbaros, ni los hombres blancos respecto de los indios o de los negros, ni la raza aria respecto de los judíos, ni el pueblo judío respecto de los palestinos: no existen pueblos superiores. En todos hay gente buena, valiosa, honrada, generosa, solidaria; y en todos hay gente mezquina, turbia, alevosa, miserable.

También entre los judíos, ni más ni menos que entre otros, hay personas encomiables y hay personas despreciables. Lo primero lo dio a entender Esmeralda Mitre, lo segundo parecía ignorarlo. De hacérselo saber, digamos que de manera empírica, se ocupó Ariel Cohen Sabban. Según parece, fue más que elocuente.

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