Irving Janis, en su libro Groupthink: psychological studies of policy decisions and fiascoes, acuñó el concepto groupthink para referirse a procesos por los cuales determinados grupos crean verdades a partir de mentiras compartidas repetidamente, y éstas los conducen a tomar decisiones irracionales en política. Años después, David Owen habló del síndrome de Hubris en The Hubris Syndrome: Bush, Blair and the Intoxication of Power y en In Sickness and in Power: Illness in Heads of Government During the Last 100 Years. Usando esos conceptos, se pueden comprender las locuras del poder.
El fenómeno se produce cuando personas más o menos homogéneas se aíslan intelectualmente de las demás obedeciendo a liderazgos verticales y construyen un mundo artificial con teorías que las alejan de la realidad.
Janis señala las actitudes de quienes pertenecen a un grupo de este tipo. Parten de la creencia de que son moralmente superiores a los demás y que por eso pueden cometer cualquier atropello. Su compromiso con una historia inventada ex profeso avala sus delitos. Comparten prejuicios acerca de sus oponentes, a los que descalifica con algún vocablo que los demoniza: “neoliberal”, “comunista”, “enemigo de la patria”. Suponen que su poder es ilimitado y eterno: los asusta la alternancia y, en el colmo, tienen un presidente inmortal y eterno, aunque sean ateos como en Corea. Crean mecanismos internos para impedir que sus miembros puedan hacer críticas y depuran a los disidentes. Promueven el consenso, la unanimidad y el partido único. Le temen a la diversidad. La patria tiene una única verdad, el partido está por sobre los individuos y la realidad se explica a partir de conceptos polares: frente a un gobierno, inventan que existe una oposición porque son incapaces de percibir matices. Se ocultan entre sí la información negativa: hay casos en que los encuestadores, por temor, no llegaron con sus cifras al presidente o al candidato autoritario, y así lo empujan involuntariamente al abismo. Finalmente, y tal vez de manera central, les temen a la ciencia y a la tecnología. Deforman las estadísticas, creen que las encuestas son para mentir y no para comprender la realidad y que la historia debe acomodarse a su relato. Esto pasa en todos lados, desde Acamapichtli, el primer tlatoani de los mexicas que hizo quemar todos los textos de historia para que el mundo empezara con su entronización, pasando por el masivo retoque de fotografías de la Rusia soviética para hacer desaparecer a determinados dirigentes, hasta los juegos de las oficinas de estadística de los actuales autoritarismos tropicales.
Hay errores sobre los que se construye el pensamiento de grupo. Por un lado, no se estudian todas las alternativas, no se analiza si hay otras formas de actuar o de pensar correctamente que no sean las propuestas por ellos. Para no caer en este error, deberían analizarse todas las alternativas posibles, incluso las que parezcan poco probables. Por otro lado, los sectarios se obsesionan con un objetivo, sin estudiar la posibilidad de que existan otros. Valoran poco los riesgos de lo que hacen. Si Dios es parte del grupo, pueden matar a los demás como los miembros del Califato. Si Dios gobierna directamente un país como Irán, es irrelevante la capacidad de fuego de sus adversarios. Normalmente parten de información pobre, obtenida con herramientas rudimentarias, como chismes de punteros o textos sagrados que se toman como fuente verdadera.
Si hay un pensamiento de grupo liderado por alguien que es víctima del síndrome de Hubris, la tragedia es completa. El líder desmesurado, que cree que sabe todo, que está iluminado por algún Dios o por su propia egolatría, cierra el círculo de la tragedia. Esta palabra griega usada por Owen significa desmesura, endiosamiento. La usaron los griegos para referirse a los líderes que pretenden ser dioses, y ofenden a los verdaderos dioses que, en represalia, mandan a Némesis, la diosa de la venganza, que acaba con ellos. A lo largo de mi vida conocí a decenas de líderes políticos de primer orden, de muchos países y sólo por excepción a alguno que no era víctima de la enfermedad de los palacios, el síndrome de Hubris. Las tragedias más grandes del siglo pasado empezaron cuando algunos filósofos y políticos alemanes dijeron que para un ario no puede haber nada mejor que otro ario, que el comunismo era el horizonte glorioso al que se dirigía toda la humanidad o que hay que imponer la democracia en países islámicos que no quieren este tipo de gobierno. El mejor antídoto en contra del groupthink y el síndrome de Hubris es tener sentido del humor, y saber reírse de sí mismo. Después de todo, todos tenemos en nosotros mucho material para eso.
*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.