Alguna vez Percy Shelley afirmó que todos éramos griegos: “nuestras leyes, nuestra literatura, nuestra religión, nuestras artes” tienen allí su raíz. Y Churchill, que no teníamos que decir que los griegos peleaban como héroes, sino que los héroes pelean como los griegos. Todo es historia.
Con el 25% de desempleo y una deuda que no puede solventar, Grecia confronta con el Banco Central Europeo y los oficiales de la Eurozona. El problema, de por sí grave, se vuelve alarmante si se repara en que, dado que el país no tiene moneda propia (comparte el euro), el Banco y la Unión son –precisamente– sus “líderes”. Por lo demás, al hambre le cuesta esperar con migas, aunque sean las de Homero.
No hace mucho, el ministro de Finanzas titular Varoufakis (hay uno alternativo, Dimitris Mardas) dijo que cinco años después de la primera bancarrota, “Grecia sigue en crisis. La animosidad entre europeos tiene una altura comparable a la de los viejos tiempos, entre griegos y alemanes en particular”. Un predecesor, Yannos Papantoniou, quien participó en el lanzamiento del euro en Grecia, calificó a la situación como “insostenible”. Y hasta imaginó un proceso que comenzaría con la división de la Eurozona en subáreas donde se agruparían países con semejante capacidad de adaptación. Dijo que las dificultades en mantener políticas fiscales y monetarias “coherentes” aumenta el riesgo de la disolución de la Eurozona y que una salida de Grecia acorta el cronograma. El 6 de mayo, los helenos pagaron al FMI 200 millones de euros; evitando una vez más el default.
Que Grecia “salga” de la zona euro (“Grexit”), se dice fácil, pero tiene sus consecuencias. Muchos analistas económicos parecieran estar de acuerdo acerca de que en un escenario “Grexit”, el país quedaría afuera de “los mercados”, sufriría una importante devaluación, una contracción del crédito, una muy apretada situación fiscal, un alza en la inflación y su PBI se achicaría en porcentajes sin precedentes.
Menos, concuerdan en lo que sucedería con Grecia en términos mediatos: hay quien dice que habiendo dejado el euro, una “más floja política monetaria y una moneda depreciada” podrían dar a Atenas un estímulo. Y, por supuesto, el elenco lo llenan mayoritariamente quienes reclaman austeridad, sacrificios y paciencia. Son los que piensan que la economía es una ciencia exacta y que debería funcionar con exclusión, en sus relaciones generales entre cantidades, del término reservado a la política. Hemos oído esa música.
En un trabajo que contiene datos interesantes, Elliott Morss (quien visitó la Universidad de Palermo) subraya la fragilidad de Grecia, pero anota que está lejos de ser el único país que enfrenta desafíos económicos significativos. Para fundamentarlo, los divide entre aquellos que carecen de circulante propio (por ejemplo los de la zona euro, o Ecuador –cuya moneda es el dólar–), y aquéllos que sí lo poseen. Naturalmente, carecer de moneda propia (y estar imposibilitado de usar herramientas de política monetaria y cambiaria) hace más precaria la situación de un país.
Adicionalmente, propone cinco indicadores: a) tasa de crecimiento en el Producto Bruto Interno; b) tasa de desempleo; c) déficit de las cuentas públicas; d) endeudamiento estatal; y e) déficit en la cuenta corriente.
Dentro de los países que no tienen circulante propio, además de Grecia merecen señalarse Italia, Portugal, Chipre, España, Francia y Ecuador. Italia tiene inconvenientes con tres indicadores: recesión, desempleo y un endeudamiento alto, a pesar de que tiende a “pasar de largo bajo el radar”. España usa el déficit fiscal para reducir el desempleo y el peso de su deuda no es excesivo, por lo que el futuro es una incógnita.
Dentro de los países con capacidad de emisión monetaria, nuevamente aparece Japón como excepción. El peso de su deuda (245,1%, esto es, casi dos PBI y medio), es muy alto, pero capea el temporal porque sus ciudadanos, escarmentados por las pérdidas del mercado de valores de los últimos años, se apresuraron a cancelar sus deudas. Otro caso notable es el de Venezuela, que según el Ente de Información Energética de EE.UU. posee las mayores reservas de petróleo del mundo. Tiene crecimiento negativo y déficit en las cuentas públicas. Ucrania también tiene crecimiento negativo, déficit fiscal y de cuenta corriente. Grecia no es sólo un caso de “mala prensa”; ni es sólo eso ni tampoco está sola en eso.
El tira (de la Troika, la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) y el afloja –esperado– (de Atenas), es otro episodio de la gran puja mundial, caracterizada por el continuado predominio de la doctrina del ajuste fiscal, las políticas monetarias duras, la poda del gasto público y una “competitividad laboral” impasible (menos salarios y beneficios sociales).
Washington, Bruselas y Berlín no admiten alternativas y señalan con dedo acusatorio a los países que se apartan del equivalente financiero occidental de la “Sharia” coránica, excepto que la “Sharia” es objeto de interpretación y el látigo financiero de imposición. Vienen, de aquí a fines de junio, semanas decisivas para la suerte del proyecto alternativo del gobierno de Alexis Tsipras. El equipo de Atenas deberá caminar teniendo en cuenta que, a su derecha, los partidarios domésticos de un afloje están listos para el escarnio, mientras los miembros “troikistas” del culto monetarista lanzan advertencias ominosas instando a Syriza a volver por la recta senda. En ese contexto, la salida de Grecia del euro puede no ser un abismo, sino una alternativa que descarte un arma de chantaje.
Grecia es un país soberano que seguirá en la Unión Europea aun dejando el euro; el gobierno griego es un gobierno democráticamente electo por su pueblo. Su condición de soberano y democrático distancia políticamente con ventaja a su gobierno de las instituciones europeas que lo presionan, que carecen de ambos atributos.
Pero si acaso el pueblo griego pasa del hartazgo que aupó a Syriza al miedo a ser huérfanos del euro y “Jaimitos” en el club de los poderosos, puede disminuir la base política del joven equipo gobernante. En cuyo caso, Antonis Samaras, el hombre formado en Harvard y los suyos de Nueva Democracia, están listos para el retorno.